Opinión

Argentina: elecciones en tiempos de grieta

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23 de junio de 2019, 4:00 AM
23 de junio de 2019, 4:00 AM

Tras su doble victoria en las elecciones presidenciales de 2015 y en las legislativas de 2017, el Gobierno de Mauricio Macri había logrado consolidar un nivel de fortaleza política y legitimidad popular que ningún líder no peronista había conseguido desde los lejanos tiempos de Raúl Alfonsín, tres décadas y media atrás. La alianza Cambiemos logró incluso imponerse en distritos históricamente controlados por el peronismo y consiguió que un candidato anodino como el exministro de Educación Esteban Bullrich derrotara a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en la crucial provincia de Buenos Aires.

Pero ese apoyo duró poco y hoy, apenas un año más tarde, el macrismo rueda por el plano inclinado de la crisis a una velocidad que se acelera. Caída del PIB, aumento del desempleo y la pobreza, inflación y, marcando el pulso de todo esto, el signo de todas las crisis argentinas: el termómetro enloquecido del dólar. En este panorama, las chances de una reelección de Macri en octubre de 2019, que hasta hace un año parecían aseguradas, se van disipando, a pesar de lo cual el Gobierno aún mantiene el control de la calle y la gobernabilidad.

Revisemos rápidamente la secuencia de acontecimientos que, de tan rápida, resulta difícil de recordar. En octubre de 2017, a dos años de su llegada al poder, el oficialismo obtuvo su segunda victoria electoral. En diciembre logró la aprobación en el Congreso de la reforma previsional, una demostración de su potencia política (al no contar con los votos suficientes, tuvo que negociar el apoyo de parte de la oposición) que sin embargo produjo un fuerte rechazo en la opinión pública. En marzo de 2018 ocurrió lo que muchos analistas venían anticipando y los funcionarios escondiendo: la Reserva Federal de Estados Unidos anunció un aumento de la tasa de interés, lo que afectó a los bonos de los países emergentes y puso en cuestión la capacidad del Gobierno argentino de seguir financiando el gasto con deuda. El banco de inversión JP Morgan se deshizo de sus bonos argentinos y compró dólares. Asustado, el Banco Central argentino quiso frenar la corrida vendiendo reservas, pero el mercado le torció rápidamente el brazo. Si a partir del cambio de contexto internacional la posibilidad de que Argentina accediera a los mercados voluntarios de crédito se había alejado, con los últimos acontecimientos quedaba definitivamente cerrada. Entonces Macri, que ya había cambiado al ministro de Economía, desplazó al titular del Banco Central (más tarde volvería a reemplazarlo) y finalmente el 8 de mayo anunció su decisión de buscar un apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), que consiguió un mes después y que ya ha sido renegociado… tres veces.

La impericia económica demostrada durante este periodo fue notable: mientras modificaba la política monetaria una y otra vez, el gobierno vio cómo el dólar más que duplicaba su valor (pasó de 20 pesos antes de la corrida a 47 pesos al momento de escribir este artículo). La economía, que en 2017 había logrado un tibio crecimiento empujado por algunas decisiones heterodoxas adoptadas de cara al año electoral –los “brotes verdes”–, se frenó en seco. La inflación, que en una economía semidolarizada como la argentina está muy atada a las variaciones del dólar, recuperó su curva de crecimiento: cerró en 47,6% en 2018; la pobreza se disparó al 33,8% y el desempleo al 9,1% (casi 12% en el conurbano de Buenos Aires). En suma, el macrismo, que había llegado al poder con el objetivo de ‘normalizar’, ordenar y relanzar la economía tras una década de populismo kirchnerista, observaba pasmado cómo las principales variables enloquecían. Detrás de estas dificultades se ocultaba la mala lectura económica del Gobierno, derivada a su vez de una interpretación extemporánea del escenario internacional. La deuda financiaría esta transición.

Pero esto no se verificó en la práctica: a diferencia de la otra experiencia neoliberal argentina, la de los tempranos años 90, el contexto global, marcado por la ralentización del comercio internacional y las decisiones proteccionistas adoptadas por varios países, desalentó la llegada de inversiones extranjeras, salvo las financieras y solo durante un tiempo. El Gobierno se encuentra hoy en el peor de los mundos. Con una economía deprimida, sus pronósticos de que en poco tiempo se sentirán el rebote y los efectos positivos de la devaluación han ido perdiendo credibilidad, tal como demuestran las encuestas de expectativas y confianza.

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