Una adecuada educación literaria formará seres libres que gocen del acto de leer y que disfruten de su propia capacidad de escribir un texto bien elaborado

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1 de diciembre de 2018, 4:00 AM
1 de diciembre de 2018, 4:00 AM

La literatura es un arte que, en su estructura y construcción, depende de la palabra, pero que, como todo arte, para su interpretación y lectura, se nutre de la dimensión intelectual, espiritual y cultural de quienes lo valoran, producen y consumen.

El proceso de enseñanza-aprendizaje de la literatura en el aula es vital e imprescindible para que el joven desarrolle y expanda sus horizontes de comprensión del discurso, crítica del mensaje, análisis estilístico, valoración estética del texto y apropiación del lenguaje en su nivel más evolucionado y vivo. Una adecuada educación literaria, entre otros miles de beneficios, formará seres libres que gocen del acto de leer y que disfruten de su propia capacidad de escribir un texto bien elaborado. Si observamos desde esa perspectiva los métodos y la didáctica aplicados a la enseñanza de la literatura en el sistema educativo nacional, descubriremos una serie de barreras y obstáculos que impiden, dentro de la escuela formal, cultivar en el estudiante la apreciación y apropiación de este maravilloso arte.

La visión o el enfoque casi generalizado que se le da hoy, teórica y prácticamente, es desarrollar un contenido casi exclusivo de Gramática con énfasis en Ortografía durante toda la etapa escolar. Se deja un pequeño porcentaje de horas aula al desarrollo de habilidades y destrezas de comunicación verbal y escrita. Algunas lecturas sueltas completan el panorama. Es decir, lamentablemente, se está dando en escuelas y colegios una parte muy reducida de contenidos en relación con el amplio espectro que abarcan el lenguaje, la comunicación y, sobre todo, la literatura en el nivel secundario. Es fácil graficar la gravedad del diagnóstico.

Por ejemplo: en el nivel primario, en el área de matemática, los niños deben aprender suma, resta, multiplicación y división, sí o sí. Al docente de matemática no se le ocurrirá volver a enseñar a los jóvenes de secundaria las 4 operaciones básicas. El profesor utiliza la base de primaria para entrar a ecuaciones, álgebra, cálculo integral, etc. Si el estudiante de secundaria no aprendió en primaria y no sabe multiplicar o dividir, su nuevo profesor continúa con sus temas en otro nivel y hacia la consolidación de otras capacidades numéricas. Solo así puede preparar al estudiante para la vida y la universidad, en un plano más avanzado y complejo del conocimiento de las ciencias exactas. En nuestro sistema actual, en vez de ampliar y profundizar la literatura en el transcurso del bachillerato, repiten en exceso (hasta el cansancio y el aburrimiento) los temas de Gramática y Ortografía.

Es decir, en esta área, el estudiante pasa 12 años con las mismas reglas y normas de la ciencia del lenguaje (sin que en la práctica se vean resultados), dejando de lado importantes y valiosos temas de formación literaria como preceptiva, géneros, análisis literario, filología, semiología, historia de la literatura (que es la historia del pensamiento humano), y mucha, muchísima lectura de novela, cuento, poesía, teatro, ensayos, artículos, crónicas, monografías, etc.

En varios países latinoamericanos un bachiller concluye sus estudios con alrededor de 30 obras leídas (la mayoría de autores nacionales), aparte de muchos textos de diferentes géneros y, en con secuencia, tiene incorporados en su vocabulario aproximadamente un 20% de los 88.000 términos del diccionario español, sin contar los americanismos y expresiones regionales.

En Bolivia ese porcentaje debe estar mucho más bajo todavía. En nuestro país es muy notoria y marcada la tendencia a eliminar del currículo escolar la literatura como “asignatura”. Conviene reflexionar profundamente sobre los valores que in yecta este arte en la formación integral del ser y en la transformación del estado de conciencia de la sociedad antes de continuar en esa riesgosa línea que marcaría un retroceso y nunca un avance en la educación. La lectura nos hace libres y eleva la calidad de vida del ser humano. En toda comunidad civilizada, son los escritores los que marcan el rumbo de las tendencias políticas, filosóficas, culturales y espirituales de su época.

La literatura es un arma violenta, la más efectiva de todas las que el hombre ha fabricado para construir la paz. Es el vehículo a través del cual se desliza la cultura. ¿Puede sobrevivir una sociedad cuyo sistema educativo no contemple un control de calidad y excelencia en el estudio de la literatura? Probablemente sí, pero ¿cuál será el horizonte social de esa nación sin escritores, sin intelectuales, sin lectores, sin una conciencia crítica y una exquisita sensibilidad estética en sus profesionales? Consumir literatura, es decir, leer, es expandir el estado de conciencia, liberar a la mente de prejuicios e ignorancia y crecer intelectualmente.

Producir literatura es sembrar ideas, tendencias, corrientes de futuro. Así de simple. Si por una improvisada enseñanza de la literatura en el aula dejamos que la lectura ‘light’ de las redes sociales invada el universo (espacio y tiempo, mente y conciencia) de los estudiantes, estaremos frente al ocaso de la cultura, viendo cómo cada día los medios de comunicación nombran a los cantantes de moda como los más grandes poetas del mundo por canciones en su mayoría de tono vulgar y simplista, que sin embargo alcanzan éxitos sin precedentes en el público joven.

El desafío de las reformas educativas y de las teorías del conocimiento, de los avances de la pedagogía, deberían apuntar a la creación de programas sólidos y coherentes en la enseñanza de la literatura, en la propuesta de nuevos objetivos, fines y metodologías para democratizar y masificar este arte. Hay que insistir también en la capacitación profesional del docente, la producción de libros, la organización de bibliotecas virtuales y tradicionales. La literatura es y seguirá siendo el alma de la cultura, el cerebro de la sociedad y el espíritu artístico que sostiene y eleva la vida humana por sobre todo afán material, por encima de cualquier circunstancia histórica. Actualizar y potencializar su enseñanza, recuperando su verdadera proyección y significado educativo, es responsabilidad y reto de los maestros del siglo XXI.

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