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15 de diciembre de 2018, 4:00 AM
15 de diciembre de 2018, 4:00 AM

El duelo, aunque asociado al dolor, es muy útil como proceso natural de adaptación emocional a una pérdida ya sea laboral, de un ser querido o de otro tipo. Como tal, es positivo e inevitable en nuestras vidas. Normalmente consta de cinco etapas, siendo la aceptación la última y la que marca el comienzo de la sanidad. Sin embargo, cuando el daño es demasiado grande, se torna muy difícil de superar, transformándose en un luto crónico y con consecuencias patológicas. Curiosamente, este fenómeno no se circunscribe solamente a personas, sino que afecta también a naciones enteras.

Aunque Bolivia fue privada hace más de 100 años de su litoral, resulta evidente que hasta la fecha la herida aún no sana. Asimismo, es innegable que, desde la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1904 las cancillerías de Chile y Bolivia han entablado de forma regular conversaciones cuyo eje principal ha sido la mediterraneidad boliviana. Independientemente de la verdadera motivación de Chile, una intención real de mejorar el nivel de integración con nuestro país, o un simple lavado de imagen ante la comunidad internacional para mostrarse como un país abierto al diálogo; el hecho es que estas reuniones han provocado un efecto no buscado por ellos, que fue avivar las esperanzas de nuestro pueblo de recuperar el océano perdido.

Lo anterior, evitó que en nuestro país se dé aquello a lo que todo proceso de duelo debe conducir, la aceptación de la realidad que, en este caso, solo podrá alcanzarse evitando nuevas declaraciones y acciones que sigan alimentando ilusiones. Es poco probable que esta iniciativa surja de nuestra parte, porque la aspiración de una salida soberana al océano Pacífico está inserta dentro de la constitución y el corazón mismo de todos los bolivianos. Sin embargo, aunque suene irónico, la reciente derrota en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, así como la línea de argumentación en base a derechos expectaticios que utilizó Bolivia, terminaron por darnos algo que necesitábamos aún más que el mar, un sentimiento de resignación y de cierre. Más aún si consideramos que Chile ha decidido cerrar todas las puertas a nuevos diálogos sobre la materia, sobre todo luego de dictada la sentencia, que estableció de manera categórica que no tienen ninguna obligación legal de negociar.

Dado los recientes acontecimientos, la diplomacia trasandina ha empezado a poner en práctica una lección tomada de un popular proverbio inglés que dice que no se puede tener el pastel y comérselo al mismo tiempo. Al parecer, entendieron que no pueden desterrar el legítimo anhelo boliviano mientras al mismo tiempo lo siguen alentando con mesas de diálogo y negociaciones para terminar como siempre, ahogándonos en un mar de dolor.

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