Opinión

La indignidad de Almagro se convertirá en un hito

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20 de mayo de 2019, 6:00 AM
20 de mayo de 2019, 6:00 AM

Los políticos suelen cambiar de criterio, dicen hoy una cosa y mañana, otra. Además, como los mueve los intereses, y dependen de electorados también cambiantes, muchas veces deben acomodar sus posiciones, matizar sus opiniones, jugar a las indefiniciones. Algunos terminan respondiendo algo así como “sí, pero no”. Otros simplemente no emiten criterios sobre temas peliagudos, con la idea de no perder respaldo de sus eventuales bases electorales.

Lo que no se ve muy comúnmente es un cambio de opinión de 180 grados. Una circunstancia en la que un dirigente político respalda exactamente lo contrario que antes dijo, es inusual. Peor aún, mientras más serios son los asuntos tratados.

Eso es exactamente lo que acaba de hacer el secretario general de la OEA, Luis Almagro. El diplomático uruguayo, excanciller de su país, es en sí mismo la representación más evidente de las contradicciones internas. Primero dijo que el voto del referéndum del 21-F no podía ser cambiado por la opinión de un juez. Después, claramente rechazando el argumento de Morales de reelegirse indefinidamente, expresó que el artículo 23 de la Convención Interamericana de DDHH “no contempla derecho a perpetuarse en el poder”.

Esa posición de Almagro era coherente con sus principios democráticos y con las posiciones firmes que había asumido contra los regímenes dictatoriales de Venezuela y Nicaragua. Si deseaba un cambio en esos países, era lógico que lo deseara también en Bolivia, que enfrenta los mismos problemas, pero más apaciguados.

Almagro, en sus acciones respecto de Venezuela y Nicaragua, es un completo fracaso. Se la jugó por posiciones muy fuertes, a veces extremas, y no ha logrado nada. Daniel Ortega y Nicolás Maduro siguen en sus cargos, como si nada.

Y como cualquier persona agobiada por mantener el cargo que ostenta, no ha dudado en violar su ética y sus valores. Ha venido a Bolivia, casi de rodillas, rogando que Morales ordene que Bolivia vote por él cuando deba reelegirse como secretario general de la OEA, el próximo año. Necesita 18 votos (países) para eso. No está seguro de tenerlos. Y por eso tiene que decir lo contrario que mantuvo antes, humillarse, quedarse sin dignidad, reír forzadamente con los opa chistes que le lanzaron sus antiguos rivales, tragar sapos. Todo por un cargo. Su cambio de posición será un ejemplo, en años venideros, de lo vulgar que puede ser la política regional.

El problema de Almagro es que, incluso tras su servilismo, podría no ser reelecto como secretario general. Dos, les da argumentos a todos los presidentes que no desean espetar en la región los límites en los mandatos presidenciales. Von ello, le hace un flaco favor a la democracia. Tres, se queda sin legitimidad y credibilidad para seguir luchando contra Maduro y Ortega. Ya nadie le va a creer después de su adulación a Morales. En el extremo, no es imposible que cambiara de opinión también respecto de Cuba y fuera a arrastrase ante la dictadura cubana con tal de conseguir un voto más y mantenerse a la cabeza de la OEA.

Nadie hubiera imaginado que Almagro, un político reconocido de la región, violara sus propios valores solo por mantener una pega. Pero ahí está.

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