Opinión

21-F, mucho más que un símbolo

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18 de febrero de 2018, 7:17 AM
18 de febrero de 2018, 7:17 AM

Tal como define el título del presente artículo, estamos frente a un hecho que -dos años después- sigue representando la determinación de una ciudadanía hastiada, cansada de la arbitrariedad, el latrocinio y los abusos de un Gobierno que se ‘enseñoró’, haciendo creer a la ciudadanía que su poder era para siempre y como ellos determinen.

Tengamos en cuenta que el poder logró imponer un referéndum que violentaba las reglas del juego democrático. La Constitución Política del Estado determinó (y sigue haciéndolo) los modos y mecanismos de elección y las veces que un presidente podía ejercer como candidato (dos); de manera que el afán de cambiar la Carta Magna no expresaba otra cosa que un intento prorroguista y poco (o nada) democrático que encontró en la fecha citada su ‘parate, que hasta aquí llegaste’.

El 51,3% de los ciudadanos dijo no a la intención de repostulación de Morales, pero hubo un nuevo elemento a tener en cuenta: era la primera vez que Morales se presentaba solo a una votación y pedía a la gente que lo califique y el resultado fue el que ya sabemos; de manera tal que pudiéramos decir sin temor a equivocarnos que Morales perdió frente a él mismo y, al exponerse a la calificación ciudadana, la gente lo aplazó.

Ese es el hecho puro y simple. El resultado pudo ser más abultado, claro, si no fuera que en el poder se tomaron el trabajo de ir ‘ajustando los resultados’ a una situación de ‘empate virtual’, no para ganar el referéndum, porque sabían que no lo podían hacer sin confrontar demasiado a la ciudadanía , sino para evitar que la derrota sea más abultada; ello se logró a medias, porque, tal como el mismo Morales lo reconoció, en Palacio de Gobierno lloraron al saber el resultado.
Lo demás corrió por cuenta del poder y también perdió en la batalla de opinión pública. Tal cual, el Gobierno, en su desesperación, decidió ‘armar el cuento’ de que la denuncia respaldada en documentos oficiales del Estado boliviano, donde se mostraron las firmas de registro de un niño y, su posterior reconocimiento como padre, eran una “metira”.

Claro, no sin que antes el propio presidente reconociera su relación con (Gabriela) Zapata y el nacimiento y muerte de un hijo (Morales fue el primero en hablar de muerte, cosa que Zapata negó durante algún tiempo). Y detrás del cuento, las mentiras oficiales se fueron multiplicando. Ferreira salía desesperado a denunciar el ‘bullying” que sufría el niño (invento desesperado para poner al presidente como víctima); o se argumentaba la “parábola del buen padre” a través del “pago de gastos de curación en el extranjero (García Linera)”, hasta involucrar al presidente en otra mentira: “¿El presiente conoció a su hijo?, preguntó Jimena Antelo: “Sí, por lo que él nos dijo” (el mismo García Linera) y así, las mentiras siguieron sumando, para encubrir una derrota y, sobre todo, una situación de la que no pudieron ni pueden salir: Morales ya no representa la idea con la que llegó al Gobierno y la gente no lo quiere más como presidente.

La desesperación del Gobierno por detener la caída libre del presidente los llevó a cometer errores continuos y permanentes: la idea de que “la mentira ganó el referendo” no se puede sostener. Todo lo que se investigó y publicó, finalmente, fue constatado sea por documentos oficiales del Estado, que se presentaron como respaldo, como por la misma Gabriela Zapata Montaño y, finalmente, reconocidos por el presidente: “Ni siquiera había habido el niño, qué mentira, hermanas y hermanos”, Evo Morales, 28 de octubre de 2016. O esta otra: “El 21 de febrero del año pasado, ganó la mentira” (entrevista Telesur, 28 abril 2017).

Claro que hubo mentira. Fue él quien se sentó frente a los medios de comunicación un 5 de febrero del 2016, para asegurar que él tuvo un hijo que había muerto, de manera que lo de la mentira corrió por cuenta del poder, que no perdió por lo del niño, sino porque el votante se cansó de la corrupción, expresada en la relación Morales/Zapata, el gasto dispendioso, la arbitrariedad y el abuso, entre otras tantas cosas.

El 21-F va más allá de lo que el propio Gobierno piensa; es un camino sin retorno; es el anticipado adiós a Morales que sale por la puerta de atrás, pudiendo haberlo hecho mejor.

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