Lo que debió ser una autopsia rutinaria, terminó en el robo del cerebro de Albert Einstein, a manos del patólogo Thomas Harvey. La historia está en un documental

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4 de mayo de 2019, 4:01 AM
4 de mayo de 2019, 4:01 AM

“Quiero ser cremado para que las personas no vengan a adorar mis huesos” (A. Einstein). 18 de abril de 1955. Albert Einstein muere por una falla cardiaca en el hospital de Princeton, y el mundo se conmociona por el fallecimiento de quien fuera el padre de la era atómica. En 1999, la revista Time lo nombra personaje del siglo, situándolo por encima de Franklin Roosevelt y Gandhi. History Latinoamérica, a través de su canal oficial de YouTube, ha lanzado el 1 de marzo un documental extraordinario, titulado El robo del cerebro de Einstein.

La producción de este reportaje audiovisual es maravillosa, y puede competir con la de otras obras audiovisuales referidas a la vida del genio (realizadas también por la cadena History Channel), con la del documental 'En la mente de Einstein' y con la de otras series y películas referidas al asunto. Lo que debió ser una autopsia rutinaria, terminó en el robo del cerebro de Albert Einstein, a manos del patólogo Thomas Harvey, pues éste quería entender los fundamentos de la inteligencia de quien diera nuevo concepto al espacio y el tiempo.

Entonces Hans Albert, hijo de la celebridad científica desaparecida, y Otto Nathan, su albacea, quedaron estupefactos. Narra el biógrafo Walter Isaacson en su libro Einstein: Su vida y su universo (Buenos Aires, 2014, Debate): “Mientras el afligido Otto Nathan observaba en silencio, Harvey fue sacando e inspeccionando cada uno de los órganos principales de Einstein, para acabar finalmente empleando una sierra eléctrica para cortarle el cráneo y sacarle el cerebro.» Incluso se especuló sobre un supuesto robo de los ojos de Einstein.

¿Qué habrían visto esos ojos?, se preguntaban las personas. Pues nada más ni nada menos que las grandes conmociones del siglo XX: la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial, el comienzo de la Guerra Fría y el inicio del movimiento por los derechos civiles, entre otras cosas. Mientras el mundo se quedaba sumido en terribles cataclismos, un hombre, encerrado en su estudio, trataba de explicar en lenguaje matemático el movimiento de la luz, la mecánica de los planetas y el concepto de la energía. Pero en el plano personal, “nunca siguió una fórmula en particular”, cuenta el narrador del documental. Y es que Einstein siempre se debatió entre su trabajo y las mujeres.

El profesor de física Michio Kaku indica que hay dos grandes enigmas -los dos más grandes de hecho- en cuanto a ciencia se refiere: el origen del universo y el origen de la mente humana.

Cuando tenía 23 años, su padre murió pensando que él era un fracasado, se casó con su compañera física Mileva Maric y fue contratado en el puesto que muchos de sus biógrafos creen el más importante, el de funcionario de la Oficina Suiza de Patentes, en Berna.

En este empleo pasa horas analizando y desmenuzando inventos, y luego viendo a través de la ventana el cielo para armar el rompecabezas que definiría su teoría más grande: la Relatividad. En 1905 publica cuatro artículos que, por su brillantez, pudieron haberle otorgado fá- cilmente el Nobel. Pero los escritos quedaron en el silencio.

En 1914 le ofrecieron un empleo como profesor en Berlín, y se fue a vivir allí con su familia, junto con una esposa con la cual rompería muy pronto. Trabajó hasta redefinir las leyes de la gravedad, desmontar las teorías newtonianas y darle un nuevo concepto a la materia, la energía, el espacio y el tiempo.

Supo que estaba en lo cierto cuando aplicó sus ecuaciones a la explicación de la órbita del planeta Mercurio. Años después de la muerte del físico, el periodista Levy se propuso el objetivo de averiguar dónde se encontraba el cerebro perdido de Einstein, para escribir una crónica sobre su paradero y las peripecias que hubo de pasar hasta llegar a donde estaba. Contactó al médico Harvey y lo halló. Y ahí, en su consultorio, en un frasco de vidrio, estaba la masa gris de quien había cambiado el mundo.

La crónica, publicada por el New Jersey Monthly, titulaba My search for Einstein’s brain. Con los años, muchos papeles secretos sobre la vida de Einstein fueron siendo dados a la luz del público. De hecho, hace muy poco, la Universidad Hebrea de Jerusalén develó unos manuscritos que estuvieron hasta ahora bajo llave. Tales archivos no contienen solo ecuaciones, sino aspectos de la vida íntima del padre de la Relatividad.

Ahora se sabe que, cuando en la década de los 20 el mundo aprendió el nombre de Einstein, muchas mujeres se acercaron al genio, y entre éstas había una espía rusa que intentaba extraer información sobre las armas nucleares.

Einstein, el pacifista y sionista errante, se enfrenta a un destino contrariado: firma una carta que envía al presidente Roosevelt para exhortarle a que se construya la bomba atómica. Luego se arrepiente, porque cae en cuenta de que ha cometido un error, pues se llegó al extremo de que la tecnología ha superado a la moral: ahora se puede develar el secreto de las estrellas, pero no ser amigo del vecino. Después, en los últimos años de su vida, se dedica a la exploración de lo más grande que hasta ahora los científicos han intentado: la explicación del todo, a través de una teoría unificada de quizá no más de una pulgada de largo. Develar el secreto del todo natural, ése era el objetivo de su vida. La cuestión sigue siendo el Santo Grial de la física. Einstein nos legó respuestas, es verdad, pero también número de preguntas.