Libre competencia para mejorar la educación
Santiago Laserna | Experto en economía creativa
Hace poco se lanzó en Cochabamba el libro “Creatividad y Emprendimiento: nuevas economías en Bolivia”, por medio de Ceres. Dentro de él, me tocó escribir un artículo en el cual buscaba analizar cuáles son los roles que los bolivianos consideran los más importantes para el Estado, en base a una encuesta que realizamos específicamente para el libro. Y fue un grato resultado encontrar que la educación es la prioridad número uno de los bolivianos, con el 72,5% de los encuestados afirmando que “es muy necesario que el gobierno mejore la educación de las personas”.
Sin embargo, es importante entender que, por más que la mayoría de los bolivianos considere muy importante que el Estado mejore la educación en el país, eso no quiere decir que es necesario que sea el mismo Estado el que se haga cargo de administrar, mucho menos diseñar, esa educación. Es más, se puede argumentar que lo mejor que podría hacer el gobierno actualmente, sobre todo dadas la ausencia de recursos y falta de institucionalidad que están asfixiando al país, es dejar que la educación sea ofrecida por los que mejor saben hacerla y de la manera que mejor saben hacerla: compitiendo entre ellos.
Si algo han demostrado los últimos 200 años es que la libre competencia es el mejor escenario para que la humanidad logre disfrutar de productos y servicios diversos de alta calidad que responden a medida a las diferentes necesidades y demandas de la población.
Y una educación de alta calidad es un servicio que debería medirse bajo los mismos parámetros: la satisfacción del cliente, que en este caso son las familias bolivianas. Nuestro sistema educativo actual simplemente no alienta una verdadera competencia entre colegios, por ende, tampoco la diversidad de oferta. Existe un nivel de intervencionismo y uniformidad tan alto en el contenido que el Estado obliga a impartir a los alumnos de colegio primaria y secundaria que las familias bolivianas no tenemos en realidad muchas opciones para decidir qué tipo de educación queremos para nuestros hijos.
No todos los niños nacen con la misma predisposición a tener las mismas habilidades, y no todas las familias tienen las mismas prioridades. Por lo tanto, es importante que se cree un ambiente donde se fomente la competencia entre colegios para que cada uno pueda proponer un sistema que se adecúe a las diferentes necesidades y preferencias de la población.
Pero es necesario reconocer también que un sistema educativo abierto al mercado no siempre llegará a las familias más necesitadas, para las cuales la educación es muchas veces el factor decisorio más importante en sus oportunidades de movilidad social. Y es justamente con esto en mente que resulta más urgente que nunca ofrecer a estas familias acceso a una educación de calidad, a una educación de diversas instituciones que compitan entre ellas ofreciendo modelos educacionales diferentes; que enseñen a pensar en lugar de enseñar qué pensar.
Una manera de hacer esto, que no implique seguir movilizando el pesado aparato estatal que evidentemente no logra resultados eficientes en ningún campo, es una que se ha estado logrando de manera exitosa en muchos países: vouchers educativos, los cuales podrían incrementar la efectividad de los esfuerzos por mejorar el nivel de educación en la población de recursos escasos.
Los vouchers educativos permiten a las familias utilizar fondos públicos para pagar la matrícula en escuelas privadas, brindándoles más libertad de elección. Estos programas han sido implementados exitosamente en varios países, desde Suecia hasta Colombia y Chile, logrando resultados evidentes en la calidad del capital humano en su población. En Bolivia, para que esto logre el impacto deseado, es necesario empezar reconociendo que son los colegios privados los que, por medio de la libre competencia entre ellos, pueden lograr ofrecer una educación que nos ayude a innovar, emprender y crear el futuro que finalmente logre diversificar y hacer crecer nuestra economía.