Opinión

Jóvenes sin empleo, futuro sin esperanza

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16 de julio de 2019, 4:00 AM
16 de julio de 2019, 4:00 AM

Un dato enciende las alarmas. El 8,5 por ciento de los jóvenes bolivianos entre 15 y 24 años está desempleado. Quiere decir que unas 250.000 personas en edad de trabajar, de aprender, de crear y aportar al país, no pueden hacerlo porque encuentran puertas cerradas cuando buscan opciones para hacer su vida productiva.

El dato es corroborado por el Ministerio de Trabajo, donde se admite que generar opciones laborales para la población joven de Bolivia es una deuda del Gobierno.

¿Qué pasa cuando ellos tocan puertas? Les piden experiencia previa, formación profesional o simplemente les ofrecen sueldos por debajo del salario mínimo nacional, ya que donde pueden emplearse es en el sector informal de la economía. Los planes de incentivo a la contratación de jóvenes en el sector público y privado no han sido suficientes porque no lograron alcanzar ni al 5% de esa franja etaria. En el sector privado hay continuas reflexiones acerca de la importancia de la formación de los recursos humanos, de las startups y de pensar en el futuro de Bolivia, pero ahí tampoco hay generación de políticas sectoriales que faciliten el acceso de los más jóvenes a los espacios formales de trabajo.

Cuando se concibe al joven en un empleo, rápidamente surgen estereotipos como que quien empieza a trabajar debe “pagar derecho de piso”, lo que vale para los salarios y las oportunidades. Pero pocos se dan cuenta de que las transformaciones se están dando con tanta rapidez que lo que hoy es válido, dejará de serlo en los próximos cinco años y que quienes tienen mayores habilidades de adaptación son precisamente los jóvenes, a muchos de los cuales se tiene relegados en la actualidad.

Es ese potencial valiosísimo el que se está perdiendo en este momento. Quizás la falta de incentivos y de cuidado a la generación más joven responde a que impera una mentalidad cortoplacista, que busca lucro o beneficios inmediatos, pero que no concibe la planificación del futuro. Si así fuera, mejoraría la calidad de la educación, florecerían las opciones de trabajo y capacitación de los recursos humanos, asumiendo que quienes aprenden hoy serán los que resolverán los grandes problemas sociales, económicos y hasta políticos del futuro. No hay que perder de vista que para llegar al horizonte hay que dar pasos en el presente. Ni al Estado ni a los privados les conviene desperdiciar a la población que está entre los 15 y 24 años, es una edad de alta productividad y de alto rendimiento a favor del país en su conjunto. Además, los ciudadanos entre los 18 y 35 años constituyen un grueso porcentaje del padrón electoral, por lo que las acciones para mejorar sus condiciones de empleo deberían estar en las propuestas de los candidatos.

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