Opinión

Corrupción en el paisaje

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15 de febrero de 2019, 4:00 AM
15 de febrero de 2019, 4:00 AM

El pasado 4 de febrero el empresario y presentador guatemalteco Dionisio Gutiérrez, en entrevista con Jaime Bayly, se expresó de la siguiente manera: “La corrupción ha sido un mal crónico y ha durado tanto tiempo que la gente lo empieza a ver como parte del paisaje”. Yo, que soy boliviano, no tuve ningún problema para hacerme una imagen con aquella declaración. De hecho, las imágenes empezaron a sucederse una tras otra en una ráfaga desoladora. Sentí náuseas y me vi a mí mismo en Diprove, en la Secretaría Municipal de Recaudaciones y Gestión Catastral (SER), en el Organismo Operativo de Tránsito y en todas las oficinas que forman parte de la Policía Nacional.

Gutiérrez no estaba bromeando. Ni siquiera se estaba expresando en un lenguaje poético. Lo que dijo se puede entender en el sentido literal más estricto. Por ejemplo, basta con darse una pasada por la avenida Santos Dumont, a la altura del tercer anillo, para que las palabras del empresario guatemalteco cobren vida. Allí se verá a varios centenares de ciudadanos bolivianos y algunos extranjeros, todos formados en una fila serpenteante y confusa que llega a extenderse cien metros o más. Si a uno se le ocurre circular por ahí a pie, se pueden percibir más detalles. Se advertirá que la oprobiosa fila sale a la calle, copa la acera y obliga a los transeúntes a bajarse a la calzada y exponerse a los peligros del intenso tráfico vehicular de la zona. Se descubrirá también que el paisaje está saturado de pequeños negocios, todos relacionados con el trabajo de la burocracia policial. Hay estudios fotográficos, fotocopiadoras, oficinas de abogados y tramitadores, entre otros. La mayoría de las personas que trabajan en estos negocios son familiares de los policías y se mueven con habilidad entre las filas, las ventanillas y los escritorios. Compran y venden fichas, espacios en las colas e incluso los trámites terminados. Todo esto es contrario a la ley, el honor y la honestidad, pero sucede todos los días y con la ciudadanía en general como testigo, rehén y… ¡cliente!

Hemos pasado tanto tiempo bajo la coacción de los corruptos, que hemos llegado al punto en el que consentimos pagarles para que direccionen la corrupción a nuestro favor, perjudicando siempre a la gente honesta y honorable. No obstante, estoy seguro de que los que no queremos desenvolvernos en un paisaje tan insultante somos la mayoría.

Se nos viene ofreciendo “procesos de cambio” que apenas transforman las cosas…, para mal. Pero el único cambio real se va a originar en nuestra mentalidad y pasa por dejar de aceptar a la corrupción como parte natural de nuestro paisaje, dejar de financiarla y exigir a los gobiernos un servicio honroso y eficiente.

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