Opinión

Candidato a la mala

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28 de febrero de 2019, 4:00 AM
28 de febrero de 2019, 4:00 AM

Las primarias no sirvieron para lo que se las inventó. Ni a medias. Evo quería que su partido le diera el sí que le negó la patria y lo nombrara oficialmente. La mayoría de sus incondicionales no fueron ni a las urnas y, de los pocos que fueron, muchos anularon su voto con rabia. En lugar de ser refuerzo del delito judicial, fueron llamativo termómetro del descontento que cunde, incluso dentro del MAS. A pesar de todo, los jerarcas, fijos en la ruta, siguen empeñados en apoderarse, por las buenas o por las malas, del gobierno de este pobre país.

Les dolió en el alma el referendo de hace tres años. Se inventan historias, fabrican argumentos que solo creen ellos, porque no pueden aceptar la decisión nacional. La borrachera de poder les ha dejado una grave lesión cerebral que les impide vislumbrar un futuro que no sea en el trono.

Para gobernar es imprescindible conocer la realidad, entenderla, ser capaz de vislumbrar los caminos que se irán presentando ¿Cómo van a entender, si no pueden escuchar lo que dijo el pueblo? Han hecho sondeos. Han leído lo que hicieron otros. Tienen a diario las noticias que muestran un país que se les aleja permanentemente, que se distancia del que antes fue su esperanza. Pero no pueden asumirlo. Solo leen lo que quieren leer, no lo que está escrito. Tienen defensas internas que impiden que se les derrumbe el castillo de naipes. Solo captan lo que sintonizan con su ilusión indestructible de quedarse de por vida en el poder supremo.

El malestar crece porque las palabras son las mismas de siempre, mientras la realidad no cambia, no avanza. Crece el malestar porque choca y molesta la soberbia. Molesta que la sed de poder supere todo límite y rompa la racionalidad. Cunde la decepción porque solo se escuchan y se contemplan a sí mismos.

Evo arrastraba a la inmensa mayoría del país hasta que el referendo abrió una rendija que permitió descubrir que brotaba el desencanto. Aunque fue derrota, le llamaron empate y se autoconvencían de que no había existido, pero el malestar crecía, aumentaba. En las sucesivas ocasiones se convirtió en estruendo, pero ni así fueron capaces de oírlo, no pueden verlo. Sueñan que es un empate.

La mejor consecuencia de la ceguera es que no hace falta gastar recursos ni esfuerzos en propaganda. El presidente y su séquito se encargan ellos solos de dar motivos para la rebeldía. Si duele la prepotencia, encarcelan al que les recuerda el 21F. Si da ira que se manipule la justicia, llevan a juicio a los que se les oponen y premian a sus delincuentes. Si criticamos el despilfarro y la corrupción, hacen gala de arbitrariedad y derroche. Y, si nos olvidamos de los problemas políticos, traen por los pelos cualquier pretexto para demostrar soberbia o abuso de poder o despilfarro o arremeten con furia desmedida contra cualquier indefenso ciudadano porque sí.

Lo que tendrán que aceptar será el voto que los castigue y que les abra a la fuerza los ojos.

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