El Deber logo
9 de diciembre de 2018, 4:00 AM
9 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Se consumó y lo sabíamos. Siempre lo supimos, pero quedaba alguna esperanza latente que hace que este nuevo golpe político sea una ingrata sorpresa. No pretendo ser original en las líneas que siguen. Pretendo dejar en claro que el autoritarismo se ha consolidado. La decisión del Órgano Electoral da curso a esta nueva forma de dictadura del siglo 21. Debemos sacarnos el velo de la inocencia y decir las cosas por su nombre: este régimen es un régimen autoritario y Evo Morales es un dictador. ¿Significa que no son democráticos? Pues no lo son y ese es el riesgo. Es eso lo que conviene aclarar exponiendo las siguientes certezas.

La primera certeza: las dictaduras de este siglo no vienen de golpe, vienen en dosis pequeñas. No es que una junta militar se apropia del gobierno e instaura una dictadura de 10:57 a 10:58. No. Definitivamente no. Debemos sacarnos de la mente el chip de finales de los 70 que considera dictadura aquel sistema en el que un grupo armado ha ocupado el palacio de gobierno expulsando a aquellos ciudadanos que fueron elegidos por voto. He ahí la dictadura. No, hoy la novedad es que los dictadores vienen de a poco. No toman el colegio y se otorgan un título a la fuerza. No señor. Pasan clases y van subiendo de curso en una dinámica acumulativa. Ergo: se gradúan. Hoy los dictadores se gradúan de dictadores haciendo méritos sistemáticos para lograr su cartón. Ayer, los dictadores mataban a los maestros, crucificaban a los alumnos y se daban doctorados honoris causa ellos mismos. ¿Se entiende? La cáfila que nos gobierna se burló del voto popular del 21-F, montó unas elecciones judiciales en las que ganó la minoría yendo en contra del precepto básico democrático: “mayoría manda” y, como corolario, ordenó a sus empleados del Tribunal Constitucional que aprobaran la repostulación de Evo como un derecho humano. Hoy los empleados de turno son los magistrados del Órgano Electoral.

La segunda certeza: las dictaduras del presente son democráticas, pero no son liberales. Sí, señor. Por eso es imprescindible diferenciar lo que es una democracia liberal de lo que es una democracia electoral. Una democracia electoral puede permitir que haya elecciones hasta regionales, étnicas o autonómicas (¡ya no de elecciones!), pero no sin antes haber acallado a las radios opositoras, intimidado a jueces para que anulen a los candidatos opositores más proclives a vencer, instruyendo al tribunal electoral para que adelante o retrase el calendario electoral a gusto del cliente, entre otros detalles de quiebre liberal. Vale decir, este modelo busca la voz del pueblo tanto como socavar las instituciones liberales. Son sus dos rasgos. Rasgos que han permitido crear un nuevo tipo de regímenes: aquellos denominados de autoritarismo electoral. Los hay los más autoritarios de partido único, los hay aquellos de partido hegemónico que no dominan con tanto aplomo, pero dominan con suficiencia; y los hay estos de partidos competitivos desigualmente, pero competitivos al fin, en los que los candidatos del partido autoritario, aunque hagan mil maniobras turbias (como la que vimos con el Órgano Electoral autorizando la repostulación), pueden perder. Es decir, que la realidad no se la puede ver en blanco y negro: dictadura versus democracia, sino en una lógica gradual: más autoritario, más o menos autoritario y menos autoritario. En suma, sí hay elecciones, pero plagadas de trucos iliberales (véase bien por favor que antes de la palabra liberal está la letra i, es decir, iliberal). El saldo final es un régimen de democracia iliberal y de ilusionismo democrático.

La tercera certeza: estas dictaduras democráticas, más tarde que temprano, se vuelven meras dictaduras, ya sin siquiera el rasgo democrático. Si, cuando quiebran todas las instituciones liberales ya ni les interesa la voz del pueblo. Se vuelven antidemocráticas. Se vuelven, por tanto, no solo antiliberales o iliberales, sino antidemocráticas. Hoy quebraron al Órgano Electoral, uno de los bastiones de defensa del voto ciudadano. En 2016 y antes en 2011 quebraron otra institución liberal: el Poder Judicial; el 2017, el Tribunal Constitucional y en este último periodo el defensor del pueblo, el contralor o el fiscal. Las instituciones liberales han desaparecido. Faltaba el Órgano Electoral. Finalmente cayó. ¿Queda algo por caer? Sin dudas. En octubre de 2019 cuando se den cuenta de que las urnas se volcaron nuevamente en su contra, dejarán relucir su domino sobre el último actor institucional que aún no ha actuado: las fuerzas armadas. Y, cuando lo hagan, ya el voto como rasgo de este modelo autoritario (de autoritarismo electoral) ya no será ni liberal ni democrático. Será puramente dictadura. Estamos a poco de ello, pues estoy seguro de que en la elección de 2019 venceremos. Los deschaparemos en su esencia. Los haremos sacar los fusiles como el último recurso que usarán para seguir protegiendo a eso en lo que se han convertido: una rosca corrupta, inepta y autoritaria.

¿Qué queda? Denunciar a esta dictadura dentro y fuera del país, movilizarnos sin descanso pues no hay monstruo autoritario que haya sido vencido con abrazos y felicitaciones y, por último, vencerlos en las urnas conformando una gran coalición partidaria. Tenemos que lograrlo.

Tags