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19 de abril de 2024, 4:00 AM
19 de abril de 2024, 4:00 AM

Como si no faltaran problemas por resolver, a medida que nos acercamos al fin del mandato del Presidente del Estado comienzan los preparativos electorales frente a un escenario que podrá tener dos diferencias respecto al pasado: Una, que no es seguro que el MAS gane las elecciones; por tanto, dos, que hay posibilidades de que algún sector de la oposición obtenga los votos necesarios para arribar al rascacielos presidencial.

La condición para que suceda lo primero es que el MAS mantenga la división entre evistas y arcistas, lo cual es posible porque su diferencia sustancial no es de orden ideológico, que sería fácil superar con el apoyo de la ALBA o los desempleados del Grupo de Puebla. Las diferencias radican en quién estará alojado en la residencia presidencial los próximos cinco años, quiénes tendrán pegas y quiénes tendrán garantizada su impunidad. Tres aspectos que son mucho más fuertes que alguna disidencia doctrinal.

De igual manera, la condición para que algún sector de la oposición gane es que quienes la conforman eviten la dispersión del electorado a través de acuerdos sobre candidatos, programas y (agrego) futura gobernanza, lo cual también es muy difícil de lograr.

Creo que de lo que se trata es de superar la hegemonía populista, autodefinida de izquierda o libertaria (que en realidad son las dos caras de una propuesta autoritaria) vía la recuperación de valores e institucionalidad democráticos. Podría ayudar al debate reseñar un artículo escrito por el politólogo argentino Luis Quevedo y publicado en La Nación.

Quevedo informa que la lista que realiza anualmente Transparencia Internacional de los diez países más transparentes del mundo, coincide con la lista de los países con mejor nivel de vida que realizan la Universidad de Pensilvania y US News Report and World y con la que elabora el Financial Times sobre las democracias más plenas: Suecia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Países Bajos, Alemania, Singapur, Canadá, Australia, Suiza, Bélgica, Irlanda, Taiwán.

Aclara que “en cada lista hay pequeñas variaciones, suben unos y bajan otros; pero forman un elenco estable”. Las similitudes que tienen estos países son que cuentan con los mejores resultados en las pruebas educativas PISA; se trata de naciones democráticas en los que “sus gobiernos no suelen ubicarse ideológicamente en las estridencias de los extremos, tienen una alta calidad institucional, están insertos en la cadena de producción y comercialización internacional, no son populistas, carecen de líderes que creen que con ellos comienza la historia y, quizás lo más importante, sus ciudadanos se identifican con el Estado. Por eso lo cuidan y están persuadidos de que su buen o mal desempeño tiene directa relación con su calidad de vida, su presente y su futuro”.

Además, tienen un Estado en el que rigen políticas públicas que atienden en forma más que aceptable las cuestiones sociales de su población. “¿Son de izquierda? ¿Son de derecha? Depende, a veces de centro izquierda, a veces de centro derecha, a veces de centro”. Son países de “economías capitalistas, políticas liberales y cultura abierta, con un Estado regulador e impulsor de políticas sectoriales”. Todos defienden su cine, promueven las artes, tienen políticas culturales de apoyo al teatro, a la música, a la conservación de su patrimonio cultural, a la promoción de la formación artística, la educación estética y la diversidad creativa, respaldan sus industrias culturales, y consideran que es posible “crear valor a través de la creación artística y de entretenimiento” y no consideran que la cultura es un gasto. Además, ninguno tiene una televisión oficial para hacer propaganda del partido o del líder gobernante ni mantiene agencias estatales de prensa con periodismo militante.

Bien valdría entones que los aspirantes a gobernar el país y muchos ciudadanos, hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, dejemos de mirar a los Maduro, Ortega, Erdogan, Bukele, Milei o Trump como ejemplos a seguir e insistamos en recuperar la democracia que es, parafraseando a Churchill, el sistema menos imperfecto hasta ahora conocido.

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