Un paseo por la 'heroica' para degustar sus rincones

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7 de abril de 2019, 3:58 AM
7 de abril de 2019, 3:58 AM

n golpe de calor al salir de la manga del avión te da la bienvenida. El taxi va entonando, paralelo al mar, la música de la radio y la verborragia del conductor avisando que estamos recién llegados a La Heroica.

La sal del aire se mezcla con el azul intenso de un cielo abrazador y el viento le despoja a cualquier peinado las ganas de quedarse quieto.

Bajo el ruido de los carros, bocinas, frenos y vendedores, el asombro va al compás del paseo.

Dentro de una ciudad hay otra, la “ciudad amurallada”. Esa que vio pasar a miles de esclavos derrotados, hoy es ingreso del visitante que irrumpe en un nuevo espacio mágico y donde se escribe la historia que el turista va a buscar.

La puerta del reloj

El reloj es punto de encuentro. La plaza de La Paz recibe y despacha a miles de personas de todas las nacionalidades. Esbelto, amarillo y elegante, orienta y marca el ritmo del paseo. Al menos cuatro nombres son conocidos de este punto neurálgico de la ciudad: La puerta del reloj, el reloj, la torre del reloj o la boca del puente. Esta última acepción viene del periodo colonial cuando existía un puente levadizo al pie del canal, que unía la ciudad amurallada con el barrio popular de Getsemaní. Un recurso para defenderse de la irrupción de piratas y bucaneros.

He aquí la puerta de ingreso al centro histórico de Cartagena de Indias. Decenas de vendedores ambulantes reciben al forastero con un manojo de sombreros, una diatriba de viajes a las islas más cercanas, anteojos de sol en un escaparate manual, pañoletas, collares de perlas y piedras, ofertas de bocaditos y otras variadas estridencias. Al fondo, las exquisitas cocadas, dulces de todo tipo y sabor que aguardan bajo un corredor refrescante de quioscos cuadrados y prolijos.

Una vez atravesado el primer sortilegio se ingresa por las calles históricas de una ciudad que te pinta la cara. Los vivos colores de sus muros y los balcones a flor de madera y piedra, se mezclan en las primeras cuadras con el comercio vertiginoso de cafés, recuerdos de turistas, confiterías, joyerías y restaurantes para todos los gustos y posibilidades. Las opciones culinarias parecieran no tener límites. Degustar de platos típicos, internacionales, gourmets, al paso y para todo bolsillo es una actividad obligatoria y permanente.

Recorrer sus calles es su mayor atractivo. Pero después de unas horas, el calor hace mella en las reservas físicas, pero existen alternativas. Están las que ruedan entre los elegantes pasos en carruaje, la diversión en bicicleta o detener la marcha y reponer energías. Los free tours con guías inexcusables para saborear los rincones de su historia.

Los aromas de café acarician las empedradas calles que se mezclan con los jugos frutales y los gritos de vendedores de perlas, sombreros, agua y poleras o destinos turísticos cercanos. Los distintos momentos del día le pueden regalar, al más desprevenido, sorpresas agradables e inolvidables.

Se escuchan diversas lenguas y en distintos tonos, que se mezclan con los sonidos del turismo. Ofertas de vendedores, bocinas de funcionarios, carcajadas de juventud y el click de máquinas fotográficas que se estrellan en las esquinas, los balcones colgantes, las coloridas flores y las campanadas de iglesias, templos y catedrales.

Dentro de la ciudad amurallada hay sitios como el Palacio de la Inquisición para mirar por el espejo retrovisor o el Museo de arte moderno para mirar hacia adelante.

Paseo por los museos

El palacio de la Inquisición, hoy llamado Museo Histórico de Cartagena de Indias es la antigua sede del tribunal de la inquisición de la iglesia católica. El edificio data de 1770 en estilo colonial y barroco. Desde 1953 pasó a ser sede del Museo Histórico de Cartagena. A pesar de que en 1568 se implantó la Inquisición en América, quienes la recibieron en primera instancia fueron los virreinatos de Lima en enero de 1570 y un año más tarde en México. En Cartagena, llegó su tercer tribunal unos años más tarde, en 1610. En estos nuevos tribunales predominaron las acusaciones y sentencias por brujerías, bigamia, solicitación, y otras prácticas llevadas a cabo por indígenas y negros traídos de África. De igual forma se persiguió a “herejes” que practicaban el judaísmo, el luteranismo y a quienes distribuían y leían los llamados “libros prohibidos”. Al recorrer sus salas, espacios, rincones, escaleras y arquitectura se perciben sensaciones mezcladas por la admiración de una soberbia arquitectura y la indignante historia de injusticias y atrocidades cometidas en los siglos XVII al XIX.

