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9 de agosto de 2018, 4:00 AM
9 de agosto de 2018, 4:00 AM

El 6 de agosto el Gobierno perdió en Potosí otra batalla contra la ciudadanía movilizada en torno al 21-F. La comenzó a perder semanas antes, cuando decidieron arremeter furiosamente contra las plataformas y colectivos ciudadanos. El temor que como nuevo actor político les provocamos, los ha llevado a identificarnos como su principal enemigo (en la lógica del autoritarismo no existe el concepto del adversario) y a enfrentarnos del único modo que conocen, a través de amenazas, amedrentamiento e injuria.

Y en realidad algo de razón tienen al identificarnos como una amenaza a su proyecto de poder indefinido. Los colectivos y plataformas ciudadanas nos hemos constituido en el espacio en el que la ciudadanía decidió volver a creer y participar en la política, a pesar del machacón discurso, que rezaba que los únicos que tenían derecho a hacer política eran los masistas.

Los colectivos, desde nuestra inmensa y rica diversidad, hemos contribuido a lograr lo que, para muchos, era imposible tanto desde la teoría como desde la tradición política: la movilización permanente de las clases medias urbanas en las calles. Las plataformas también lograron cambiar aquel eje de la política que tanto le sirvió al Gobierno en su lógica maniquea: el de la izquierda versus la derecha. Hoy el nuevo eje, en el que hace dos años no han ganado ni una vez, es el de la ciudadanía democrática versus el gobierno autoritario.

Desde muchos de estos nuevos espacios de participación política se discuten también visiones de país, agendas de futuro, propuestas y elementos de programa, pero es cierto que, pese a que todos nuestros mensajes se han instalado en el escenario nacional, estábamos algo desconectados de lo popular y lo rural.

La agenda política del movimiento ciudadano incidía y marcaba línea en el círculo rojo y en las clases medias, pero no terminaba de lograr una llegada masiva a lo rural. Ahora, el enorme intento gubernamental de desprestigiarnos y atacarnos nos está permitiendo llegar y terminar de conectarnos con los sectores que no habíamos logrado alcanzar, con el gentil auspicio del Gobierno.

El 6 de agosto fue un duelo nacional entre Gobierno y movimiento ciudadano y eso, de por sí, ya es una nueva derrota para el Gobierno que no radica solo en el crecimiento y en la profundidad de la ciudadanía movilizada que obliga a huir al jerarca y a sus adláteres de todo acto público, sino en que en lo ciudadano se está construyendo el nuevo sentido común de los bolivianos. Es por eso que el Bolivia dijo No, lejos de ser una simple consigna, trasciende ampliamente el episodio puntual del referéndum de 2016 para modificar la Constitución, y se constituye en la síntesis de las convicciones democráticas de todo el país. Y es por eso que al Gobierno no le queda otra alternativa que encapsularse y terminar de aislarse detrás de anillos de protección de funcionarios, ‘amarraguatos’ y acarreados, como ocurrió este 6 de agosto en Potosí.

 

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