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16 de septiembre de 2018, 4:00 AM
16 de septiembre de 2018, 4:00 AM

La tentación de entender la cultura como lo opuesto de estupidez es grande, y aunque la idea parece atractiva, lo cierto es que hay espacios neuronales donde cultura y estupidez se solapan, se imbrican y crean espectros que deambulan amenazantes o se ciernen sobre nosotros. La bomba atómica, el machismo, el poder fétido, el fanatismo religioso, son engendros de la cultura humana, pero también lo son las buenas ideas, el perdón, el sentido de equilibrio, la lucidez, la paz…

La cultura humana es producto de una alquimia errática y contradictoria de ambos mundos. En medio de esos vericuetos históricos, los griegos se dieron el tiempo de contemplar el mundo, los romanos de usarlo y los fenicios de navegarlo. Simples perspectivas, que determinaron e influyeron en muchas cosas que pensamos hoy.

La historia es un estante de opciones culturales desde las más estúpidas hasta las más sabias, simplemente las sociedades deben saber elegir para escribir la suya propia. Ya sabemos qué va a pasar ante tal o cual decisión, no hay secretos, oráculos o dioses que te deben develar lo que sucederá. Elegimos opciones estúpidas, tendremos una historia estúpida. Elegimos una opción sensata, quizás tengamos una mejor historia para contar. Por si acaso, para eso sirve la historia, aunque en la práctica deambula por ahí como un zombi sin nombre.

¿Que sientes al escuchar a Chuck Berry, Wagner o los monótonos cánticos ayoreos o budistas? Eso es cultura, pero damos un paso más si eso te enciende alguna fibra que te empuja a hacer algo nuevo, o tomar una decisión que genera algún cambio en ti o en los que te rodean (si eso suena a discurso de autoayuda, no es el caso…).

La cultura no está en nuestros genes, se va escribiendo en el cerebro y transfiriendo socialmente de padres a hijos, imponiendo de tiranos a sometidos o diseminándose simplemente como virus meméticos (sensu Richard Dawkins). Ello significa que la cultura no está codificada en el ADN ni define un destino. Todo lo contrario, es totalmente mutable y modificable, sino preguntemos a Carlomagno, Da Vinci, Voltaire, Cervantes o Stan Lee, cuyos mundos de algún modo están en nuestros cerebros. Pero… ¿cómo llegaron ahí? Parece que al final es un juego de dictadura y elección; la tradición y las doctrinas ciegas tienden a tatuarte cultura y el pensamiento lúcido te sacude la estupidez.

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