El artista expone su más reciente muestra de pinturas en Manzana 1 Espacio de Arte. Kuramotto rememora su trayectoria sin dejar de lado la honestidad y esa voz reflexiva y crítica como pensador que lo ha caracterizado

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10 de noviembre de 2018, 4:00 AM
10 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Tito Kuramotto pertenece a una época en la que el arte no era una profesión, era una pasión, como una relación con la pareja en la que no se piensa en un oficio, sino en algo que se llega a amar. Cuando tenía 12 años, vio en la revista Selecciones un artículo sobre Camille Corot, un famoso paisajista del siglo XIX, anterior a los impresionistas.

El joven Tito se enamoró de esa pintura. Desde aquella vez buscó la manera de hacer del arte su forma de vida. Y así lo ha hecho por más de seis décadas.

Con 77 años, Kuramotto posee una obra diversa que ha recorrido y acompañado la historia de Santa Cruz, a través de sus relatos sobre personajes e íconos culturales como el tacú, el carretón, el trapiche, pero también de la naturaleza y el arte abstracto. Junto con Marcelo Callaú, Lorgio Vaca y Herminio Pedraza es integrante de aquel grupo de creadores que cambió el curso de la plástica cruceña en la década de los 60. Posee una pintura original de auténticos calores y colores, los cuales son un fiel reflejo de su entorno social y geográfico, de la vida de su pueblo, sus pasiones, su fuerza y su manera de vivir.

Para ello se ha valido de las múltiples herramientas que ha ido recolectando a lo largo de su carrera, acompañando los cambios y haciendo frente a los desafíos de la modernidad. En los últimos años ha tomado particular atención a la naturaleza regional, a través de una técnica que domina y con la que se siente a gusto; el óleo sobre lienzo.

Mediante estos materiales, recrea árboles de toborochi, tajibo, motacú, bejucos, helechos, así como escenas de la geografía oriental, que le es familiar. Son imágenes que el público puede apreciar de cerca hasta el 9 de diciembre en Manzana 1 Espacio de Arte, donde expone una colección de 34 pinturas de gran formato y con elementos de la naturaleza como eje temático. El haiku, que es parte de su obra, canaliza ese sentir.

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Cuando empezó, Kuramotto hacía acuarela, témpera y pastel, dibujaba con lo que tenía a su alcance, hasta con pluma de ave, tinta china y aguada. Llegó un momento en que analizó su labor y concluyó que no iba a sacar nada haciendo de todo. Entonces el óleo se convirtió en la materia por excelencia de ese espíritu creativo, en una extensión de su mirada.

“Incluso mis bocetos los hacia al óleo en pequeños cuadritos. Luego me pintaba cuadros que ponía al sol para ver en cuánto tiempo se desteñían. Y rehíce muchos de los experimentos que veía en los libros. Llegué a la conclusión de que había comprendido la técnica y tenía que continuarla.

Me encontró tarde el acrílico y no me gustó, porque se secaba muy rápido. El óleo es lo mío”, comenta el artista. Llegado el momento, empezó a trabajar con las manos y a prescindir de los pinceles, a los que acude solo para crear una especie de bocetos, a los que va poniendo los colores en poca cantidad. A medida que la obra va tomando forma, logra una identidad, hasta entonces el artista ya se habrá embadurnado los dedos y los convertirá en la herramienta esencial de su labor.

“Hasta la firma la hago con los dedos”, menciona. A Kuramotto no le interesa la ciudad caótica, ni las calles, tampoco los edificios. Nada hecho por el hombre, ni siquiera el mismo hombre. No necesita del caos de la creación humana, porque en la naturaleza misma encuentra su propio caos y con eso le basta. “Hallo cierta armonía en todo eso; además, la naturaleza es arbitraria porque nace donde quiere. Es diversa, no tiene la subjetividad de un jardín bien podado y armado. La naturaleza hace su propio trabajo y crea su propia belleza, es la imagen primigenia de la historia del mundo. Eso es lo que trato de capturar”, explica.

Parte de esa búsqueda incluye viajar, ir al bosque, observar y luego hacer las cosas de memoria. No se detiene a plasmar lo que ve en ese instante, porque le interesa crear su propia vegetación, su propio bosque. Por ahora, la gente reconoce al toborochi y al tajibo en sus imá- genes, pero llegará un momento en que sus plantas se tornarán irreconocibles. Pero nunca dejarán de ser Kuramotto. Cada vez le interesa menos lo figurativo, prefiere mantenerlo al margen. “Actualmente hay mucha figura humana, en las revistas, en la televisión, en los letreros, en los celulares.

La figura humana está agotada”, asegura. No obstante, destaca y recuerda con cariño a Herminio Pedraza, quien logró atornillar en un mismo pedestal la figura humana, la naturaleza y las costumbres del habitante de esta tierra.

“Durante un tiempo íbamos por la misma línea. Pedraza tenía la ventaja de pertenecer a un estrato social bajo. Vivía en una casa pobre. Él supo salir de ese ambiente hasta ser un artista superando esos escollos. Rara vez sucede eso. Son pocos los artistas que han surgido del sector obrero, porque esa gente está en otra. Está pensando en qué llevar el sustento diario al hogar”, comenta Kuramotto. La libertad es lo que hoy provoca mayor interés en Tito Kuramotto Medina, quien no deja de lado su preocupación por la mirada que tienen del arte las actuales generaciones. Parte de ese pensamiento lo plasmó en una especie de manifiesto en contra del arte contemporáneo, que hizo público el año pasado en uno de los muros de la Uagrm, donde da cátedra en la carrera de Arte. El mismo texto se puede leer en la muestra de Manzana 1. “El arte hoy es bastardo, una obra no tiene valor, porque, lamentablemente, ha desaparecido esa línea que dividía la creación artística de cualquier cosa que se hacía llamar arte. Si uno quiere que algo sea conocido o que tu obra sea valorada por el público, tiene que hacer un show. A mí me repugna eso”, finaliza Tito Kuramotto

 

Kuramotto recrea árboles de toborochi, tajibo, motacú, bejucos y helechos
A Tito lo cobija su taller en su domicilio, repleto de arte y con música clásica de fondo

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