Fue pionero y único en la forma de contar sus historias. El italiano es de los pocos cineastas cuyo apellido incluso ha dado lugar a un adjetivo, el de ‘felliniano’. Murió el 31 de octubre de 1993

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3 de noviembre de 2018, 4:00 AM
3 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Han pasado 25 años de la muerte de Federico Fellini e Italia no olvida a uno de los directores más influyentes en la historia, que con su visión ‘sacerdotal’ del cine y su interés por lo onírico, regaló al mundo un sinfín de historias memorables. La vida del maestro se apagó para siempre el 31 de octubre de 1993 a los 73 años después de varias semanas hospitalizado por un ictus.

Solo siete meses antes había recogido en manos de Sophia Loren y Marcello Mastroianni el Óscar honorífico por su trayectoria, la quinta estatuilla con la que coronó una carrera en la que se alzó como uno de los directores más apreciados de la historia del cine. Fellini (Rimini, 1920) llegó a Roma con apenas 20 años y se puso a las órdenes de Roberto Rossellini como guionista en Roma ciudad abierta (1945), una de las obras que originaron el neorrealismo, aunque pronto aquel joven se decidiría a debutar en la dirección.

Entre sus primeras obras están la cómica Lo sceicco bianco (1952), protagonizada por Alberto Sordi, o I vitelloni (1953), una obra de matiz autobiográfico con la que conquistó la Mostra del Cine de Venecia y que le granjearía prestigio internacional. Fue el inicio de una trayectoria de cuatro décadas en las que llegó a escribir decenas de guiones y rodar 24 largometrajes como La strada (1954), Ocho y medio (1963), Amarcord (1973), Le notti di Cabiria (1957) o Satyricon (1969). Pero quizá el más recordado sea La dolce vita (1960), con la que puso título a toda una época, mostrando aquella Roma nocturna y onírica por la que deambulaban simples mortales, ‘paparazzi’ y grandes estrellas, como la que dio vida la exuberante Anita Ekberg. Uno de sus últimos colaboradores, Gianfranco Angelucci, autor del guion de su penúltima obra, Intervista (1983), recuerda su modo ‘sacerdotal’ de trabajar:

“Era como un monje que vivía dentro del cine, parecía más cineasta que ser humano. Era un grandísimo artista que eligió el cine para expresarse pero que podría haberlo hecho con cualquier otra disciplina”, apunta. Además, rara vez iba al cine y era consciente de su propia genialidad, sin desdeñar a sus colegas, aunque consideraba a su altura a pocos, entre estos a Stanley Kubrick y Akira Kurosawa. En lo más personal, como demuestran sus obras, le interesaba el esoterismo y el espiritismo.

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