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24 de julio de 2019, 4:00 AM
24 de julio de 2019, 4:00 AM

Más de 900 conversaciones en línea, realizadas a través de la red social Telegram, poniendo en evidencia conductas misóginas, homofóbicas, racistas, conspiración para persecuciones judiciales, posibles atentados e incluso aval para disparar a opositores, es la cascada virulenta que cayó sobre los hombros del gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló.

Las demandas de su renuncia crecen y suman desde ciudadanos de a pie, hasta celebridades como el cantante Ricky Martin, con el mismo objetivo: la renuncia inmediata del joven gobernador de la isla.

Y no es para menos, la publicación, atribuida al Centro del Periodismo de Investigación de Puerto Rico, abre al escrutinio público, chats “privados” de Roselló con miembros de su staff ejecutivo, donde abiertamente asume comentarios soeces, descalifica, agrede, insulta y hasta avala que le “metan bala” a una opositora.

Esta clase de filtraciones no son una novedad. Baste recordar el entramado de escuchas a políticos norteamericanos bajo la administración de Richard Nixon conocidas como WaterGate y que le significó su renuncia a la Presidencia en un escándalo mundial.

La aparición de Wikileaks con Julian Assange, para muchos un mercader de la información, que de acuerdo a las últimas investigaciones habría interferido en las elecciones norteamericanas, con el gobierno ruso desde la propia embajada de Ecuador y que le significó su salida a rastras de dicha instalación diplomática para ser conducido a unas celdas británicas, fueron el preámbulo de un pandemónium de nuestra época, ahora es muy fácil poner luz y lupa a conversaciones secretas de políticos, empresarios, artistas e incluso círculos familiares y de amistad.

Todo vale. Todo está sujeto a una filtración. Nada es secreto. Nada queda entre dos personas. La intimidad ha muerto. Fue asesinada en la plaza y frente a los ojos de todo el mundo. El ensayo de Humberto Eco: “La pérdida de la privacidad, nos advierte que la globalización de la comunicación por internet es la crisis de la noción de límite, de las barreras y nos hace reflexionar cuando nos sindica a nosotros mismos como los encargados de renunciar voluntariamente a nuestra vida privada”.

Eco, incluso nos recalca que, en épocas pasadas, las clases privilegiadas gozaban del derecho a la privacidad y de marcar límites sociales, políticos y económicos, mientras que las clases llamadas bajas o súbditos debían aceptar su exposición individual en su entorno, al no disponer de recursos que resguarden su intimidad.

La sociedad está acostumbrada a averiguar la vida privada de los otros. Está en su esencia desde tiempos remotos ya sea por medio del cotilleo que solo tenía validez si sus víctimas no estaban presentes, haciendo que todo este acto de cohesión social permaneciera en el llamado secreto a voces.

Pero ahora, estamos desbordados. El exhibicionismo y la falta de criterio por conocer los límites ha pasado de ser un acto vergonzoso a un factor de aceptación social que le brinda al individuo la satisfacción de sentirse el centro de atención aunque sea por unas horas.

Roselló debe pagar por sus aseveraciones racistas, homofóbicas, misógino y por un largo etcétera de improperios, desde luego, pero lo que más me asusta es ratificar que basta que una persona tenga la sensación de “privacidad” para que ésta vomite todos sus prejuicios y taras en un chat, que luego de filtrarse, es sujeto de lapidación pública. ¿Qué está mal? ¿Las filtraciones que ponen en evidencia nuestros odios o nuestra propia conducta como ser humano?

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