Un país que cura sus heridas. La memoria histórica obliga a recordar que hace 25 años una guerra étnica liquidó a 800.000 personas en el país africano; sin embargo, queda pendiente un mayor reconocimiento a su capacidad de resurgir

El Deber logo
26 de mayo de 2019, 4:00 AM
26 de mayo de 2019, 4:00 AM

FOTOS: BRINDA KULKARNI / CAMILA OLMEDO 

La sugerencia inmediata de Google, a la búsqueda de Ruanda, es genocidio. La maravilla de la web es que nos permite obtener información de cualquier país del mundo de manera inmediata. El peligro de esto es perder la magia de sorprendernos cuando visitamos y permitimos que el país y su gente nos cuenten su propia versión.

Ruanda es un país pintoresco de valles y montañas. Sus poco más de 26.000 km2 de extensión se pierden fácilmente en el mapa de África. Es un territorio altamente poblado con 12 millones de habitantes, que históricamente era el único de la región que, a pesar de tener diferentes tribus, se consideraba unido.

Eso fue antes que los colonizadores belgas empezaran a marcar diferencias físicas y posteriormente económicas.Así, demandaron que la gente se identifique en tribus como Tutsi - minoritarios-, físicamente más altos y con mayor economía ganadera; o Hutus – mayoritarios-, los más pobres.

Ruanda conmemoró en abril el Kwibuka 25, fecha que marca los 25 años de la tragedia del genocidio en contra de los Tutsi, que dejó más de 800.000 muertos en cinco meses. En abril de 1994, uno de cada cinco ruandeses fue asesinado, en su mayoría por sus propios vecinos, amigos e incluso por familiares. Si bien esto explica por qué la primera palabra asociada con Ruanda es genocidio, la visión 2020 de este país, relacionada con el desarrollo económico y con políticas ambientales y sociales, cuenta una nueva historia del país: El poder de una trilogía.

Resiliencia

Después de visitar el Memorial del Genocidio en esta fecha conmemorativa, con flores frescas y con ruandeses parados en solitud y silencio, no pude parar de preguntarme ¿cómo pudo salir adelante Ruanda después de lo que había vivido?

Por casualidad o destino, obtuve la respuesta atendiendo a una obra teatral basada en la vida real. Acá ‘aprehendí’ el verdadero significado de la palabra resiliencia.

La obra comenzó en un espacio pequeño y apretado. Presentaba solo a dos protagonistas y a una voz que creaba sonidos acústicos que definían el tono de la noche como un grito lleno de angustia, frío, agitado y desesperado. Luego, la escena de una madre que visita la cárcel para conocer a quién quitó la vida a su único hijo. Un joven que se asemejaba a su propio descendiente, la misma tez de piel, la misma edad y, cuando pudo distinguir bien la cara, resultó que el joven fue alguna vez amigo de su hijo.

El sistema judicial implementado exigía que ella lo perdone para que él sea aceptado en la comunidad de nuevo. Sin embargo, ¿cómo podría una madre perdonar y ser vecina de la persona que le arrebató a su único hijo?

La obra termina con la reflexión de la madre: “El amor que siento por mi hijo no puede morir con su cuerpo. Este amor es tan grande y lo siento tan enraizado dentro mío, que yo sé que la persona que más lo necesita eres tú”.

Actualmente, a muchos ruandeses les toca vivir historias similares a la de esa madre. Habitan vecindarios con las mismas personas que quitaron la vida a algún familiar. Otros se quedaron con la eterna duda de a quién deberían otorgar el perdón por haber matado a su madre, hijos o esposos.

Esto es una realidad en Ruanda. Resulta que después de vivir el extremo de un genocidio, la humanidad siente profundamente la necesidad de superación. Así redefine su capacidad para lograr nuevos estándares de convivencia pacífica generados por la resiliencia, que nos enseña una lección de humanidad y amor que debe ser profundamente reflexionada.

Ambición

La avidez ruandesa se puede ver a través de políticas de desarrollo que han triplicado su PIB en menos de dos décadas. El real sentido de esta ambición nacional puede resumirse en el nombre de una mujer: Christelle KW.