A pocas cuadras, el Museo del Oro, es otro de los sitios que guarda historia, geografía y antropología. Los pueblos indígenas y sus labores más espirituales reflejadas en el oro y otros materiales que encumbraban sus creencias, su cotidianeidad y su simbolismo más profundo de sus días.

En la plaza Santo Domingo, sitio concurrido y bullicioso, descansa Gertrudis, una escultura de bronce del gran Fernando Botero (1932). Colocada allí en el año 2000. Irresistible a la foto, la obra de 650 kilogramos es un fetiche del lugar. No hay día que uno no se la encuentre y esté tentado, a un nuevo ángulo de encuadre. La escultura es tan maciza como atractiva, tan bella como Cartagena misma. Fue traída de Florencia, Italia en el año 2000 como una donación del escultor antioqueño.

La escultura es célebre y tiene dos partes notoriamente desgastadas debido al mito que todo aquel que toca las nalgas de Gertrudis obtendrá buena suerte y que al tocar uno de sus senos te aseguras un largo romance con tu pareja. Se cree además que eso también asegura el pronto regreso a este maravilloso sitio.

A su alrededor, la pelea de dos choferes que no se dieron el paso oportuno se entremezcla de mirones, aroma de café, comidas, flores y frutas. Los sonidos de la ciudad son interrumpidos por algún rap o trap picante al mejor estilo Paulo Londra que acredita poesía y gracia a cualquier turista desprevenido y pintoresco.

Se pueden vivir momentos apacibles y contemplativos mientras pasea por el centro histórico y cultural de la colorida ciudad. Así como también experimentar un poco más de vértigo en los tours, en el encuentro de personajes ilustres o con estos raperos profesionales de la calle.

Otro de los sitios donde el amante del arte podrá disfrutar es el céntrico Museo de Arte Moderno, que funciona desde 1979. Al ingreso, una crónica exquisita del autor de “Cien años de soledad”, para abrir las puertas a este idilio con un segmento de la historia del arte colombiano y latinoamericano. Se trata de “Un Payaso pintado detrás de la puerta”. Una deliciosa historia que cuenta Gabo sobre la pintura perdida de Cecilia Porras, una de las emblemáticas artistas plásticas colombianas contemporáneas al Nobel.

Hay muestras permanentes y temporales. Todas con un nivel estético, atractivo y envolvente.

La presencia de Gabo

A pocas horas del paseo, Cartagena nos devuelve chorros de historias. Cada esquina, cada balcón, cada vendedor o vendedora tiene una crónica de viaje para contar. No es casualidad que Gabriel García Márquez haya bebido de su inspiración para tejer relatos que maravillaron y siguen sorprendiendo.

El Gabo siempre está, de una u otra manera. Con detractores y fanáticos. No hay un guía o un cartagenero de pura cepa que no lo recuerde o mencione con orgullo a través de alguna de sus crónicas, dichos o sus fantásticas anécdotas. Una de ellas es la construcción de su única casa en Cartagena, de color terracota, en una esquina, construida en los años 80, la que aun recibe críticas porque dicen que no respetó la arquitectura colonial del centro histórico y se “mandó un bunker” en el que hoy vive su familia.

Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía, yergue sobre el muro vecino a su vivienda y cientos de turistas registran a diario su selfie más íntimo en ese rincón cartagenero con el rostro cómplice del autor de “Crónicas de un secuestro”.

Sus cenizas (la otra mitad de ellas descansan en México) llegaron a Cartagena en 2016, dos años después de su muerte, abril de 2014. Hoy en el patio central del Claustro de La Merced las visitas son modestas y silenciosas. Algunos dicen que harán un museo otros aseguran lo contrario.

