Opinión

La narrativa ausente

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15 de julio de 2019, 4:00 AM
15 de julio de 2019, 4:00 AM

En estos días de intensificación de la campaña electoral, se hace decisiva la importancia de rescatar la verdad, en medio de las toneladas de mentiras abiertas y medias verdades. Requerimos con mayor urgencia, si cabe, de información clara, comprobable, basada en hechos, dadas las consecuencias que esto tendrá sobre nuestras acciones y respuestas.

Conseguirlo es ya de sí muy difícil, en medio de un clima noticioso domesticado por el poder, con sus brazos de miedo y estímulo económico operando a toda velocidad y sin reposo.

Además de recuperar el acceso a información verdadera, “las personas necesitamos contarnos una historia para darle coherencia a nuestra existencia; esa narrativa, tiene que ofrecer un objetivo deseable que alcanzar, una tierra prometida a la cual llegaremos si hacemos uso de nuestra voluntad, de nuestras fortalezas y virtudes. Eso nos da propósito y dirección: es la esperanza que nos llama a la acción”, usando los términos del experto mexicano Luis Antonio Espino.

Ese relato que dibuja y señala horizonte está tan ausente como las verdades, sobre las que debía tejerse. Se observa ese vacío del lado de los que están forzando su reelección, porque una vez que la ilusión y la esperanza se han ahogado, bajo el creciente oleaje de las medias verdades, la intimidación y los abusos, la narrativa de los gobernantes se reduce a una torcida amenaza: si nos vamos, el precario equilibrio económico y la certeza de saber quién manda se esfumarán y, en su lugar, se impondrá la más completa incertidumbre.

El cultivo de esos miedos no encuentra contrapeso alguno en el silencio de los candidatos opositores, carentes hasta ahora de programa, tanto como de una narrativa que permita dibujar siquiera un boceto de los días que vendrán, cuando se haya desalojado a las caras conocidas y sus desastrosos hábitos de mando y control.

La ineptitud con que ejercieron los partidos opositores la fiscalización y la resistencia al acaparamiento del poder, se replica hoy en su incapacidad de articular propuestas sólidas y creíbles, con un discurso congruente que perfile el tipo de sociedad que necesitamos construir.

Agazapados en la repetición de una conocida letanía de críticas y una brumosa promesa de “recuperar la democracia y sus instituciones”, no asumen que la transición será insostenible si no viran radicalmente y se refieren a que los tiempos que vienen están ya marcados por el agotamiento de las posibilidades de una economía ordeñadora de recursos, sean estos combustibles, minerales o soya. Que la construcción de un nuevo modelo de desarrollo, con base en recursos renovables y en conocimiento, nos obligan a tomar medidas y enfrentar retos, con carácter pionero, adelantándonos a vecinos y no vecinos.

No podremos encarar las pesadas tareas de poner en pie un sistema de administración de justicia, confiable e independiente, de respeto de las decisiones y la participación social, de ruptura de la impunidad y castigo de la corrupción, al mismo tiempo que edificamos una nueva matriz productiva, si quienes se presentan como supuestas cabezas de tales transformaciones no hablan con claridad y valentía sobre el tamaño de los desafíos.

No hay Gobierno o Estado que pueda por sí mismo, aislado de un vigoroso involucramiento de la sociedad, limpiar todo lo que se ha hecho mal, a medias y desviadamente y, al mismo tiempo, echar los cimientos de una matriz productiva que no dependa de la generosidad de la naturaleza, sino de la creatividad, disciplina y adaptabilidad de nuestra sociedad.

Si se prolonga la ausencia de una narrativa que nos permite figurarnos el futuro, terminará por imponerse la fuerza y el chantaje de quienes quieren quedarse para ocultar sus delitos y continuar disfrutando del mando, lo que significa un futuro miserable para todos los que no somos sus cómplices.

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