Un fenómeno cultural en las sierras de Córdoba, Argentina, fusiona artistas y público engeneral en una plaza de un pueblo. Uno de los protagonistas es el trovador Raly Barrionuevo

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27 de octubre de 2018, 14:33 PM
27 de octubre de 2018, 14:33 PM

El sol se mete entre los rayos de polvo, mientras la chacarera se adueña de la plaza llena de baile y color.

Un domingo por mes, en Unquillo, centenares de músicos, bailadores, artistas y gente de todas las edades, se reúnen para disfrutar de un día distinto y celebrar la cultura viva de este pueblo serrano.

Debajo de un árbol (algarrobo-cupesí), los músicos se turnan para ofrecer un repertorio libre y gratuito, acompañado por mates (poros), torta fritas, empanadas, bizcochos, queques y todo lo que un menú de delicias pueda ofrecer a la imaginación culinaria salidas de las casas y los hornos de barro.

Guitarras, bombo y voces a cuero abierto y con las manos del alma hechas pañuelos al viento, relatan las historias del presente.

Uno de los mentores de este movimiento es el músico santiagueño Raly Barrionuevo, afincado en este rincón de las sierras de Córdoba desde hace un par de décadas.

La ronda que baila prolija y sentida, dibuja vuelos y círculos viciosos.

Tarde de encuentro que nos invita a cantar, dice la chacarera que sacude los pasos de tierra.

Respiraciones de silencio y miradas de sol, altivos cuerpos que sacuden el sueño del futuro.

Alrededor, como satélites de la fiesta, los deportes ruedan sus pasiones. Pelotazos de encuentros con olor a triunfo y abrazo de gol.

Acá y más allá las sombras cobijan a los hijos y viejos del baile, que cruzan las miradas de cada domingo onírico, bajo un guiño cómplice y carnal.

La tarde se hace canción en la plaza con zambas, caluyos, cuecas y muchas chacareras al compás de las danzas que taconean la elegancia en cada paso.

“La idea de hacer esto nació de la necesidad de cantar en un espacio público de la mano del pueblo, yo venía de una gira muy larga en un verano y estaba con mi amigo Fumer en su casa y le dije que tenía ganas de tocar en un espacio público sin la cuestión del escenario y todo lo que implica, porque venía bastante saturado”, relata el músico nacido en Frías (Santiago del Estero).

La movida se inició en la plaza Alem, que está en el centro del pueblo (ahora están en otra plaza); con un modesto equipo de sonido comenzaron a tocar frente a una mateada de 15 personas. La primera experiencia disparó la siguiente y así sucesivamente.

Hoy, desde la plaza Herbera, de Unquillo, “nos sentimos más cómodos”.

“Disfrutamos de un momento que nos une, que tiene que ver con la música y con querer a un pueblo, cuidarlo, nadie deja basura. Esto de a poco se fue transformando en un espacio sagrado para nosotros”, dice el autor de La niña de los andamios (El trashumante).

Foto: Claudia Elder

El dato corre de boca en boca y la organización se riega entre las ganas de hacer y ayudar a que este o el otro domingo haya plaza.

El fenómeno creció y hoy llega gente del lugar y de otros pueblos “luego se fue sumando gente que hace productos de la zona, vestimentas, artesanía en general, comestibles, y una juntada de vecinos y de vecinas de todas las edades”, relata el músico.

Nuevas canciones, nuevos intérpretes, nuevos aplausos y a bailar folclore con chasquidos y pañuelos como desde hace cuatro años.

“Las danzas son hermosas, gente que no sabe bailar se manda a la rueda y se anima y sin darse cuenta ya está bailando”, dice el Raly y agrega que no quieren ayudas externas para mantener la independencia y la autonomía.

“Queremos que siga siendo una movida espontánea y te puedo asegurar que hay gente de muchas ideologías. Acá nos une otra cosa, la cultura viva de tierra adentro”.

Diez minutos después el cuero del bombo legüero volvía a vibrar, las cuerdas deslumbraban a los pájaros y la polvareda se posaba en las hojas de un viejo espinillo. Entre mate y palmas el sol guardaba y la música se mezclaba entre las montañas de un Unquillo que no para de crecer y de bailar sonriendo.