El músico argentino falleció en Buenos Aires a los 80 años. Dueño de una gran sensibilidad interpretativa, el reconocido charanguista nunca olvidó sus raíces bolivianas. Una leyenda popular que sigue sonando

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29 de diciembre de 2018, 18:00 PM
29 de diciembre de 2018, 18:00 PM

Sonriente y con los ojos cerrados, este hombre enjuto e inquieto soltaba las manos como alas de golondrina mientras sus dedos tejían armonías altiplánicas. Al ejecutar su noble instrumento pintaba cerros de colores, vuelos de cóndores solitarios y cactus de tierras áridas. Ríos de melodías se colaban en su rostro mientras apretaba con sus dientes superiores el labio inferior saboreando la magia del viaje.

De padres bolivianos, Tucumán lo vio nacer en 1938, y tres meses después se instalarían en una vieja pensión de Buenos Aires para comenzar una vida nueva y un futuro inesperado. Allí mamó de la sonoridad del pequeño instrumento de cinco pares de cuerdas y afinación complicada.

Su maestro, otro boliviano, le transmitió la infinidad de posibilidades que ese corto diapasón ofrecía para sus pequeños dedos. Mauro Núñez, el gran maestro de maestros y su padre, Eduardo, un ebanista ejemplar, le mostrarían el camino que recorrió para siempre.

En febrero de 2006 declaraba: “llegar a Bolivia y, sobre todo, al campo fue encontrarme en un país distinto y distante, sorpresivo y nuevo. Me sirvió mucho porque en la adolescencia uno descubre cosas bellísimas. Tuve que hacer un curso acelerado de quechua y aprender a nadar en las acequias. Esas experiencias me sirvieron para la música, ¿cómo olvidar las serenatas, las chicherías, las fiestas y el contacto con la gente del lugar?”

La velocidad, el buen gusto, la sutileza y la búsqueda de nuevos sonidos caracterizaron a Jaime Torres desde el principio.

Volver a Bolivia era el reencuentro con su gente, con sus ancestros, su nutriente más profunda y ansiada. Una tarde de principios de siglo tuve la oportunidad de entrevistarlo en una casa-esquina del barrio Urbarí. Sonriente, preciso en sus palabras y con un atento escuchar se fue desarrollando la charla, entre anécdotas y recuerdos y el agradecimiento de volver a su entorno.

Viajar estaba en su ADN y recorrer el pasado era revivirlo y sanear cualquier dolor o angustia. Firme en sus principios, amante de la Pachamama y sensible por las cosas simples de la vida simple, este músico popular nunca dejó crecer en sus raíces, ni se mareó con la fama y las marquesinas, ni con los aplausos de los grandes teatros del mundo. Prefiero, dijo aquella vez en Santa Cruz de la Sierra, los gestos de los niños y los jóvenes cuando suena el charango, la atenta complicidad y las emociones de los mayores al fluir las melodías de este pequeño gran instrumento que abrazo con locura.

Desde la Misa Criolla con Zamba Quipildor, Ariel Ramírez y Los Fronterizos, el camino se hizo más ancho y los escenarios se multiplicaron como los vientos en la Quebrada de Humahuaca, donde hoy viven dos de sus tres hijos.

La participación en la apertura del Mundial de Alemania 74, las giras por Europa y EEUU fueron puliendo su alma de músico reconocido. Después de cada gira siempre volvía a Buenos Aires y al norte argentino, para reencontrarse con los suyos y su entorno. Para escuchar los sonidos del viento, de la noche estrellada, de la luna plateada y los cerros de piedra. Para recorrer los caminos andados y desandarlos de nuevo.

Jaime Torres recorrió bares, tabernas, boliches, calles, teatros, festivales, estadios, todo. Grabó decenas de discos y colaboró en cientos con folcloristas de toda clase, e incluso roqueros y contemporáneos. Ideó en Humahuaca (Jujuy) un certamen gratuito de músicos, poetas, labriegos, campesinos mineros, alfareros, que sigue latiendo hasta hoy, cuyo nombre Tantanakuy significa encuentro (en quechua); años más tarde, en 1980, promocionó el Tantanakuy infantil, un semillero de cientos de niños de las escuelas jujeñas.

En aquella visita a Santa Cruz ofreció dos conciertos, la primera noche en el Museo de Arte Contemporáneo con entrada libre y homenaje a Santa Cruz con viejos temas del acervo camba. Al día siguiente su presentación oficial en el Teatro Eagles School ante un público atento y respetuoso que explotó al final reconociendo el talento y la genialidad humilde de aquel hombre universal y orgullosamente colla.

Esa tarde contó que hacía unos días había ido a un mercado de Buenos Aires a almorzar con el líder de Bersuit Vergarabat, Gustavo Cordera, que en ese momento era la banda más escuchada del país; sin embargo, la gente se le acercaba a él con entusiasmo para fotos y autógrafos. Siempre fue un músico popular, con tiempo para todos y con música para muchos.

El 24 de diciembre, cuando el sol despertaba, él, a los 80 años, cerraba los ojos para siempre.

Charangos, un erke, sicus y bombos y un largo y sentido aplauso sonaron en la despedida de sus cenizas, que ya descansan en el Cementerio de la Chacarita (Buenos Aires) junto a las de sus padres, Eduardo y Pastora.

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