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13 de diciembre de 2018, 4:00 AM
13 de diciembre de 2018, 4:00 AM

El gobierno del MAS se ha vuelto un gobierno chico. Ese gobierno que fue admirado y temido por propios y extraños por su capacidad de generar movidas disruptivas, tanto en la adversidad como en el apogeo, hoy se ha convertido en la sombra de sí mismo.

El gran gobierno que supuestamente se conectaba con la gente y que tenía un juego de cintura que le permitía tener la iniciativa que descolocaba al resto, se ha convertido hace ya mucho tiempo en un gobierno chico, predecible y repetitivo.

El montaje de violencia política que está orquestando en la ciudad de Santa Cruz es una muestra más del triste final de un gobierno que pudo haber pasado a la historia a lo grande, y que lamentablemente ha elegido extinguirse en el fango de la impostura y el autoritarismo.

Lo que el gobierno intenta hacer en Santa Cruz atizando la violencia y el enfrentamiento, no sorprende a nadie; el país entero conoce de memoria cuál es el modus operandi del régimen cuando quiere torcer la realidad a su conveniencia. Los conocemos y sabemos son gente dispuesta a cualquier cosa si se trata de permanecer en el poder.

El incendio del Tribunal Departamental Electoral cruceño y el ataque a otras instituciones está teñido de color azul y responde al clásico libreto que en algún momento les funcionó muy eficientemente para engañar al país. Y ese es uno de los problemas que tiene este gobierno chico. Hacer lo mismo esperando resultados parecidos en circunstancias radicalmente distintas, es una señal demoledora de decadencia y desesperación.

El MAS intenta provocar condiciones de violencia que le permitan patear el tablero y eludir un proceso electoral en el que saben que saldrán derrotados con un margen que no podrán manejar ni siquiera haciendo uso grosero de todo el poder estatal.

El problema que tienen es que hoy ya nadie les cree el cuento. En realidad ni ellos mismos se lo creen, pero deben repetir el montaje porque sencillamente no les queda otra. La burla al 21F, el desconocimiento de la voluntad ciudadana y la inmoral habilitación de sus candidatos, los está conduciendo a un callejón en el que se les están agotando las últimas posibilidades políticas.

¿Quien puede, a estas alturas, comprar la historia de la derecha violenta que ataca los piquetes de huelga de hambre en las puertas de un tribunal curiosamente desprotegido, en el que se ve a un supuesto activista con polera del 21F montado en una motocicleta policial?

Lo que intentan hacer es tomarnos el pelo nuevamente deslegitimando las legítimas protestas de la ciudadanía y desviando la atención mediática hacia actos de violencia, porque saben que es la única manera de distraer a ese 70% de los bolivianos que piensa que la habilitación de Morales es ilegal, ilegítima e inmoral.

La intención política del gobierno ha sido probada y corroborada por el viceministro de régimen interior, quien dijo claramente que “estos sucesos significan un plan para destrozar la democracia… no encontramos diferencias entre los actos separatistas del 2008 con estos actos que se dieron en esta jornada en Santa Cruz”.

Sabemos lo que quieren, los conocemos y sabemos de lo que son capaces, pero esta vez este gobierno chico está enfrentando a una ciudadanía grande que no caerá en la trampa de la violencia.

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