Los padres y familiares de las 44 víctimas que murieron en el hundimiento del submarino desean despedirse de sus seres queridos que siguen dentro del mar. La justicia argentina podría manifestarse

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19 de noviembre de 2018, 4:49 AM
19 de noviembre de 2018, 4:49 AM

No hay manera de nombrar genéricamente a un padre o a una madre que pierde a un hijo porque ese sentimiento es tan innombrable como difícil de entenderlo. En realidad, antes que entenderlo cualquiera rehúye esa posibilidad con el solo hecho de pensarlo.

Y si este sentimiento es ya complejo, lo es más saber que además de que el hijo ya no está, tampoco es posible despedirlo, para así asumir y progresivamente abandonar el duelo, como haría la mayoría.

Es una mezcla de resignación y desesperanza, casi como despertar de un mal sueño pero consciente de que la pesadilla aún no ha terminado.

Eso es lo que podrían sentir en este momento los familiares de los 44 tripulantes del submarino Ara San Juan, que esta semana fue finalmente localizado, luego de ser buscado por un año y dos días, al ser declarado perdido el 15 de noviembre de 2017 en cercanías del golfo San Jorge, a 432 kilómetros de la costa argentina.

Las primeras horas del sábado 17 de noviembre de 2018, 367 días después, el Ministerio de Defensa y la Armada de este país informaron mediante un tuit que el Ara San Juan fue finalmente hallado a 907 metros de profundidad, donde implosionó.

A esa hora, Daniel Polo acababa de llegar a Buenos Aires luego de un viaje de cuatro horas desde Mar del Plata, donde participó, el jueves 15, del acto para recordar el primer año de desaparición del submarino, y donde estuvo como padre del cabo Daniel Alejandro Polo, una de las 44 víctimas.

El acto le había dejado un sabor a poco y una duda rondando la cabeza. Sabor a poco porque lo único que oyó de parte de las autoridades, representadas por el propio primer mandatario de Argentina, Mauricio Macri, es el compromiso de seguir buscando; y duda porque el presidente dijo en el acto que “en pocos días” iban a haber novedades.

Cuando Daniel se enteró de que el anuncio de localización del submarino era oficial, descansó algunas horas y luego retornó a Mar del Plata.

Cirilo Mealla, padre del teniente de corbeta Jorge Luis Mealla, otro de los tripulantes perdidos, también recibió la noticia en Buenos Aires, lo que, al igual que Daniel, lo llenó de emoción hasta las lágrimas, pero también de incertidumbre por no saber si el submarino y los restos de su hijo serían finalmente rescatados.

Esa sensación fue mayor al día siguiente, luego de que el propio ministro de Defensa, Oscar Aguad, reconociera en conferencia de prensa que el Gobierno “no tiene medios” para sacar el sumergible, por lo menos no por ahora.

Ambos, Daniel y Cirilo, volvieron a verse ayer en uno de los hoteles de la Armada, ubicado en la intersección de la avenida Patricio Peralta y el pasaje Julio Muñoz, donde parte de los familiares de las víctimas residen provisionalmente.

Ambos padres están vinculados por el drama que sufren sus familias, pero también porque tienen sangre boliviana. En el caso de Cirilo, incluso la nacionalidad, ya que nació en el municipio de Charagua, en el departamento de Santa Cruz hace 61 años. Daniel, en cambio, es argentino pero de padre tarijeño.

Ambos perfilan en primera persona el recuerdo que tienen de sus hijos, a quienes desean un día no lejano poder dejarles una flor en su tumba.

Una de las últimas ocasiones que Daniel vio y habló con su hijo Alejandro fue en las vacaciones de julio de 2017, cuatro meses antes del incidente. Habían decidido ir a pintar juntos la casa que tienen en Jujuy, pero el plan se frustró porque a Alejandro le encomendaron en la Naval ir a fotografiar, con el submarino, algunos barcos.

Él, Daniel, que era chofer de un bus en Buenos Aires, lo entendió y siguió con su trabajo.

Cuatro meses después, recibió una llamada de Verónica, la esposa de Alejandro, pidiéndole calma y que no se altere porque habían recibido la información de que la Naval perdió contacto con el Ara San Juan.

Esperó dos días, y luego junto a su esposa, que había tenido un presentimiento extraño, partió a Mar del Plata.

“Al principio creía que la Argentina tenía todos los medios para ese tipo de rescate, pero con el pasar del tiempo, entré en desesperanza porque constatamos que no fue así”, recuerda, haciendo referencia a que en la búsqueda fue necesario acudir a otros países y finalmente a una empresa privada de EEUU.

Aunque fueron momentos muy duros, Daniel no dejó de pensar en su hijo y en su padre, y de alguna manera también en su abuelo. Este último combatió en la Guerra del Chaco; su padre, que nació en Padcaya (Tarija), se enfiló al igual que él en el conflicto de las Malvinas; y ahora tenía un hijo marinero perdido por servir a su patria.

Hoy lo recuerda con orgullo, pero también con mucho dolor. Sabe que el apellido Polo está en lo alto de la historia de ambos países, pero no es suficiente. “Todos hablan de los 44 héroes, pero yo no quiero a mi héroe, quiero a mi hijo”, dice en medio del llanto.

Hace algún tiempo tuvo la oportunidad, junto a otros padres, de echar una botella al mar con un mensaje dentro.

- ¿Qué mensaje escribió?

- Le pedí a Dios que me cambiara por él: que me deje a mí en el fondo del mar.

- ¿Qué piensa cuando ve el mar?

- Miro el mar y sé que no me lo va a devolver más. No lo voy a poder ver, él no va a poder ver a sus hijos, pero yo como padre, si Dios me acompaña, voy a intentar suplirlo.

Y es acá donde los recuerdos llueven:

Que querían conocer Bolivia con el abuelo, pero no pudieron hacerlo los tres, que no pudieron estar en su graduación, que lo invitó a conocer el Ara San Juan por dentro, que le encantaba la sopa de maní y, desde luego, la última vez que soñó con el: “Estábamos en casa, charlando. Él quería ir al centro y yo me ofrecí a llevarlo, pero me dijo: ‘Andá tranquilo’”.