Doble agente. Fue director de personal del Departamento Central de Inteligencia de Rusia. Conocía los nombres de los agentes encubiertos de Rusia en el extranjero. En 1990 pasó de ser un patriota a doble agente al servicio de Inglaterra. Fue envenenado. Rusia fue sancionada debido a este caso

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16 de septiembre de 2018, 4:00 AM
16 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Un pez pequeño con un enemigo grande. Así es como los funcionarios británicos ahora describen a Sergei Skripal, un oficial de inteligencia ruso que Inglaterra reclutó como espía a mediados de la década de 1990.

A finales de los 90, Sergei Skripal regresó de Madrid a Moscú, donde fue enviado como agente encubierto a la oficina del agregado militar ruso. Rusia estaba en desorden. Los mineros del carbón, los soldados y los médicos no habían recibido sueldo en meses. Los trabajadores tomaron el control de una planta de energía nuclear de San Petersburgo, amenazando con cerrarla a menos que recibieran su pago.

Enriquézcanse

Pese a la situación, Skripal la pasaba bien. Oleg Ivanov, que trabajó con él en Moscú, lo recuerda como un hombre interesado por mantenerse al día con los cambios en el país. Vivía en un bloque de viviendas en mal estado, conducía un Niva destartalado y contaba historias interminables sobre sus días como paracaidista. Una cosa no encajaba: en los restaurantes, insistía en pagar por todos. “Eso fue algo que lo distinguió”, recuerda Ivanov. “La Unión Soviética colapsó, y toda la ideología soviética que sustentó nuestro Gobierno también desapareció en la historia. Había un eslogan en ese momento: enriquézcanse a sí mismos. Sergei simplemente amaba el dinero”.Eso, dijo, explica la traición de su amigo.

Cuando fue declarado culpable en 2006, la familia Skripal, repentinamente sola, mantuvo su vergüenza en privado. Ivan V. Fedoseyev, de 76 años, vecino de la familia, notó que el Skripal estaba ausente y pensó que se había ido y asumió que había dejado a su esposa, Lyudmila, por otra mujer. “Fue embarazoso preguntar sobre eso”, contó.

Lyudmila rumiaba su amargura hacia los amigos que habían testificado contra su marido. Se quejó de que muchos de sus colegas agentes habían decidido vivir en Occidente después del colapso soviético. “A ellos no los llaman traidores”, decía. Lyudmila llegó a mendigar dinero para enviar algo a su esposo en la cárcel. Enfermó, pero no quiso hacerse estudios médicos hasta que él no estuviera libre. Estaba con cáncer de útero, que se esparció por su cuerpo. Murió.

El hijo de Skripal, Sasha, construyó su vida alrededor de los contactos de la GRU o Dirección Principal de Inteligencia, donde trabajó su padre. Estaba casado con Natalya, hija de otro coronel que vivía en el mismo condominio. Su trabajo también le había llegado gracias a los contactos de la GRU. Cuando se supo de la traición de su padre, todo se desvaneció. Cayó en la bebida y murió el año pasado a los 43 años.

Los soviéticos descubrieron todo. Skripal se reunía secretamente con los ingleses desde 1996, a quienes transmitía secretos a cambio de $us 100.000. No era una gran cantidad (alrededor de $us 12.500 por año).

Cuando los rusos lo atraparon, también vieron a Skripal como un pez pequeño. Los fiscales pidieron una sentencia de 15 años, cinco menos que la máxima, y el juez la redujo a trece porque Skripal decidió cooperar.

Lo mismo hicieron los estadounidenses: el jefe de inteligencia que orquestó su liberación al oeste, en 2010, nunca había oído hablar de él cuando fue incluido en un intercambio de espías con Moscú. Pero a los ojos de un oficial de inteligencia de la misma edad y formación, Skripal era diferente. Ese hombre era Vladimir Putin.

Los dos hombres habían dedicado sus vidas a una guerra de inteligencia entre la Unión Soviética y Occidente. Cuando esa guerra acabó, ambos buscaron adaptarse. Uno surgió y otro cayó. Mientras Skripal intentaba reinventarse, Putin y sus aliados, ex oficiales de inteligencia, tejían los hilos del antiguo sistema soviético. A medida que crecía en poder, Putin reservaba un odio especial para los que traicionaron a la tribu de inteligencia cuando estaba más vulnerable.

En marzo de este año, Skripal fue encontrado junto a su hija, Yulia, desplomado en un banco en una ciudad inglesa, alucinando y echando espuma por la boca. Su envenenamiento con ‘novichock’ condujo a una confrontación al estilo de la Guerra Fría entre Rusia y Occidente, con ambos lados expulsando a los diplomáticos y discutiendo sobre quién intentó matarlo y por qué.

Hace una semana, funcionarios británicos ofrecieron detalles, acusando a Rusia de enviar a dos sicarios para manchar la manija de la puerta delantera de Skripal con un agente nervioso, una acusación negada enérgicamente por Moscú. Los jefes de inteligencia británicos afirman haber identificado a los hombres como miembros de la misma unidad de inteligencia militar rusa, la GRU, o Dirección Principal de Inteligencia, donde Skripal trabajó.

No está claro si Putin jugó un papel en la intoxicación de Skripal, que sobrevivió y se ha escondido, pero decenas de entrevistas realizadas en Gran Bretaña, Rusia, España, Estonia, Estados Unidos y la República Checa, así como una revisión de documentos judiciales rusos, muestran cómo sus vidas se cruzan en momentos claves.

En 2010, cuando Skripal y otros tres espías condenados fueron liberados en el oeste, Putin observaba desde un costado con creciente furia. Cuando se le pidió que comentara sobre los espías liberados, Putin habló y hasta soñó públicamente con su muerte. Poco importaba que el Skripal fuera un pez chico.

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