Émile Ajar, Romain Gary y Roman Kacew, —el judío lituano, el héroe de la resistencia en la II Guerra Mundial y el autor de una de las novelas más vendidas en Francia durante el siglo XX— fueron la misma persona. Te contamos la historia de este personaje contradictorio, controversial y camaleónico.

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21 de julio de 2018, 20:06 PM
21 de julio de 2018, 20:06 PM
Romain Gary leyendo un periódico.
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Romain
Gary
es considerado el chico malo más peculiar de la literatura del siglo XX.

Hemingway fue un mujeriego cazador de osos, que perseguía las guerras y chocaba aviones.

Hunter S. Thompson un drogadicto amante de las armas, que hizo que dispararan sus cenizas desde un cañón con forma de puño.

William Borroughs, un adicto a la heroína que mató accidentalmente a su segunda esposa jugando a ser William Tell, durante una borrachera.

Pero Romain Gary —héroe de guerra, director de cine, bromista extraordinario— hace lucir a estos escritorzuelos borrachos de testosterona como si, sencillamente, se hubieran tenido que esforzar demasiado.

El chico malo más interesante

De todos los chicos malos de la literatura del siglo XX —y sí, es una categoría casi exclusivamente masculina— Gary es el más interesante.

El escritor sentado junto a un perro.
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El
escritor francés se suicidó en 1980 de un disparo.

Judío nacido en Vilna, Lituania, en 1914, hablaba seis lenguas con fluidez. Se convirtió en un maestro de múltiples personajes literarios, un héroe condecorado de la resistencia francesa y, supuestamente, dos veces ganador del Prix Goncourt (lo cual es técnicamente imposible de acuerdo con la rúbrica del premio).

Mientras tanto, se forjó una más que respetable carrera en el servicio diplomático francés, eventualmente convirtiéndose en el cónsul general en Los Ángeles (en esencia, el embajador francés en Hollywood), donde abandonó a su esposa inglesa, la escritora Lesley Blanch, por Jean Seberg, la reina de la nouvelle vague.

Incluso retó a Clint Eastwood a un duelo.

Gary murió, una tarde de diciembre de 1980, de un disparo que él mismo se propinó.

Bajo un nombre falso

En las fotografías, a Gary se le ve con una pluma estilográfica en una mano y un tabaco llameante aguantado entre los dedos (cargados de anillos) en la otra.

O se le ve en casa, relajado sobre un sofá cubierto de pieles de animal, vestido con pantalones de cuero, un blazer de doble botonadura y gafas redondas al estilo John Lennon.

A sus 50 años fue incluso el centro de un fotorreportaje de la revista Sports Illustrated, donde aparecía haciendo su rutina diaria de ejercicios.

Romain Gary en la calle, acompañado de una mujer.
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Muchos
se preguntan por qué Gary no es más conocido en el mundo anglófono.

En este punto se deben estar preguntando por qué Gary no es más conocido.

No es que su obra no haya sido suficientemente traducida. De hecho, mientras vivió en Los Ángeles, escribió en inglés, revelándose contra las críticas solapadamente antisemitas que lo tachaban de usar el francés incorrectamente.

Tampoco es el caso de que su literatura no le valiera hazañas más allá de las páginas: Jean Paul Sartre y Charles de Gaulle fueron algunos de sus fanáticos.

Fue tan popular como prolífico, lo cual demuestra en sus más de 30 volúmenes de ensayos que ganaron premios, sus obras de teatro, sus memorias y sus obras de ficción, que incluyen "La vida por delante" (La Vie devant soi, su título original en francés), una de las novelas francesas más vendidas del siglo XX.

Pero su fama se desvaneció con la edad y más tarde se atenuó con las revelaciones póstumas de que había embaucado a los literatos parisinos, publicando algunas de sus más aclamadas obras (incluida La Vie devant soi) bajo un nombre falso.

Reputación renovada

En la década pasada su reputación ha mostrado signos de un vigor renovado.

Romain Gary durante la Segunda Guerra Mundial, vestido con un uniforme militar.
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Algunas
casas editoriales están mostrando interés en volver sobre su obra.

Primero fue el objeto en una obra del conocidísimo biógrafo David Bellos, luego se tradujo una de sus novelas que no había sido adaptada hasta el momento, "Hocus Bogus" o Pseudo, como era originalmente en francés.

Ahora su última novela, "Las cometas" (Les Cerfs-volants) ha sido traducida al inglés por vez primera y declarada como un clásico moderno por la editorial Penguin.

Elogiada como una de las mejores novelas del siglo XX en literatura francesa de ficción, Gary escribió "Las cometas" poco antes de suicidarse.

En la novela cuenta la historia de dos jóvenes amantes (uno de ellos huérfano, criado por su tío, un gentil fabricante de cometas; la otra, una aristócrata polaca) separados por el caos y la matanza durante la Segunda Guerra Mundial.

Épica y empática, en ella abundan aquellos temas y preocupaciones propios de la obra de Gary, como el idealismo, la pérdida de la inocencia y las maneras en que las decisiones poco heroicas aún pueden ser decisiones morales.

Una madre devota

Como si todos los méritos en sus novelas fueran poco, nada se compara con su autobiografía "Promesa al amanecer" (La Promesse de l´aube), que también será publicada por Penguin a finales de este año.

A través de la crónica de su vida cuando era joven, describe cómo fue criado por Nina, una devota madre soltera y exactriz.

