Opinión

Frasco de la felicidad

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28 de junio de 2019, 4:00 AM
28 de junio de 2019, 4:00 AM

Hace unas semanas, una amiga posteó en el Facebook un enlace que hacía referencia al reto del “frasco de la felicidad”. Esta es una técnica para enseñar a los niños a pensar de forma positiva y a ayudarlos a solucionar sus problemas. Cada día se escribe en un papel algo que nos hizo felices y se lo mete en un frasco de cristal situado en un lugar visible, junto a los otros papeles de quienes son parte del juego. Después de un tiempo (un semestre o cuando el recipiente esté lleno) se sacan y leen en voz alta todos los papeles con pensamientos positivos de los participantes.

Elsa Punset, filósofa española y activa divulgadora de temas educativos, en su publicación El libro de las pequeñas revoluciones propone esta rutina para entrenar al cerebro y acostumbrarlo a pensar en positivo. No necesitan ser grandes logros o acontecimientos notables, sino por el contrario, apuntar cosas sencillas o momentos intrascendentes, que damos por sentado, pero que nos regalan microdosis de alegría y satisfacción durante las últimas veinticuatro horas. Punset señala que el tiempo que uno tarda en escribir permite que el cerebro fije esas cosas buenas, que pasan tan deprisa, que de otra manera, no las recordaríamos. A la inversa de las malas, que dan vueltas por nuestra cabeza todo el tiempo y nos cuesta olvidarlas.

Sin darnos cuenta, comenzamos a apreciar los pequeños y triviales detalles que omitimos: un saludo amable, un abrazo, una caricia, un comentario encantador, un gesto cordial, un mensaje reconfortante… y no siempre tenemos la actitud y predisposición para identificar, sentir y disfrutar de cosas que parecen insignificantes.

Pensar en positivo no siempre es fácil. Lo que está claro es que una actitud positiva puede ayudarnos a enfrentar situaciones adversas, encarar los problemas de forma diferente y hasta convertirlos en oportunidades. Está demostrado que el cerebro humano aprende mucho y bien mediante el clásico método del ensayo, el acierto y el error. Con este entrenamiento rutinario los niños (y adultos) aprendemos a reflexionar sobre todo lo bueno que nos sucede al cabo del día. En muchos casos, por impulsivos e impacientes, creemos que nuestras dificultades no tienen remedio o son espantosas, y esta técnica nos demuestra y relativiza la realidad de esas sensaciones.

En casa, aunque ya no quedan niños, decidimos poner en práctica esta curiosa técnica. Al principio, hubo la natural resistencia frente a algo que parece tan trivial y soso. Sin embargo, pasados los primeros veintiún días (dicen que la formación de un hábito tarda entre 21 y 66 días), ya estamos comenzando a que este entrenamiento cerebral se convierta en una disciplinada rutina, aunque todavía con sus altibajos.

Debo confesar que cuando leo algunos titulares o las arbitrarias actuaciones de algunos gobernantes, cuando escucho en la radio posturas autoritarias y despóticas de algunos prorroguistas, cuando se me cruzan conductores y peatones imprudentes, cuando tengo que hacer trámites en instituciones públicas o cuando soy testigo de injusticias y abusos… pienso que el tal frasco de cristal podría ser usado como un misil para partirles la cabeza. Aunque después, cuando llega la calma, y me tomó el tiempo para escribir mi papelito diario, siempre encuentro mucho para agradecer a la vida.

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