La protagonista de la serie más vista en habla no inglesa de Netflix conversa sobre su carrera con Brújula. La actriz que interpreta a la inspectora Murillo recuerda un viaje a Bolivia y habla sobre su carrera.

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4 de agosto de 2018, 4:00 AM
4 de agosto de 2018, 4:00 AM

América Latina ha dejado atrás los tiempos en que la familia se pegaba a la tele para ver Los ricos también lloran o Pedro el Escamoso. Internet ha sacudido los patrones de consumo. Ya no mueven a las masas las historias de criadas que se casan con el machote de gel, corbata y pelo en pecho. Ahora la gente, de la Bolivia urbana de El Alto, Montero o de la diáspora emigrante, al igual que cualquier hijo de vecino en Buenos Aires y Sao Paulo, consume mayoritariamente la piscina interminable de Youtube y Netflix, y bien sabe lo que es el ritmo de Pulp Fiction, Breaking Bad y el K-pop.

Aun así, nuestra arraigada afición al melodrama nos ha dejado cicatrices profundas que esperaban en la trinchera del consumo cultural un producto de saboreo ingente. Precisamente eso ha traído la serie de Netflix La casa de papel, que se mueve a ritmos felinos.

Sus protagonistas, asaltantes de una ficticia Casa de Moneda y Timbre en España, ocultos tras una ya icónica máscara de Dalí —inspirada en ese rostro de los Anonymous, equivalente a nuestro mascarón de Potosí—, tienen un pulso con sus antagonistas, la Policía, y, sobre todo, la sagaz negociadora, la inspectora Raquel Murillo, encarnada por la actriz Itziar Ituño (Basauri, 1974).

Pasados los frenéticos meses de rodaje de las dos temporadas en Madrid el año pasado, Itziar Ituño trata de desconectar de este lío monumental que le ha significado su nuevo papel de superestrella mediática, hasta ahora poco transitado por ella. No tanto en su ciudad natal, Basauri, en las afueras industriales de Bilbao, en el País Vasco, donde todavía vive como una vecina más, sino, cuando abre su Instagram con 900 mil seguidores, que la convierten en una superestrella de la farándula on line.

La casa de papel es puro rock. Desde el minuto uno, es un torrente de imágenes, colores, gritos, lametones y cambios de pantalla frenéticos. Ya es un fenómeno global, pues ha tenido un impacto inusitado, sobre todo desde que sus productoras, Vancouver Media y Atresmedia, vendieran los derechos al todopoderoso de la TV online, Netflix. Los datos son impresionantes, inclusive para su director, Alex Pina, quien salió del anonimato con dos series sobre el mundo del hampa para consumo por internet, Vis a vis primero, y luego la propia Casa de papel, ambas con la participación de otra de las protagonistas, Alba Flores alias Nairobi.

Tan solo el día del estreno de La casa de papel en España en 2017, se identificaron 4,5 millones de espectadores. Pero la verdadera locura se desató cuando se proyectó fuera de Europa, particularmente en América Latina, Turquía, Marruecos y Argelia, donde una de sus canciones, el Bella Ciao, es un himno en cualquier cancha de fútbol. Google Trends revela que La casa de papel ha tenido este 1º semestre más búsquedas en promedio que los nombres Neymar, Cristiano Ronaldo o Messi y más búsquedas que House of Cards, Luis Miguel La Serie y El Patrón del mal juntas.

El crecimiento de la serie ha sido espoleado por el del mismo Netflix, que ha invertido hasta 2018 casi 12 mil millones de dólares en producciones para satisfacer a sus 125 millones de usuarios en 190 países.

Superestrella en internet, obrera del teatro en su pueblo

Itziar Ituño se muestra sencilla y amable. Acepta una entrevista para El Deber de inmediato. Al hablar se le intuyen dos facetas: una de dulzura sugerente, y otra de un carácter incisivo. En La casa de papel le toca hacer de mujer dura, pues su personaje suele estar en tensión —una inspectora divorciada con la tarea de negociar con un secuestrador—, salvo en unos fugaces pero intensos escarceos con el romance, que conducen la otra mitad de la trama, con el seductor director de la banda criminal, el intelectual “profesor”.

No obstante, quienes han trabajado con ella en teatro, música y cine coinciden en un hecho que bordea la metafísica popular y las contradicciones lógicas: es una luchadora cariñosa. En apenas unos meses, ha pasado de ser una obrera del teatro vasco a ser parte del trending topic global.

La serie promete jarana, la sublevación de “los de abajo”, una dosis de sangre —por las venas, en el suelo, en los ojos del espectador—, romance azucarado y envidias entre los protagonistas.

