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19 de agosto de 2019, 4:00 AM
19 de agosto de 2019, 4:00 AM

Los actos de este 6 de agosto mostraron al otro Evo Morales, con un discurso muy corto, bien estructurado, conciliador, mostrando seguridad, confianza y proyectando futuro. A diferencia de los 13 años pasados, ahora no denunció a los vende patria, no confrontó, no se explayó en cifras y estadísticas, no insistió en sus viejas consignas de culpar de nuestras desgracias al imperialismo norteamericano; por el contrario, invocó y convocó a los empresarios, habló de modernidad y de reconciliación nacional.

El presidente mencionó tener un lindo plan diseñado, no solo con miras al 2025, sino mucho más allá, que moverá la economía nacional e internacional. No quiere ser el mejor presidente de la historia de Bolivia, sino el presidente de la mejor Bolivia de nuestra historia. No cerró su discurso (como tantas otras veces) con el estribillo nada original ni boliviano: “patria o muerte, venceremos”.

No habló, sin embargo, de la desaceleración económica por la caída de los precios internacionales de las materias primas, la drástica reducción de la producción del gas y la significativa rebaja de exportación a los mercados de Argentina y Brasil. Tampoco mencionó los déficits fiscal y comercial y el elevado endeudamiento externo, menos de la “pobreza multidimensional”, que contrastan con la bonanza económica que proyectan los mandatarios. Apenas mencionó los nuevos casos de corrupción, el narcotráfico, la guerra sucia, el proceso eleccionario, el Tribunal Electoral, el horror de la justicia, los elevados porcentajes de feminicidios, etc.

Los cambios del presidente se han acentuado en la medida que sube la temperatura de la campaña con miras al 20 de octubre, incluso antes. Hace algún tiempo no tuvo reparos en asistir a una Iglesia católica y recibir de algún cura “neoliberal” la comunión, cosa que al parecer no había hecho nunca (al menos como presidente). Lo más sorprendente ha sido dejar de ir a Venezuela y participar del Foro de San Pablo, algo raro porque en algún momento se sugirió, incluso, que tenía que asumir el liderazgo político del Socialismo del Siglo XXI, frente a la condena y detención de Lula da Silva.

Este alejamiento del Foro de San Pablo, desnuda que el “matrimonio de hecho” entre los gobiernos de Maduro y Evo Morales se ha enfriado y hasta cierto punto congelado. La excusa de que estaba “enfermito”, como informó García Linera, no pasa de ser una excusa nada diplomática (lo cual no exime que exista subterráneamente una comunicación fluida, por los intereses comunes y deudas pendientes, pues Hugo Chávez le puso un avión exclusivo a Evo Morales y le hizo el lobby en su primera visita a Europa como presidente electo). Sorprendió adoptando un perro de la calle, tratando de mostrar cierta sensibilidad humana, que no había lucido nunca antes.

Todos los seres humanos tenemos aspectos positivos y negativos que aparecen con más fuerza cuando nos convertimos en personajes públicos. Lo evidente es que algunos políticos presentan, en una campaña una faceta de su personalidad, que suele desvanecerse cuando asumen o conservan el maravilloso instrumento del poder. A propósito de la metamorfosis de Evo Morales, en las elecciones nicaragüenses de 2006, Daniel Ortega vistió de blanco, leía la Biblia, cantó salmos, se asemejaba más a un predicador que a un político, proyectó la imagen de alguien que buscaba los consensos en Nicaragua. Mientras Daniel Ortega se proyectaba como un chico bueno, la oposición se sacaba los ojos. Cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia.

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