La tercera versión de la bienal de arte sonoro será desde el 3 de julio en La Paz. En Santa Cruz hoy concluye el proyecto de residencias con una performance en el Goethe Zentrum

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30 de junio de 2018, 4:00 AM
30 de junio de 2018, 4:00 AM

El sonido es algo que nos rodea en cualquier circunstancia. Aunque es un elemento no tangible en la naturaleza, puede ser experimentado y, además, investigado. Un movimiento que se ha ocupado no solo de transformarlo en una disciplina, sino también de darle un sentido virtuoso es el arte sonoro.

Como parte de un intercambio de experiencias entre artistas locales e internacionales, del 3 y al 27 de julio se desarrollará en La Paz la Bienal Sonandes. Se trata de un festival internacional de arte sonoro fundado en 2014, que se dedica al fomento y difusión de prácticas sonoras contemporáneas, a través de instalaciones, conciertos, intervenciones urbanas, talleres, conversatorios y residencias. Participan investigadores que experimentan con sonido de diversas maneras, generando propuestas y experiencias.

Despertar nuestros sentidos ante los constantes sonidos que se producen a nuestro alrededor es parte de los objetivos de la bienal, que este año amplía su alcance a escala nacional. En su tercera edición, Sonandes apuesta por la realización de residencias artísticas que se vienen desarrollando desde mayo en seis ciudades de Bolivia (Santa Cruz, Tarija, Cochabamba, Copacabana, La Paz y El Alto), con el objetivo de impulsar investigaciones en zonas en situación vulnerable, sugeridas por los residentes invitados. Estos, junto a un grupo de creadores locales, han desarrollado proyectos, vinculándose con estas poblaciones y concentrándose además en temáticas actuales. 

 “Un objetivo importante que se ha sumado este año es el de generar un impacto a largo plazo, a partir de las investigaciones, los talleres y los resultados colectivos con las poblaciones específicas que han participado. Es esencial asegurar una proyección más allá del festival mismo, influenciando de forma positiva a la sociedad”, señaló Guely Morató, directora de la bienal. 

La idea de las residencias es llevar las experiencias sonoras hacia el público en general. En el caso de Santa Cruz de la Sierra, desde el 14 de junio y con el apoyo de la Aecid y el Goethe Zentrum, vienen trabajando los artistas residentes Pablo Mansilla (Bolivia) y Rodrigo Ríos (Chile) realizando productos sonoros que se presentarán en contenedores en La Paz. 

Para ambos ha sido muy interesante participar de esta experiencia, que incluyó a personas con ceguera que han aportado con sus reflexiones en torno al sonido y se ha logrado un intercambio entre la propuesta de los residentes y la de ellos. 

Esta semana fue intensa en los ensayos de cara al trabajo final de la residencia. A través de micrófonos de contacto conectados a diversos objetos, desde cuencos de metal y baldosas de cerámica, hasta bolsas de plástico y cuerdas de nailon, se logró un experimento que buscaba la escucha de lo inaudible.

El resultado se presentará hoy, a las 19:30, en el Goethe. “Habrá una performance con los chicos, una especie de concierto. La respuesta ha sido muy buena. Ellos tienen más desarrollado el oído, lo cual enriquece la experiencia, pues nos enseñan que la cuestión de lo táctil es fundamental para saber apreciar algunas cosas que los demás no logramos”, afirmó Mansilla. 

Rodrigo Ríos es un referente de este oficio en el continente desde hace varios años. Ha participado en numerosas actividades vinculadas al arte sonoro, al que define como un compendio de expresiones artísticas en torno al sonido. El chileno aclara que el arte sonoro se diferencia de la música (un tipo de arte per se), básicamente, porque en la primera siempre hay una inclinación hacia los recursos melódicos y rítmicos y a la conjunción de todos estos elementos, que derivan en la composición musical. “Ya sea que venga desde lo docto o lo popular, de la mezcla de ambas formas o de las cosas más experimentales, la música busca siempre un mismo resultado. En cambio, el arte sonoro, a pesar de que puede poseer cierta estructura con un clímax y una resolución, en general tiene más que ver con texturas, duración y formas”, explica Ríos. 

El arte sonoro, por definición, es nuevo. Nace de la intersección de la música experimental de los años 50 y 60 en EEUU con los movimientos artísticos de esa época.  Uno de esos movimientos artísticos era Fluxus, una especie de colectivo, creado por  George Maciunas, en el que participaba la artista conceptual japonesa Yoko Ono. A través de diversas expresiones como el video arte y el happening, su trabajo fue clave en el sentido de romper las barreras del arte contemporáneo. “Es gente que, de alguna manera, se destaca por querer ocupar el sonido como materia de construcción para su obra. Y no la música. Si bien hubo gente dentro de estos movimientos que hizo trabajos netamente musicales, para otros fue solamente el sonido el objeto de sus estudios e investigaciones”, afirma el artista sonoro. 

El estadounidense John Cage es pionero y uno de los máximos representantes del arte sonoro. Cage rompe los esquemas de la música contemporánea con obras que incluían 4 minutos con 33 segundos de silencio. Por ello fue elogiado y vilipendiado.

A propósito del silencio, Ríos admite que también tiene su protagonismo dentro del arte sonoro. “Considero que el silencio es muy importante dentro del proceso de diálogo. Y cualquier forma de expresión y comunicación requiere de diálogo. Cage decía también que, de alguna forma, el silencio puro no existe, porque aunque uno se meta en un lugar donde no hay ruido, como la cámara anecoica, empieza a escuchar de repente el ritmo del corazón, de la sangre que circula, de la respiración, etc. Al respecto, existe el naat yoga, que es el yoga del sonido. Estamos hablando de una práctica basada en una disciplina milenaria que considera tanto el sonido como el silencio las herramientas para encontrar la clave de los misterios de la existencia”, añade el experto.

Ríos está convencido de que la principal potencialidad del arte sonoro está en redescubrirse. “A pesar de que el bolero tiene más de 70 años, hay gente que ahora está tocando su bolero. Esa es la cuestión, poder estar en el ahora. Es mi canción, es mi sonido. Todo tiene la potencialidad de redefinirse, de seguir experimentándose. Es como el sonido del agua, que yo lo he escuchado, pero mi hijo no, porque todavía no nace. Cuando nazca, va a descubrir nuevos sonidos”, reflexiona Ríos.

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