Entre la literatura y el cine, el autor argentino publicó todos sus cuentos. Actualmente tiene una retrospectiva de sus películas en París

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15 de junio de 2019, 4:00 AM
15 de junio de 2019, 4:00 AM

“Conversación, nunca entrevista”. La respuesta de Edgardo Cozarinsky no debe entenderse como una coquetería del autor con su interlocutor: desnuda un modo del pudor. Salvo los grabadores, no hay nada que Cozarinsky aborrezca más que hablar de sí mismo.

En una época de figuración ilusoria, Cozarinsky prefiere la reticencia, incluso en su uso de las redes sociales, jamás orientado a la promoción de sí mismo, que es la moneda de cambio en esas sociedades de socorros mutuos.

Pero la actualidad impone sus reglas de este mundo, en las que la cortesía no tiene mucho lugar. Como el año pasado, cuando ganó el Premio de Cuento Gabriel García Márquez, Cozarinsky vuelve a ser noticia.

Por un lado, la publicación de sus Cuentos reunidos; por el otro, la retrospectiva de sus películas que, entre el 26 de junio y el 7 de julio, organiza en París la Ciné- mathèque Française. Es cierto que, aunque las dos son artes del tiempo, el cine y la literatura tienen diferentes modos de existencia, pero algo las hermana. “Solo hay una cosa que contar, en el fondo -dice Alan Pauls en el prólogo del libro-: cómo algo pasa de un lado a otro, de una mano a otra, de una época a otra, de una lengua a otra”.

Cuando hablaste de la exclusión de Vudú urbano de los Cuentos reunidos, dijiste que no eran cuentos. Eso parece implicar una certidumbre sobre el género.

No me doy límites cuando escribo. Nunca creí en el género ‘cuento’ como lo enseñaban en algunos talleres. Cuando escribo, la ficción se va definiendo a medida que la escribo, dicta su longitud y su carácter, y tengo que seguirla. Vudú urbano es un libro singular, quiero respetar su alteridad, no mezclarlo. Está hecho de un cuento y trecetextos que iluminan ese relato, entre ensayo y memoria. Incluido en un volumen de pura ficción perdería su carácter único.

_El paisaje de Mitteleuropa es recurrente en cuentos (también en novelas, claro) y en películas. Pero creo que Mitteleuropa es a esta altura una alegoría y no un punto geográ- fico, en el sentido de que hay una Mitteleuropa de Buenos Aires, por ejemplo. ¿Me equivoco? ¿Y alegoría de qué?

Viena es un estado de ánimo, no sé dónde escribió Stefan Zweig. Hasta donde puedo darme cuenta, creo que me atrajo la convivencia de culturas, evito la palabra nacionalidades. A menudo en conflicto pero también en conversación. Y el destino aciago que sufrió esa multicultura después de que Estados Unidos y la Unión Soviética se repartieron Europa. Aún antes del derrumbe de los regímenes comunistas, caminando por Praga se respiraba una atmósfera de tramas heredadas, las únicas que me importan.

Y tu atracción por el sur de Italia. ¿Te ‘mediterranizaste’?

Me hace gracia la asociación porque desde que tiré a la basura a los ideólogos parisinos empecé a refugiarme en Nietzsche. No sabría decirte si tiene algo que ver con mi gusto por explorar de Nápoles al sur. ¿Te acordás de la frase de Pasolini? Cito de memoria: Nápoles rechazó la modernidad y esa resistencia es sagrada. Y Sicilia, que es otro mundo distinto.

La belleza, su plenitud y su ocaso son, creo, un corazón de tu poética. Pero hay una pregunta muy simple: ¿qué es para vos?

Algo inasible, fuerte, que te marca, que te cambia. Sobre todo una experiencia individual. Dos que lo dijeron mejor de lo que yo podría. Rilke: “La belleza es el principio del terror”. Borges: “La inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.

_En su introducción al ciclo de tus películas en París, Gabriela Trujillo habla de la recurrencia de los fantasmas. ¿Vivís con ellos?
Cuando se llega a cierta edad es inevitable conocer más muertos que vivos. Algunos me hacen compañía, pienso “có- mo le gustaría este libro a X o Z”, otros hay que exorcizarlos rápido. Pero hay fantasmas no personales, los que se adhieren a los sitios donde se ha sufrido o creado. Cuando te detenés en medio del campo en Río Negro ves brillar en el suelo algo que cuando lo levantás resulta ser una cabeza de flecha india. Venecia vive de sus fantasmas.

Y algo que casi nunca se menciona: la música y el modo en que está en tu prosa y en tu cine.
Para mí, en el cine de ficción la música puede aportar una dimensión imaginaria a las conductas, sugerir la percepción individual de un paisaje o una situación. Es lo que intenté en los films “de cámara” que hice con Constanza Sanz Palacios: música omnipresente en Nocturnos, ausente en Carta a un padre hasta una explosión final, ininterrumpida.