Uno de los grandes de la actual literatura europea, el rumano Mircea Cartarescu, suena desde hace años para el premio que este año no se entregará. Decker Molina juega con las posibilidades

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13 de octubre de 2018, 4:00 AM
13 de octubre de 2018, 4:00 AM

Suele ser el segundo jueves de octubre cuando la Academia Sueca abre, a las 13:00, el portón de su secretaría y aparece el académico que muy breve dice: El galardonado es fulano y lee en varios idiomas la razón. Este año no hay premio porque la Academia está en plena tarea de reinventarse o, me atrevo a decir, está a punto de perder el privilegio. Hace días, el presidente del Instituto Nobel, que da el encargo a la Academia para discernir el premio, está buscando otra institución con mejores calificaciones. Pienso cubrir la ausencia del nobel con la presentación de un gigante que cuenta con una novela del mismo porte, 800 páginas densas.

Tardé un mes en leer y quedé sumergido en un mundo surrealista del que aún no he terminado de salir. Diría: “Escribo este texto encerrado en un cuarto donde puedo levitar”. Advierto que no he leído nada más de Cartarescu, estoy en la cacería de sus libros. Lo conocí de oídas cuando llegó hace años a Estocolmo y, confieso con vergüenza, pensé: Otro escritor de un ex país comunista que presenta la novela-post-sistema-odio-reprimido. De múltiples dimensiones Mircea Cartarescu es un maestro del relato. Solenoide tiene ese no-sé-qué que sumerge al lector, a pesar de que le pican los piojos, huele la pobreza, vomita de asco, admite la existencia de un submundo sobre un solenoide donde hace el amor en estado de levitación.

Ya nadie escribe de ese modo. Reseñar Solenoide no es fácil porque a medida que el relator, un profesor que enseña rumano en una escuela primaria, va contando sus fracasos, su infancia, sus viajes diarios de la casa a la escuela y viceversa, de pronto se interrumpen y otras historias se abren paso, se sobreponen, huyen de la principal, vuelven, revierten y desaparecen. Hay una escena clave del relator sin nombre. Es alguien que quería ser escritor, tenía toda la voluntad, la entereza y la necesidad existencial.

Se presenta en una velada literaria en la Facultad de Letras, en los que los aspirantes a escritores deben leer algún trabajo, el personaje lee un poema largo y la audiencia desgarra verso por verso el texto del aspirante y lo condenan a seguir siendo un profesor de rumano en una escuela primaria con alumnos llenos de piojos. Nos llega a todos los que escribimos porque el fracaso vive a la vera, es el monstruo que engendra el derrotismo, sopla al oído el desánimo, el monstruo que arrolla al amor propio y hace perder seguridad. Solenoide es una fuente de conocimiento impenetrable.

La escritura de Cartarescu nos conduce a varias dimensiones, incluida la cuarta. La otra escena que me conmocionó es una pieza morbosa, pero fascinante de un niño (el relator) en un sanatorio. Pienso que Cartarescu recreó La Montaña mágica, de Thomas Mann, y la puso al nivel de cuento de niños con una maestría envidiable. Mircea Cartarescu advierte al lector que su narración no es una novela, Solenoide es una experiencia. No estoy de acuerdo con el autor, para mí es una novela real y surreal. Es un libro que exige dos y tres lecturas. Estoy seguro de que, como el Ulises, de Joyce, cada lectura es una nueva experiencia. Cartarescu es para mí el nobel de 2018. 

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