El Deber logo
16 de mayo de 2018, 4:00 AM
16 de mayo de 2018, 4:00 AM

Las pugnas políticas suelen ser implacables. Se desatan las pasiones y, en ese ambiente, la consigna de los autoritarios, como parte de su libreto, es destruir moral y aún físicamente al adversario, al que siempre identifican como enemigo.

Sin embargo desde que el populismo en el poder dispone de instrumentos para precautelar el orden, y de los medios legales para la defensa institucional, la consigna es acusar al opositor de cometer los más diversos crímenes -las más de las veces imaginarios- para crear conflictos y prevalecer. Se está ante una estrategia, con muchos grados de violencia, para el predominio de intransigentes y sectarios. 

Gobernar con el retruécano de que se combate una supuesta intención contraria a los intereses de la nación, es un punto de partida para avivar enconos y desatar conflictos. Lanzadas las acusaciones aleves, como que antes se entregaban los recursos naturales a un ávido ‘imperio’, que no había inclusión social pues vastos sectores de la población estaban marginados de la vida nacional y otras culpas falazmente atribuidas, es parte de la naturaleza populista sectaria que se ceba en la deformación de los hechos. Es cierto que en el pasado hubo injusticias, pero estas no se reparan con otras injusticias, invirtiendo valores y con acusaciones mendaces o con nuevas exclusiones antidemocráticas. Dividir a los ciudadanos en categorías y dar preferencias a un sector y asegurara que se llegó al poder “para toda la vida”, es una manera de excluir. 

Con estas actitudes -y seguramente con otras- es que nacen los conflictos que no pocas veces provocan enfrentamientos que son avivados por la pretensión de derrotar, con cualquier arma, a los competidores políticos, y acorralarlos con la persecución.

La idea de tener siempre un enemigo a quien culpar de todos los males habidos y por haber -si es posible se elige al más débil-, es arma de las crueles tiranías. En efecto, “…la  estrategia política (populista) requiere de la creación de un enemigo común a vencer, concebido fundamentalmente para distraer a las masas y abrirles el apetito de justicia o animarlos a la supuesta defensa de la patria…” (Francisco Martín Moreno. ‘Breve crónica populista’. El País, Madrid, 12.05.2018).

La estrategia de crear enemigos imaginarios se asemeja a la que describe George Orwell en su distopía 1984. Y cuando los resultados de la prédica de odio no satisfacen, el pretendidamente eterno ‘Gran Hermano’ manda a perseguir sañudamente a sus opositores y críticos.

Tags