Aunque vestía a su príncipe de seda y terciopelo, Nina tenía que inventar maneras cada vez más extrañas para mantener un techo sobre sus cabezas: diseñaba sombreros parisinos falsos y trajes de baile, vendía joyas como si fuera un ruso blanco en la Rivera, abrió un hostal para perros, gatos y aves… en el apartamento que compartía con su hijo.

El escritor retratado en una calle.
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Romain
Gary
: uno de los personajes más camaleónicos de la literatura francesa.

Más que todo, es una extraordinaria historia de amor, que describe la abrumadora devoción de una madre por su hijo único.

Según escribe Gary: "Ella me hablaba de Francia como otras madres les hablan a sus hijos de "Blancanieves" o "El gato con botas".

Una verdadera "madre-manager", Nina estaba convencida de que su Romouchka (un apodo que usaba para referirse a Gary) tenía un gran talento para la literatura.

"Mi madre siempre me vio como una combinación entre Lord Byron, Garibaldi, D´Annunzio, D´Artagnan, Robin Hood y Ricardo Corazón de León", recuerda Gary.

Al menos en Francia —ella estaba segura— su hijo podía alcanzar el máximo de su potencial.

Héroe fallido

La guerra interrumpió los planes de Nina para el futuro artístico de su hijo, aunque estaba convencida de que incluso en este escuálido anfiteatro, él triunfaría.

A pesar de no pasar los requerimientos para ser piloto (por razones estrictamente ligadas al hecho de que era judío) voló con la Fuerza Aérea Real durante la Segunda Guerra Mundial y le fueron otorgadas la Cruz de Guerra (Croix de Guerre) y la Legión de Honor (Légion d´honneur), convirtiéndose en uno de los pocos Compañeros de la Liberación (Compagnons de la Libération).

A pesar del peligro, la inquebrantable fe de Nina en su hijo funcionó como un conjuro.

"Nada me podía suceder, porque yo era su final feliz", recuerda Gary. Su tragedia consistió en que, además de verlo ganar en una competencia de ping-pong, no vivió lo suficiente para disfrutar el éxito de su hijo.

Su madre murió mientras él estaba peleando en el extranjero, pero dejó tras de sí una caja fuerte con casi 250 cartas que iban a ser enviadas a su hijo en intervalos.

El escritor junto a una mujer.
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Al
volver de la guerra descubrió que su madre había muerto.

"Durante tres años y medio, su aliento me dio vida y me sostuve por una voluntad más fuerte que la mía misma", cuenta.

Él no descubrió que su madre había muerto hasta que regresó a Niza, al final de la guerra.

Muchas personalidades

Es una historia tan potente que parece mítica, así que no debería sorprender que grandes trozos de su obra "Promesa al amanecer" fueran ciertamente inventados.

Para comenzar, el nombre de Nina era Mina. Y las 250 cartas nunca existieron.

En 2004, una biografía escrita por Myriam Anissimov, quien también resulta ser una de las amantes de Gary, ofreció algunos detalles de la vida de este fabulador.

Su nombre de nacimiento es Roman Kacew, y aunque aseguraba tener una herencia sanguínea tártara y cosaca, en realidad sus padres fueron judíos rusos —Mina and Lebja Kacew— y no el actor Ivan Mosjoukine, como él asegura en sus memorias.

El escritor durante una premiación.
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Por haberse cambiado el nombre recibió dos veces el premio Goncourt de literatura, un galardón que solo se entrega a un mismo autor una vez.

En 1935 cambió su primer nombre a Romain, y siete años después cambió su apellido a Gary.

Además de Kacew y Gary, el escritor publicó bajo los nombres de Fosco Sinibaldi y Shatan Bogat.

Luego, en 1973, después de ganar el premio Goncourt de literatura, después de dos divorcios y 22 libros publicados, inventó su alter-ego más conocido: Émile Ajar.

El éxito rotundo de la primera novela de Émile Ajar solo fue superado por el éxito de la segunda.

Aunque había sospechas de que Gary y Ajar fueran la misma persona, los jueces del Goncourt en 1975 no le prestaron atención a esto, aunque el premio estipula que un mismo autor solo puede ganar una vez.

"Adiós y gracias"

Sobre el concepto de la mentira, Gary dice en una de sus novelas: "No miento a menudo, porque para mí la mentira tiene un enfermizo sabor a impotencia: me sitúa demasiado lejos de la meta".

Él escribiría esto, pero su sinnúmero de falsedades tienden a expresar verdades emocionales de tan incuestionable claridad, que corroborarlas se sentiría sórdido.

Imagen del escritor sobre un puente, con el agua de fondo.
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Romain
Gary
en su novela póstuma: "La pasé muy bien. Adiós y gracias".

Quizás el reciente interés en volver sobre su vida y su obra tiene que ver con esto.

Aunque muchas de sus acciones apuntan a lo políticamente incorrecto, también es cierto que su visión del mundo estaba llena de tolerancia y humanismo.

Esto es lo que define su trabajo, a la vez que lo convierte en un antídoto para el mundo polarizado e histérico en que vivimos.

Antes de suicidarse, Gary dejó instrucciones para la publicación de su novela "La vida y muerte de Emile Ajar" (Vie et mort d´Émile Ajar).

Las líneas que cierran la novela son interesantes, en tanto le sirven de epitafio a un compulsivo narrador de historias que no se pudo resistir a la tentación de contar su propio fin:

"La pasé muy bien. Adiós y gracias".


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