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Crisis en Venezuela: la difícil vida de niños y adolescentes en Brasil

En la frontera norte de Brasil, los niños y adolescentes venezolanos conforman casi la mitad de los desplazados. Muchos de ellos no solo no recibe educación, sino que tampoco tienen un techo bajo el cual dormir pese a los refugios instalados.

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20 de junio de 2019, 15:20 PM
20 de junio de 2019, 15:20 PM
Mujer venezolana con su bebé en Boa Vista, Roraima, en marzo de 2019.
UNHCR/Vincent Tremeau
Venezuela se convirtió en 2018 en el primer país de origen de los solicitantes de asilo en el mundo.

El número de personas desplazadas de sus hogares en el mundo a causa de conflictos o crisis volvió a romper récords, con 70 millones en 2018. Son datos divulgados este miércoles por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que también muestran que detrás del aumento está la reciente explosión en los flujos de los que huyen de Venezuela y Etiopía.

Los niños siguen representando a la mitad de los refugiados del mundo y al menos 138.000 de ellos viajan solos o separados de sus padres.

En la frontera norte de Brasil, los niños y adolescentes venezolanos también conforman casi el 50% de los desplazados.

Muchos llegan a Roraima después de días de caminata por la selva o pidiendo un aventón en la carretera. "Vienen en familias, por lo general, pero también hay niños viajando solos", explica João Chaves, defensor público actuando en los puestos fronterizos de la Policía Federal en ese estado.

Con el aumento de la inestabilidad en Venezuela, desde noviembre del año pasado crece el número de desplazados venezolanos, que ya suman cerca de cuatro millones. Es la segunda mayor crisis en el mundo, detrás de la de Siria (con 5,6 millones de desplazados).

Actualmente, Brasil acoge a casi 168.000 venezolanos y se estima que este número pasará de los 175.000 a finales de 2019.

Durmiendo en la calle

A pesar de la intensa movilización de la población local, organizaciones no gubernamentales, la ONU y el Ejército, todavía hace falta alojamientos y escuelas para los niños venezolanos en el norte de Brasil.

Ronneilys, de 15 años, llegó a Roraima con sus dos hermanos pero sin sus padres. Era agosto del año pasado y decidieron partir de Venezuela pidiendo aventones en las carreteras y caminando para encontrar a la madre, que ya vivía en Boa Vista, la capital de este estado.

Ronneilys
Unicef/Inaê Brandão
"Fue la primera vez que viví en la calle", dice Ronneilys.

La familia terminó en la calle, pero después de que la madre perdió el empleo. Ronneilys dormía en un cartón en la vereda de una calle en los alrededores de la carretera de Boa Vista. "Fue la primera vez en la vida que viví en la calle, fue la primera vez que tuve que pedir comida", contó al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Después de unos meses, la familia consiguió lugar en un refugio en la ciudad, hasta que la madre se hizo con un nuevo empleo y la familia se mudó al estado de Santa Catarina, con apoyo del programa de integración del gobierno federal.

Los niños que viven hoy en las calles en Boa Vista serían casi 700, según estimaciones de Unicef. Es decir, la mitad de los venezolanos sin techo que hay en la capital de Roraima.

Además de los entornos de la carretera, los venezolanos duermen bajo marquesinas, en gasolineras o en campamentos improvisados.

Es el caso del antiguo Club del Trabajador, en la zona oeste de Boa Vista, donde más de 500 personas se amontonan en condiciones precarias, sin baños, agua corriente o recogida de basura.

Cerca de seis mil personas viven en los 13 refugios oficiales creados en Pacaraima, la primera ciudad en las cercanías de la frontera con Venezuela, y Boa Vista, y casi la mitad son niños y adolescentes (2.700).

Se estima que unos 32.000 venezolanos viven hoy en Boa Vista.

Pará, la nueva frontera

La presencia de venezolanos en las calles también crece en los estados de Amazonas y Pará. Según fuentes involucradas en la asistencia de venezolanos y consultadas por BBC Brasil, muchas familias, incluso de waraos (el segundo mayor grupo indígena de Venezuela), se están moviendo dentro del país "por cuenta propia" y partiendo de Roraima hacia Manaos, Santarém y Belén, donde la estructura de acogida del gobierno aún es incipiente.

Niños waraos en Boa Vista
Deborah Grajzer / Archivo personal
Niños waraos en un refugio brasileño: "El flujo de waraos es nuevo en Brasil".

"El flujo de waraos es nuevo en Brasil. Es una población nómada, pero solo el año pasado comenzó a entrar en el país. Se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad, ya que no hablan español ni portugués y se enfrentan al reto de integrarse en ambientes urbanos", explicó Sebastian Roa, un oficial de Acnur.

En el norte de Brasil, grupos de cientos de venezolanos caminan o piden aventones y autobuses hacia el noreste en busca de empleo y de una vida mejor. En el camino, piden dinero y duermen en las calles. En el Pará, refugios improvisados ya registran casos de abuso infantil y hacinamiento.

Después de la reciente expansión de la Operación Acogida para Manaos, se piensa en la ampliación de un nuevo frente en Pará. Las Fuerzas Armadas, sin embargo, no confirmaron esto a BBC Brasil.

Fuera del colegio

Garantizar educación para los niños venezolanos en Brasil es otro desafío, principalmente porque falta espacio y plazas en las escuelas.

"El impacto de la migración en el sistema escolar en el norte y el noreste del país es grande, si consideramos la evasión y la exclusión escolar que ya existían antes en ambas regiones. Brasil tiene más de 2,8 millones de niños y adolescentes sin escolarizar", afirmó Raniere Pontes, especialista en educación de Unicef.

Educadores venezolanos, también desplazados, se unen a los brasileños para sumar esfuerzos en los colegios locales y en espacios especiales para niños dentro de los refugios.

"Dejé atrás la casa que trabajé años de mi vida para construir, dejé dos carros, lo dejé todo en Venezuela. Hoy vivo en una carpa aquí en Brasil con mis dos hijos", le cuenta a BBC Brasil la venezolana Ellinois Malave, de 39 años.

Ellinois Malave
Unicef / Inaê Brandão
"Lo dejé todo en Venezuela", afirma Ellinois Malave.

Esta pedagoga abandonó el país natal porque sufre de lupus (una enfermedad autoinmune) y allí ya no conseguía comprar los medicamentos que en Brasil están disponibles en cualquier farmacia.

Hoy, Ellje vive y da clases en el refugio Rondon, el mayor de Roraima y donde la mitad de los venezolanos son niños (586). "Enseñar es mi pasión y hace mucha diferencia en la vida de esos niños que perdieron tanto, muchos solo tenían piedras para jugar cuando llegaron aquí", dijo ella.

Otros niños venezolanos están matriculados en escuelas públicas de Boa Vista. "La falta de transporte gratuito de los refugios a los colegios también alimenta la evasión escolar porque muchos padres no pueden pagar el billete de autobús", explicó Deborah Grajzer, doctoranda en Educación de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC) que visitó recientemente Roraima para su investigación .

En la escuela municipal Alcides da Conceição Lima en Pacaraima, el número de alumnos saltó de 385 el año pasado a 610 este año. "Más de 200 niños venezolanos y brasileños están esperando vacante, pero falta espacio", dijo Gleicivania de Souza, coordinadora pedagógica de la escuela.

En toda la ciudad, se estima que 700 niños no tienen donde estudiar.


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