Cartagena de Indias fue la que lo vio nacer como periodista, brillar con sus letras, aunque en aquel momento, no reconocidas del todo. Cuentan que, al llegar, Gabo era un joven flaco, moreno y con escaso pedigrí para una sociedad clasista, virreinal y hasta discriminadora. Uno de sus apodos era “Trapo loco” por su manera de vestir extravagante y colorida, que escandalizaba a la tradicional clase alta de la ciudad.

En sus novelas “El amor en los tiempos del cólera” y “Del amor y otros demonios”, Gabriel García Márquez plasma imágenes de la ciudad, de sus lugares emblemáticos, pero, sobre todo, de su estructura social.

Bordeando la muralla hacia el poniente, se halla el Museo Naval del Caribe, digno de recorrer por su historia, sus hallazgos y su puesta didáctica. Por más de una hora y media de recorrido se puede conocer detalles de los habitantes originarios y su cosmovisión, la llegada de los españoles, las guerras, los corsarios invasores, las luchas por el poder europeo y las repercusiones en América. La forzosa traída de los esclavos, su impacto, la trata y su protagonismo. Un piso más alto el visitante encuentra una breve sinopsis del amurallamiento de la ciudad, que recorre siglos hasta llegar a la marina colombiana con sus flotas, submarinos, implementos de navegación y todo el mundo naval contemporáneo.

Getsemaní

Pero también vale la pena salir de la muralla, tomar el Camellón de los Mártires y llegar a Getsemaní. No sin antes abrigar un ostensible reconocimiento al Centro de Convenciones, un sitio donde antes albergaba la visita de los mandatarios del mundo, sede de encuentros, firmas de convenios, cenas de gala, reuniones de alta decisión política y económica para el país.

El barrio más cool de Cartagena se llama Getsemaní. Pintoresco y alegre, delicioso para caminar, disfrutar de su música, sus pinturas, sus grafitis, sus platos y gastronomía y la sensación de libertad que provoca recorrerlo.

Deliberadamente vivaz, religiosamente incorrecto.

Calles de banderines multicolores iluminados por cientos de bombillas le dan una sobredosis de alquimia idílica al barrio. Más allá, en un extremo, otra calle de paraguas son el techo de colores que conjuga el cielo azul con un ramillete de sensaciones visuales únicas.

Mientras los días de calor le dan invisibilidad a las sombras y el café es reemplazado por los jugos, helados y cervezas, los pasos se estiran hasta el paseo de los mártires y más allá un transporte público puede alcanzar el objetivo: el Castillo de San Felipe de Barajas. La gran obra que los españoles crearon para defenderse de los piratas que llegaban a saquear los tesoros de la ciudad. Desde sus alturas se divisa la ciudad disipada por la bruma y el sopor. Y para darle su merecido al calor, que no da tregua, el mar.

Las puestas de sol en un café o sentado sobre la muralla que contiene a la ciudad es un clásico para gozar mientras la pelota naranja decide bajar para besar el mar y luego desaparecer.

Por la noche la ciudad se traduce en idilio. Los carruajes suben la apuesta a la delicia de haber llegado a este exquisito rincón del Caribe. Las luces visten de gala la señorial Cartagena, la arquitectura tiene otra calidez y el ambiente despliega su fiesta más larga.

Las playas públicas que bañan a la ciudad halagan su candor y besan con alivio la caliente Cartagena.

Si bien las playas se colman durante el día de vendedores y bañistas, a unos minutos de allí cualquier embarcación traslada a otros sitios de mayor soledad, de playas blancas y aguas transparentes y cálidas. Santa Marta, Islas Barú, Islas del Rosario, Playa blanca, etc. Destinos obligados para disfrutar del aire caribeño a una temperatura ideal con el sol embriagante de placer.

Entre el mar, la playa, sus calles de historia, la cultura y su gente, Cartagena vibra a diario con poco más del millón de habitantes, hoy se erige en uno de los sitios del país que más turistas recibe. Por aire, mar y tierra miles de almas inquietas la visitan y prometen volver porque el encuentro con este paraíso terrenal es una celebración de la vida misma.