Opinión

Inseguridad y violencia

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19 de marzo de 2019, 4:00 AM
19 de marzo de 2019, 4:00 AM

Uno de los mayores problemas que enfrenta nuestra sociedad es sin duda la ‘inseguridad’ y la violencia. Los expertos en esto atribuyen el fenómeno a la pérdida de las escalas valorativas, fenómeno por el que en un determinado momento los sujetos no pueden reconocer los límites entre el bien y el mal y en esta secuencia un arrebato de ira pasa a ser un crimen imperdonable. Es frecuente escuchar que los criminales declaran que “perdieron el control”, “no sabían lo que hacían”, o “estaban bajo el efecto del alcohol y las drogas”. Sin embargo, debemos notar que en otros tiempos rara vez los efectos de la embriaguez borraban los límites entre el bien y el mal. Hoy la regla se muestra diferente: no se pierden los límites por efecto de la bebida o las drogas, se bebe o se droga para encubrir las consecuencias del crimen.

Los encargados de atender estos casos y las instituciones pertinentes atribuyen esta escalada de odio y violencia a factores ligados a la pobreza, la familia, la educación, el medio social, el crecimiento urbano y eventualmente a problemas típicos de salud mental. Sin duda son factores que inciden en esta desastrosa epidemia, empero, esos crímenes son posibles bajo condiciones especiales, lo que sugiere que cada crimen es la expresión del estado de una sociedad en un momento dado, y particularmente, el reflejo de un gobierno bajo condiciones especiales.

No les podemos pedir a los profesores de escuela que ‘convenzan’ a sus alumnos que pegar a una niña es un acto criminal cuando un prelado que se supone es el ejemplo que deben seguir acaba de pegar a su esposa, y menos pedirle a un drogodependiente que no pierda los estribos y se manche las manos de sangre cuando tenemos un gobierno que defiende a sangre y fuego una ‘republiqueta’ que produce más del 90% de coca para narcotraficantes y productores de cocaína.

Se supone que los ciudadanos tenemos en los gobernantes, los operadores del Estado y la justicia el referente de nuestro propio comportamiento. Una sociedad gobernada por hombres y mujeres intachables es una sociedad que ha solucionado en gran parte la inseguridad y la violencia que campea en sus calles, pero en una sociedad donde el presidente y sus acólitos hacen campaña por desconocer la ley es poco probable que formen ciudadanos incapaces de degollar a su pareja, o de violar a su vecina, o de vender estupefacientes al graneo a las puertas de una escuela primaria.

Esta epidemia de odio no es más que la vigencia plena del capital moral de un régimen que no se hace moralmente creíble cuyas dosis de corrupción son suficientes para que cualquier ciudadano crea que hacer lo que le viene en gana es parte de la normalidad.

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