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9 de agosto de 2018, 4:00 AM
9 de agosto de 2018, 4:00 AM

El buey dio paso al tractor, la lámpara de aceite a la bombilla eléctrica, el carruaje al automóvil, la máquina de escribir a la computadora, la cámara fotográfica de película a la digital, los medios impresos a los digitales, las compañías de cable a Netflix, y ¿el taxi a Uber u otras aplicaciones similares? La historia reciente nos enseña que el notable y acelerado desarrollo tecnológico que experimentamos no solo ha cambiado para siempre la calidad de vida de gran parte de la humanidad, sino que también cambió la forma en que muchos se ganan la vida.

Las protestas y los bloqueos recientes realizados por taxistas locales son una clara muestra de la inevitable obsolescencia laboral que la irrupción de nuevas tecnologías produce y de sus profundas consecuencias sociales.

Sin duda alguna, muchos choferes y dueños de radiotaxis tradicionales ya están experimentando de primera mano los efectos de los cambios en las preferencias y las expectativas de sus pasajeros, quienes buscan medios de transporte cada vez más seguros, rápidos y con un estándar de confort mayor. Como muchas veces ocurre cuando un grupo ve sus intereses económicos afectados por la competencia, este busca eliminarla acudiendo a las autoridades o recurriendo a medidas de presión. Sin embargo, si el producto o servicio alternativo resulta mucho más conveniente, en este caso, el servicio proporcionado por Uber, las personas seguirán utilizándolo, incluso si tienen que hacerlo de forma clandestina. Existen muchos antecedentes de iniciativas legales en el extranjero que han buscado impedir el uso de esta plataforma; sin embargo, en el mejor de los casos, la han frenado, pero han surgido nuevas aplicaciones con el mismo modelo de negocio.

Aunque el temor al cambio es natural, no es menos cierto que es de sabios identificar cuándo este es inevitable, puesto que no hay trabajo más infructuoso que nadar contra la corriente. Al ver el enorme éxito que tienen estas nuevas aplicaciones de transporte público, pero sobre todo la poca autocrítica y capacidad de adaptación de los taxis más tradicionales, resulta evidente que a futuro nuestros hijos contarán a los suyos historias de: “Érase una vez… el taxi”.

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