A pesar de los fuegos de artificio de esta propuesta efectista, Itziar es más de pala y picota, de laburar jornadas largas, sabedora de que tiene que llevar el pan a casa, siempre manteniendo la dignidad, y sobre todo haciendo lo que más le gusta, colocarse tras los focos, de un teatro, de un set de televisión o de un bar de barrio tocando con su banda de rock.

Sus ademanes, sencillos y a ratos toscos, contrastan con la capacidad seductora y la vida de farándula de algunas de sus compañeras de reparto. La más activa en programas de prensa rosa, galas y entrevistas es Úrsula Corberó alias Tokio —pareja de Ricardo Darín jr— que alimenta a sus casi seis millones de seguidores en instagram constantemente. En esas ligas también juega Alba Flores Nairobi, más acostumbrada al famoseo ya que es nieta de la cantante Lola Flores, y sobrina de la cantante y actriz Rosario y del exjugador de fútbol madridista Quique.

Por contra, Itziar mira para otro lado cuando se activan los flashes, muy a pesar de su representante. Ella se sabe obrera, y lo demuestra, por ejemplo, con mensajes reivindicando el 1 de mayo en redes sociales —como homenaje a su padre, operario en una fábrica de refrigeradores en donde ella también ajustó pernos— o en las letras de sus canciones, inspiradas por su formación universitaria de socióloga y su atracción por la izquierda militante.

Tras la carrera universitaria precisamente, tuvo su primera experiencia laboral en la fábrica donde su padre pasó varias décadas:

—Era una cadena de montaje que me generaba pesadillas, como Chaplin en Tiempos modernos. Ahí aprendes lo que es trabajar de verdad, a ganarte el salario—.

Por las tardes, luego de sus ensayos teatrales diarios, toma el metro hasta llegar a casa de sus padres en un barrio fabril, donde recoge la correspondencia que le desborda el buzón desde el año pasado, con regalos de todo calibre.

—Hasta ha venido gente al pueblo para conocerme— dice Itziar con asombro.

Su compañero de banda, el bajista Juanpe, un hombre que se gana la vida en las carreteras manejando su camión, nos dice que todo este fenómeno le resulta muy extraño. Comenta con sorpresa que en los últimos meses han comenzado a recibir lo que a su juicio son [todavía] “inmerecidas alabanzas”, pues apenas tienen un par de singles caseros grabados por su incipiente banda de rock en lengua vasca, Ingot, que en ese idioma significa “lo haré”.

Justamente a nivel musical, sus referentes son siempre guerrilleros del mensaje, gritones de las tripas, como Residente de Calle 13, Lila Downs y Janis Joplin. También otros de más suave tejido como Silvio Rodríguez y hasta algún resabio de la movida madrileña ochentera como Alaska.

Con 44 años, su conciencia de clase la ha hecho una abanderada de la causa euskaldún —que es como llaman a quienes hablan euskera o vasco—, como embajadora de facto de un idioma que está en peligro de extinción y que vive una segunda vida tras los oscuros años de la dictadura franquista y su violento rebote posterior en los años de la banda terrorista ETA.

Ya con el proceso de paz encaminado, Itziar condena la violencia —de ambos bandos dice, refiriéndose a la policía del “Estado español” y a la de ETA, se entiende— aunque también reivindica el derecho de los familiares de los presos de estar más cerca de los suyos, causa que tras los años del conservador Partido Popular en el Gobierno español, parece ser una posibilidad plausible con la llegada del nuevo presidente socialista al Ejecutivo, Pedro Sánchez.

Su activismo en pro de una lengua milenaria, empero, le ha costado una avalancha de haters y algún intento frustrado de boicot a la serie.

Junto con Nagore Aranburu en Loreak, (2014), largometraje en euskera nominado al Goya como mejor película para el Óscar en la categoría de habla no inglesa

Actriz, cantante, amiga

La Itziar intérprete se adapta a varios registros actorales, y disfruta del experimento. En 2014 protagonizó Loreak (Flores, en castellano), largometraje dramático en euskera nominado al Goya como mejor película y representante española para los Oscar en la categoría de habla no inglesa. Ello le significó el momento más dulce de su carrera, en el Festival de Cine de San Sebastián, uno de los festivales más importantes del mundo, a unos kilómetros de su casa.

Loreak está en las antípodas de La casa de papel. Se trata más bien de un viaje intimista por el País Vasco profundo y las relaciones filiales. El New York Times se refirió a este trabajo como “espléndidas actuaciones”, mientras que el Washington Post como película “poética”.

—Loreak tiene un tempo distinto, planos lentos, diferentes; para mí fue el salto, en varios niveles; todo lo que ha traído ha sido como un regalo, como unas flores—reclama Ituño.

