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24 de marzo de 2019, 4:00 AM
24 de marzo de 2019, 4:00 AM

En vísperas del que parece ser el más insípido Día del Mar de nuestra historia contemporánea, el primero que muchos bolivianos quisieran que no se ejecute, parece el momento oportuno para replantear discursos inútiles y desmotivadores, y diseñar reivindicaciones pertinentes y proyectos factibles que promuevan la integración nacional e impulsen nuestro desarrollo integral, dejando atrás lamentos sin gloria.

El pasado desastre de La Haya nos abrió los ojos y dejó en vergonzosa evidencia, ante nosotros y el mundo entero, la fragilidad centenaria de nuestra reivindicación marítima. Ese fallo nos obliga, intelectual, moral y patrióticamente, a revisar y replantear muchas cosas, en tiempos en los que la capacidad de ‘desaprender’ es una de las estrategias fundamentales para enfrentar los colosales desafíos que el Siglo XXI plantea para sociedades atrasadas -productiva, económica y tecnológicamente- como la boliviana.

Hoy no queda duda de que, después de firmar el infame Tratado de Paz en 1904, debimos concentrarnos en exigir a Chile su cumplimiento, mientras nos esforzábamos en construir una nación productiva y competitiva. En vez de ello, nos distrajimos colectivamente con demandas que solo sirvieron para alimentar aspiraciones regionales y promover el menos productivo de los patriotismos, aquel que responsabiliza al otro de sus propios males y socapa la incapacidad, la incompetencia y la corrupción con desfiles y discursos rimbombantes. Parece ser el momento adecuado para liberar a las nuevas generaciones del patético peso de tantas historias de derrotas y fracasos.

Así como no recordamos con pomposos desfiles cívicos y militares el 2 de agosto de 1902, ni el 15 de junio de 1932, fechas en que se iniciaron las guerras del Acre y del Chaco, respectivamente, parece oportuno y pertinente histórica y socialmente no seguir perdiendo el tiempo con desfiles, discursos, marchas, canciones y poemas que ahora han perdido irremediablemente su sentido, al resultar mortalmente heridos su sustento histórico y geopolítico el pasado 1 de octubre.

La realidad, con toda su crudeza, nos señala que ahora es responsabilidad de todos reemplazar esa diplomacia que a la fuerza exigimos erudita en ‘pedir mar’ y apoyo para esa y otras causas perdidas, por una generación de diplomáticos con las competencias necesarias para abrir mercados y promover el desarrollo nacional, con propuestas de integración continental y global que beneficien a los bolivianos.

Que el Día del Mar no siga eternizando el autoengaño y el lamento persistente. Bolivia ya perdió un siglo entero discurseando y reclamando.

En cuanto al comercio marítimo, es hora de concretar todos los esfuerzos para consolidar las diferentes salidas al Atlántico, construyendo rápidamente el puerto fluvial permanente de Puerto Busch, apoyando las mejoras en las terminales estacionales de Puerto Quijarro, que por un tiempo serán cruciales. Es importante fortalecer el puerto amazónico de Guayaramerín, y analizar la restitución de Cobija como puerto fluvial permanente o estacional.

En el Pacífico, es pertinente asegurar el aprovechamiento de las diferentes opciones portuarias que Perú nos ofrece (Ilo es solo una de al menos tres opciones), sin despilfarrar recursos en inversiones no factibles o innecesarias, motivadas por sentimientos y no por razonamientos, al mero estilo revanchista que parece caracterizarnos.

En ese marco, no olvidemos que Arica seguirá siendo, durante varios años, el principal puerto marítimo del comercio boliviano y esa condición demanda una estrategia responsable de exigencia de cumplimiento del Tratado de 1904, así como un posicionamiento apropiado a las condiciones actuales que nos plantea el país vecino, ensoberbecido por el fallo de los jueces internacionales.

Reemplacemos de una vez la mentada y fracasada ‘reivindicación marítima’, por ejemplo, por una ‘reivindicación educativa” que promueva la transformación efectiva de nuestros recursos humanos y el frágil y poco competitivo aparato productivo que ellos pueden mover, realizando los esfuerzos necesarios para que las nuevas generaciones puedan ser innovadoras y no simples reproductoras de lo que el resto de mundo diseña y construye. Complementariamente, promovamos, con el mismo ímpetu con el que intentamos retornar con costa propia al Pacífico, reivindicaciones morales, jurídicas, democráticas y otras que verdaderamente nos ayuden a cambiar, no de forma, sino de fondo, estructuralmente.

Desde esa perspectiva, parece ser la mejor hora de librar a nuestros niños del derrotismo que construye complejos colectivos desmotivadores, y del revanchismo que se inventa enemigos y cierra puertas en vez de abrirlas. Tenemos la oportunidad de construir una nueva generación de niños y jóvenes con mentalidad proyectada al futuro, sostenida por nuevos proyectos nacionales motivadores, compartidos colectivamente en base a la realidad histórica y no a interpretaciones sesgadas y comprometidas sectorial o regionalmente.

Ya es hora de que, definitivamente, demos la vuelta a la ‘página marítima’, la más aparatosa e improductiva de nuestra historia. Es la hora de mirar al futuro, es lo único que nos queda en común. No lo desperdiciemos.

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