David Foster Wallace, uno de los escritores más influyentes de la narrativa contemporánea, murió hace 10 años. Se ha recuperado una conversación perdida durante años con el autor de culto

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15 de septiembre de 2018, 4:00 AM
15 de septiembre de 2018, 4:00 AM

David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962) fue uno de los narradores más influyentes del panorama literario internacional de las últimas décadas y su magnum opus, La broma infinita, una novela que rebasa el millar de páginas e incorpora más de 400 notas que constituyen otras tantas ramificaciones tentaculares de la narración central, marcó un hito en la historia de la literatura reciente. Convertido en un mito que trasciende la esfera de lo literario, su influencia sobre narradores de todas latitudes no hace sino aumentar con el transcurso del tiempo.

El 12 de septiembre se cumplieron 10 años de su muerte. Las circunstancias de aquel trágico suceso son muy conocidas. Aquella tarde, su mujer tenía una inauguración de sus obras pictóricas en una galería ubicada en las cercanías de Claremont, California, donde vivía la pareja. De manera un tanto inesperada, en el momento de salir, Foster Wallace anunció que prefería quedarse en casa. Cuando su mujer regresó lo encontró ahorcado en el garaje de su vivienda. Su reputación había ido creciendo de manera paulatina, convirtiéndolo en un ícono de lo que habría de ser la literatura del futuro Esta entrevista inédita forma parte de una serie de conversaciones que mantuve con el autor durante varios años a partir de 2000, y se integra en el libro Walt Whitman ya no vive aquí (que publica Sexto Piso).

__ Ya sé que en estos momentos no está dando clases en la universidad, pero me gustaría preguntarle por los libros que suele asignar a sus estudiantes cuando imparte cursos de escritura creativa...

Con los estudiantes de licenciatura imparto cursos temáticos, de modo que las lecturas dependen del diseño del curso. He enseñado mucho a Cormac McCarthy, por quien siento una gran admiración, a Don DeLillo, William Gaddis… ¿Quién más? Bastante William Gass, aunque por lo general sus primeros libros. Y mucha poesía… Yo no soy poeta, pero soy un ávido lector de poesía, de modo que enseño mucha poesía contemporánea.

__¿Se considera un escritor accesible? ¿Sabe qué clase de lector se acerca a sus libros?

Yo creo que la ficción que escribo es bastante accesible, aunque va dirigida a gente a la que le gusta de verdad leer y piensa que la lectura es algo que requiere disciplina y esfuerzo. Como sabrá, la casi totalidad de lo que se publica en Estados Unidos son libros que a veces pueden ser buenos, pero cuya lectura no requiere demasiado esfuerzo, el equivalente de ir al cine a ver una película entretenida. Casi todo el dinero que genera la literatura procede de libros que la gente lee cuando viaja en avión o está en la playa. Mis libros no son así. La mayor parte de los narradores americanos con los que me relaciono escriben ficción más difícil.

__Según usted, La broma infinita es una novela esencialmente impregnada por un sentimiento de tristeza.

¿Qué otras intenciones tenía cuando empezó a escribirla?

Lo que quiero decir con eso, a propósito de la cultura americana, en particular para los jó- venes, es que, desde el punto de vista material, Estados Unidos es un lugar magnífico para vivir. La economía es muy potente y hay gran abundancia de medios. Cuando empecé a escribir La broma infinita tenía treinta años, pertenecía a la clase media alta, era blanco, nunca había padecido ninguna forma de discriminación, desconocía cualquier forma de pobreza de la que yo no fuera el causante y la mayor parte de mis amigos se encontraban en una posición parecida. Y sin embargo, la tristeza es algo tangible, está ahí, es una realidad.

__Por su edad, forma parte de un grupo que ha heredado una tradición literaria que los escritores como usted están intentando transformar. Hay muchas maneras de entender la literatura, pero es evidente que entre los jóvenes escritores norteamericanos de hoy hay muchos que están intentando escribir ficción de otra manera.

¿Se siente parte de un grupo así, y qué papel desempeñaría su trabajo dentro de ese grupo?

La verdad es que no lo sé. Las primeras veces que me preguntaron eso yo era muy joven, pertenecía a la que entonces era la generación más reciente de narradores americanos, pero después han venido otros…

En la narrativa americana surge una nueva generación cada cinco o siete años. Se me suele asociar con gente como William T. Vollmann, Richard Powers, Joanna Scott, A. M. Homes, Jonathan Franzen o Mark Leyner. Todos rondan los cuarenta, Powers y Scott tienen algo más de cuarenta, yo tengo treinta y ocho. Todos empezamos a publicar por la misma época. Como grupo somos un porcentaje bastante pequeño, la mayoría de los escritores jóvenes en activo cultivan lo que yo llamo Realismo, con mayúscula, escriben de manera tradicional, en tercera persona, bajo la mirada limitada a un narrador omnisciente.

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