Cuando se le pregunta cómo pueden convivir dos propuestas tan distintas en una misma intérprete, tira de metáfora:

—Es como en la música, Loreak sería una pieza tirando a clásica, y La casa de papel es puro rock and roll, y a mí que tengo gustos amplios me agradan las dos propuestas, el cine de autor y también el comercial, aunque a veces me canse; me gusta dejarme llevar por el artificio. En el caso de La casa, hablamos de un thriller, expresionista en los movimientos de cámara, en los colores; se sale de lo normal. La serie deja el anzuelo para que la sigas viendo. A nivel de guion tiene un enganche brutal. La idea de asaltar una casa de moneda es atractiva, sobre todo para la gente que sufre para llegar a fin de mes. Los teóricamente “malos” son con quienes más identificados se siente la gente—.

Su directora teatral, amiga y mentora es Agurtzane Intxaurraga, quien la descubrió hace casi 15 años, cuando hacía el casting de la telenovela Goenkale. Ella la ve como una amiga más que como una pupila y han trabajado en propuestas que tocan temas de género, de violencia, de vidas de los desposeídos y de folklore, aunque rehúye del encasillamiento. Así describe a su colega:

—Itziar es solidaria, de cuadrilla, de la patota de toda la vida que tiene un aura que engancha. Tampoco le cuesta comprometerse y eso se nota ahora más todavía, y nos hace gracia ver que a los ensayos de teatro nos llegan ramos de flores de Brasil o regalos de países árabes por ejemplo. Tiene un profundo sentido de lo vasco, pero también apertura a nuevos mundos, lo que la llevó a tomar la mochila en sus años de juventud, cuando se marchó a la selva del Perú, y conoció a Roberto Tananta, de la etnia kukama, ya vascoparlante, con quien está casada desde hace tiempo y comparte su banda Ingot—.

En su descripción de Itziar resalta que valora mucho a su familia. —Es hija única pero muy cercana a sus padres—, enfatiza. Su madre, oriunda de Navarra, retomó el aprendizaje del euskera en su edad tardía.

Bolivia y el matriarcado

Pero si hay un lugar más allá de Bilbao donde Itziar Ituño se siente a gusto es entre Los Andes y la Amazonía sudamericana. Su viaje más trascendente comenzó en 2002 y todavía no ha terminado. Se fue a colaborar en Iquitos, Perú, en un proyecto de Fe y Alegría, gracias a una beca de su alcaldía, y terminó revolucionando al pueblo cuando montó un pasacalle con los niños del pueblo.

—Me fui a Iquitos a dar talleres de teatro entre varias escuelitas, por las comunidades; es de las cosas más grandes que he hecho en la vida—, recuerda.

Al año siguiente su cuerpo le pedía más y decidió volver a Sudamérica. Uyuni y La Paz fueron algunas de sus paradas. De allí volvió maravillada por las montañas, nuestra abigarrada cultura y del poder de las warmis, pues siente que las mujeres bolivianas se parecen a las vascas en su mirada de la vida, por su inclinación al matriarcado y por su vocación de resistencia.

De aquel viaje recuerda la magia de las tonalidades opuestas, las lagunas Verde y Colorada, la gaseosa vista de los géiseres y los áridos paisajes del desierto del Silala.

—El salar es una cosa alucinante, recuerdo entre dolores de cabeza [por la altura] aquella laguna poblada de flamencos color rosa, ¡fue una aventura! —.

Al futuro

Ya es agosto e Itziar acaba de terminar un nuevo viaje por la selva peruana y un encuentro con la ayahuasca. Encarnar a la inspectora Murillo, una policía de tomo y lomo, no es algo novedoso en la carrera de Ituño y, aunque no es amiga del uso de la violencia, admite que actoralmente es un reto:

—Es un gran ejercicio ponerte en el pellejo de alguien opuesto a ti, a nivel vital y humano. Los personajes [de la serie] son cercanos y eso genera empatía, es gente muy real. Se nos pedía organicidad, [que saliera] de las tripas—.

Cuando se pone enfática, junta las cejas, baja el mentón, lo que junto con sus facciones afiladas y su voz decidida hacen que parezca una guerrera. Si habla de América Latina, suaviza su tono hasta mostrar sus desiguales dientes con una sonrisa, pareciendo otra persona. Su personaje, empero, utiliza muchísimo más aquel primer registro, pues el libreto así lo pide.

Su vida en el mundo real aún no ha cambiado demasiado, pues la oferta laboral no ha incrementado con la misma velocidad que sus redes sociales y fans. De todos modos, la tercera temporada de La casa de papel está ya confirmada con Netflix. El director, Alex Pina, y su equipo están estructurando el guion. De ese texto Ituño todavía no ha tenido noticias, pero sabe que será parte del reparto, pues el colofón de la segunda temporada de la serie deja entrever que sería fundamental su continuidad.

Así vive Itziar Ituño, alias Raquel Murillo, la normalidad de ser una obrera del teatro vasco de día y una superestrella en América Latina de noche.

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