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15 de marzo de 2019, 4:00 AM
15 de marzo de 2019, 4:00 AM

El cuerpo humano, al igual que otros organismos, posee un mecanismo de defensa que lo protege de enfermedades y agentes patógenos externos, el sistema inmunitario. Sin embargo, en ocasiones éste sufre un síndrome autoinmune que lo lleva a atacar las células sanas del cuerpo con serias consecuencias para la salud. En estos casos, el tratamiento más utilizado consiste en reducir o suprimir la actividad del sistema inmune.

Análogamente, los estados poseen instrumentos para protegerse de agresiones externas e internas. Entre los más empleados están doctrinas del derecho internacional como los principios de soberanía y de no intervención, e instituciones como las fuerzas armadas. Sin embargo, a veces estos elementos de defensa se “enferman” y ayudan a perpetuarse en el poder a los tiranos de turno, en contra del bienestar del pueblo a quién se supone deben resguardar.

Prueba de ello es lo que sucede en varios países de la región como Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde su población, pese a la pobreza y represión que experimenta, no ha podido derrocar a los dictadores debido al apoyo militar del que estos gozan.

La condena internacional hacia los citados gobiernos ilegítimos ha sido incapaz de removerlos, debido en parte al llamado artero hecho, por esos regímenes autoritarios y sus aliados, a respetar la autodeterminación de los pueblos, cuando es precisamente eso lo que ellos menos respetan.

Los países que, como el nuestro, parecen encaminados a sufrir un destino similar, harían bien en seguir la receta usada para tratar las enfermedades autoinmunes. Podrían atenuar la nociva reverencia existente hacia el discurso de no intervención, así como al distorsionado principio de subordinación militar al poder político; promoviendo en su reemplazo, ante todas las instancias posibles, la preeminencia de los preceptos de: respeto universal a los derechos humanos, la alternancia en el poder y la lealtad de las fuerzas del orden hacia las leyes y no las personas. La alternativa radical implicaría eliminar, cuando las circunstancias así lo permitan, las “milicias enfermas” que no cumplen su función primordial, pues tienen nulo poder de disuasión externa.

La defensa de los valores antes mencionados no reconoce fronteras ni su promoción se limita a los organismos multilaterales sino abarca todos ámbitos de la sociedad, incluyendo las fuerzas armadas, quienes son las primeras llamadas a ser garantes del estado de derecho y el respeto a la voluntad popular.

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