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17 de junio de 2018, 4:00 AM
17 de junio de 2018, 4:00 AM

El sábado pasado, casi al cierre de la Feria del Libro, tuvimos un debate necesario y urgente sobre la ausencia de políticas culturales en Santa Cruz. Incluso el simple anuncio del debate hizo que algunas personas reaccionaron a la defensiva, sugiriendo que “no estamos tan mal” y que hay que celebrar lo que tenemos. Parecería que provocan más malestar los reclamos por las carencias de esta ciudad que el reciente anuncio de que la Secretaría de Culturas quedó absorbida por la cartera de Desarrollo Humano de la Alcaldía cruceña, uno más de los numerosos recortes al área de cultura que han ocurrido durante las gestiones del alcalde Percy Fernández (en los últimos diez años, el presupuesto destinado a cultura no ha superado el 0,5%, a diferencia del 3,5% que el municipio de La Paz se ha comprometido a destinar al área de cultura en esa ciudad). 

Una de las respuestas vino de Paula Peña, historiadora y directora del Museo de Historia de la Universidad Gabriel René Moreno, que afirmó que en Santa Cruz hay librerías de todo tipo, entre las que incluyó a los puestos de libros pirata. Es sorprendente que una funcionaria pública y académica cuente como librerías a los puestos piratas de la ciudad; que los vea como un síntoma de la buena salud del ecosistema literario en Santa Cruz es muy preocupante, porque dice mucho de la forma en que se concibe la cultura desde las instituciones públicas.

Es verdad que los piratas ponen en evidencia la necesidad que tiene la población de acceso a libros baratos. Los libros no deben ser un artículo de lujo solo accesible para una elite, sino que deben estar al alcance de todos. Los piratas son, precisamente, la respuesta espontánea a una ausencia de políticas públicas que favorezcan a la industria del libro. Pero este parche contribuye a largo plazo a ahogar a la industria del libro, porque el pirata no le paga al autor, ni al diseñador, ni al librero, y se piratea sobre todo a los best sellers de autoayuda y de negocios, y en general a la literatura más comercial. 

En el debate del sábado (que pueden ver en la página de Facebook de Periodista Virtual), Ricardo Serrano, editor de la editorial cruceña El País, dijo que  la Alcaldía le pide que done los libros de su editorial a las bibliotecas públicas. Cosa que resulta inaudita, porque nadie le pide a un arquitecto que done una obra a la Alcaldía. Aquí lo que falta, y con urgencia, son políticas públicas que hagan sostenible al área de cultura, y que se deje de pensar en cultura como donación y acto de mendicidad, como bien lo señala el activista Marica y Marginal Christian Egüez, co-organizador del debate.

“El acto de leer es un acto privado, no es un acto social”, dice Paula Peña en su artículo, y esa también es una afirmación sumamente corta de visión. El acto de leer transforma a una sociedad; no hay nada de carácter más social y colectivo que generar pensamiento y discurso. Hay que salir de la forma de pensar dañina que ve la cultura como el privilegio de una elite que la puede pagar. Es indispensable socializar la lectura, no mantenerla privatizada como hasta ahora.

Paula Peña dice que en Santa Cruz tenemos muy buenas bibliotecas. Si quieren ver el estado en que se encuentra la Biblioteca Municipal, dense una vuelta: hay una sola computadora vieja y muy lenta para las consultas del público; el mismo William Rojas, jefe de Bibliotecas, afirmó el sábado que el sistema de búsqueda está desactualizado y no deja ver lo que verdaderamente está en el catálogo, por lo que no se puede saber siquiera qué libros realmente están. También faltan muchos títulos de autores importantes de Santa Cruz o que escriben sobre Santa Cruz.

No se trata de conformarse con una Alcaldía, Gobernación y Estado nacional que dan migajas a la cultura, o con los esfuerzos particulares, que son destacables pero insuficientes, sino de exigir un derecho ciudadano a la cultura y a saber a qué se destinan los fondos públicos. Por eso es reprochable que no hayan querido debatir la directora de cultura de la Alcaldía, Grysell Berlioz, ni el director de la regional del Ministerio de Culturas, Jaime Parejas. Ha habido trabajos muy valiosos desde la gestión cultural en bibliotecas municipales, barrios y colegios, y hay que reconocer los esfuerzos de libreros, editores, Cámara del Libro, centros culturales y profesores de literatura en un medio adverso. Pero no podemos quedarnos en la celebración de lo que se ha conseguido con tanto esfuerzo a pesar de las carencias, sino que hay reclamar entre todos lo que corresponde a las necesidades una ciudad de dos millones de habitantes.   

Aunque en una hora y media no se podía hacer demasiado, dado el alcance de este tema, durante la discusión del sábado surgieron algunos compromisos e ideas: con William Rojas se habló de la necesidad de actualizar el sistema de la Biblioteca Municipal y de completar el catálogo (aunque no sabemos aún cómo ni a quién dirigir este reclamo para que se haga efectivo) y también se propuso sacar eventos como los encuentros internacionales de escritores de la FIL y llevarlos a las bibliotecas, barrios y colegios, una idea muy acertada; Peter Lewy se comprometió a canalizar propuestas y debates a través de la Cámara del Libro; Magela Baudoin propuso que la Fexpocruz deje de cobrar el alquiler a la FIL para abaratar (o hacer gratuita) la entrada para el público. Esas propuestas, aunque recién están naciendo y hay mucho por discutir, surgieron del debate y son más productivas que parapetarse en la autocomplacencia y en el conformismo. Ojalá que se vayan sumando más voces; va a ser muy útil y provechoso escucharlas.

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