Nuestro sufijo diminutivo –ingo/a, que ha sido poco estudiado, se ha logrado consolidar a través del tiempo por sobre otras maneras de expresión cambas

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10 de noviembre de 2018, 9:23 AM
10 de noviembre de 2018, 9:23 AM

Todos quienes alguna vez abordamos el estudio de una lengua nos encontramos con que su finalidad es, básicamente, comunicar, instruir e informar, pero una mirada sociolingüística demuestra que su uso va mucho más allá, pues las personas proyectamos a través de la lengua nuestra cultura, nuestra manera de ver el mundo, ya que al hablar inevitablemente hablamos de nosotros mismos. En otras palabras, la lengua pone de manifiesto la identidad de un pueblo.

Esa identidad la hemos estado forjando durante los últimos 20 años en Santa Cruz, redescubriendo nuestra historia con sus personajes, costumbres y tradiciones, sin dejar de lado nuestra manera de expresarnos. Como consecuencia de ello, nuestra habla camba ha sufrido una revalorización porque al fin la entendimos como un elemento identitario y no solo funcional, pues posee rasgos únicos que no se encuentran en ninguna de las variantes americas. El mejor ejemplo de ello es lo que ocurre con nuestro sufijo diminutivo –ingo/a, bastante usado pero poco estudiado.

El valor del diminutivo

Las lenguas romances tienen la característica de ofrecer, mediante los diminutivos, variadas significaciones, incluso hasta opuestas al valor de pequeñez, como ocurre con la palabra quietito; para hacer énfasis en el valor de disminución solemos usar otros recursos, como en un autito chico.

Nuestro diminutivo –ingo/a, al funcionar igual que cualquier otro diminutivo de lengua espa- ñola, sufre las mismas apreciaciones en su significado, pues al hablar de una peladinga podemos asociar el concepto de tamaño o de aprecio. Va a ser el contexto el que determinará su uso real.

Origen de nuestro –ingo/a

Una de las mayores interrogantes sobre nuestra variante oriental boliviana es el origen del sufijo diminutivo –ingo. No hemos encontrado registros en todo el mundo hispano que evidencien un uso tan extendido como lo tenemos nosotros, lo que sí hay son antecedentes dispersos a lo largo del tiempo y territorio.

Las lingüistas María Pía Franco y Ana María Gottret ofrecieron en las Jornadas Santa Cruz 2061 una interesante mirada sobre cultura e identidad, en ella hablan acerca de que ya en 1887 en España se encontraron rastros de este diminutivo, pues la literatura de esa época evidencia su uso a través de la palabra señoritingo, lo que se convierte en el registro más antiguo que se tiene hasta el momento.

Por otro lado, el médico y educador Luis Alberto Roca propone en su obra Breve historia del habla camba y su mestizaje que el origen del –ingo tiene raíces del portugués. Para sustentar su punto, hace una valoración histórica sobre nuestra mirada hacia el Acre por los años 1900.

Deduce que debido al contacto entre las dos lenguas hubo un calco del diminutivo portugués –inho a nuestro sistema lingüístico, ello conllevó a que los cruceños lo adaptemos a la pronunciación –ingo.

Gottret no es partidaria de sustentar que nuestro –ingo sea un préstamo del portugués, porque ve poco probable que un registro lingüístico americano hubiera trascendido hasta poder cruzar el Atlántico y asentarse en el español peninsular. Cree que es más posible que deba su origen a lenguas que estuvieron en la península Ibérica antes de que se estableciera la monarquía española.

El valor del diminutivo

El rasgo más relevante que quiero destacar de nuestro diminutivo –ingo no es el origen ni los significados que podamos formar con él, sino el valor de identidad que ha logrado consolidar a través del tiempo por sobre otras maneras de expresión cambas.

En nuestro diario vivir no tomamos consciencia de que, junto al puej, es el rasgo lingüístico que por excelencia define nuestras raíces y cultura. Es la marca que como cultura camba usamos para reconocer a otro de nuestra misma estirpe, ya sea que estemos dentro o fuera de nuestro territorio.

Una de las razones de que nuestro diminutivo –ingo haya perdurado en el tiempo y que cada día esté más vigente en nuestra lengua, se debe a que se ha convertido en un elemento integrador para las personas que provienen del occidente o de fuera del país. Para sentirse aceptadas en nuestra sociedad incorporan en su léxico nuestra manera de hablar, sin importar si las usan en los contextos adecuados. Además, como cultura hemos tomado consciencia de que nuestra lengua es un instrumento simbólico que es necesario defender y reivindicar frente a la amenaza global.

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