Ingeniera mecánica de la Universidad Cristiana de Oregón, en Estados Unidos, comenzó a restaurar proyectos de agua abandonados en las áreas rurales, cuando aún era estudiante. Poco tiempo después fundó su empresa social Water Access Ruanda. Ella aprovechó la oportunidad de poder registrar una empresa en tan solo un día y utilizó la ventaja competitiva de políticas públicas que permiten la innovación social de proyectos privados en servicios públicos. En tan solo cuatro años, Christelle ha logrado crear 50 empleos, generar rentabilidad e implementar 19 quioscos que emplean a un local de la comunidad, para vender agua potable a un precio accesible. El impacto de su trabajo, además de permitir acceso al agua potable, evita que mujeres y niñas caminen cuatro horas cargando entre 20 y 30 litros sobre la cabeza, para llevar agua potable a sus hogares.

La ambición de esta mujer por desarrollar el potencial de su país y por crear un impacto real para mejorar la calidad de vida la llevó a ganar el premio Women Entrepreneuer of the Year Paris 2019. Su compromiso con el impacto que confía alcanzar con su empresa es tan fuerte que rechazó tentadoras ofertas de trabajo en el exterior. Christelle es consciente de que no es tarea fácil dirigir una empresa social, pero apuesta con toda convicción por el potencial de desarrollo integral de su Ruanda querida.

Las lecciones que puedo compartir luego de pasar una tarde con Christelle son varias, pero la que rescato es su profunda y valiosa ambición de confiar en su patria y en su gente. Un apetito que le permite, con tan solo 25 años, concentrar su enfoque en trabajar con personas que tienen el corazón puesto en el lugar correcto y comparten su visión, para llevar a cabo la misión de erradicar la escasez de agua.

2. Madre. Beneficiaria con el proyecto de agua
3. Niños. Las nuevas generaciones viven otra Ruanda
4. El pasado. Centro de la memoria del genocidio Murambi, uno de los seis del país

Consistencia

Lo más curioso al aterrizar en Kigali, la capital de Ruanda, fue escuchar a la aeromoza -por el altavoz- recordando que las bolsas plásticas están prohibidas en el país y que, si alguien tenía una, que por favor la dejara en el avión. En ese momento aplaudí esa ley, pero reconozco que por prejuicio pensé que a veces las leyes medioambientales solo quedan en tinta y papel. Esperaba encontrar alguna bolsa.

Kigali me enseñó que estaba equivocada. No existen bolsas de plástico. No las producen y no pueden ser importadas. La próxima sorpresa fue no encontrar basura en las calles y carreteras. Kigali tiene sus jardineras verdes, las aceras y pasos de cebra pintados y, para sorprenderme una vez más, todos los mototaxistas llevan casco, no solo el que conduce, sino también el pasajero.

Kigali es la muestra de consistencia entre el liderazgo y las acciones que mantienen una ciudad limpia, ordenada y con una Visión 2020 próxima a cumplirse.

Esa Visión 2020, inspirada en convertir a Ruanda en el Singapur del continente, tiene como principal objetivo transformar a Ruanda en un país de ingresos medios. Un país que no cuenta con recursos naturales valiosos apuesta entonces su futuro en el desarrollo del conocimiento, en la educación y la tecnología.

No es novedad que un país en desarrollo tenga su propia agenda para salir de la pobreza. Resulta, sin embargo, novedoso observar el como lo está haciendo Ruanda. La estrategia de implementación de esta visión, con objetivos claros y sub-metas acompañados de un estricto control, efectivamente está logrando resultados.

Dentro del primer objetivo está la gobernanza. Esta se basa en el modelo de rendición de cuentas y en regulaciones que han logrado que Ruanda sea reconocido como uno de los países con menos corrupción de África.

Se dice que para lograr un objetivo uno no debe ser perfecto, pero sí constante. Ruanda lo es, como lo demuestran sus estadísticas y, sobre todo, su diario vivir. Ese ideal de un país comprometido en desarrollarse de manera integral tiene a Ruanda, en medio del continente africano, como el gran candidato para lograrlo.

¿Cómo es posible entonces que un país que acaba de conmemorar 25 años de un genocidio, que dejó un saldo de 800.000 ruandeses muertos, pueda estar en armonía y, al parecer, sincronizado apuntando a una misma visión?

Estas tres lecciones: resiliencia, ambición y consistencia, que en realidad me las compartió un ruandés trabajando para el Banco Mundial, pueden ser las tres palabras por asociar que nos sirvan para tratar de entender lo que este país ahora tiene por contar y enseñar al mundo entero.

Tags