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13 de noviembre de 2018, 4:00 AM
13 de noviembre de 2018, 4:00 AM

En 1776 representantes de 13 colonias norteamericanas culminaron largas discusiones y decidieron firmar una proclama basada en tres aspectos: a) el derecho a gobernarse por ellos mismos, b) el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad c) la certeza de que todos los hombres somos creados iguales.

Escribió el borrador Thomas Jefferson que llegaría a ser el tercer presidente de los Estados Unidos y en cuya vida podemos ver las contradicciones de un país que inaugura la democracia moderna y sin embargo en cuyo congreso inaugural no se encontraba ni una sola mujer, ni un negro, ni un indígena, ni un latino, ni un musulmán.

Jefferson se enamoró de una esclava de nombre Sarah, Sally para los allegados, Hemings, que a la sazón era media hermana de la esposa blanca de Tommy. Eran tiempos en que los esclavistas… bueno usted sabe el resto. Pero el autor de la muy famosa proclama se enamoró de verdad y tuvo seis hijos con Sally. Siendo embajador de la revolución en Francia cuentan que lo llamaron para que regresara a Estados Unidos para ser presidente y su amante le hizo notar que mejor no, que en Francia los hijos eran ciudadanos libres pero en EEUU seguirían siendo esclavos.

Pero Thomas regresó, fue presidente 8 años y liberó a sus hijos cuando estos cumplieron la mayoría de edad. No liberó a ninguno de sus otros esclavos de sus propiedades en Virginia.

Casi doscientos cincuenta años después sobreviene una nueva revolución en Estados Unidos y esta vez tiene ojos de mujer. Sabemos que nadie administra mejor los silencios que las mujeres, pues hoy administran también la palabra encendida y algunas como Alexandría Ocasio Cortez incluso hablan de socialismo, de educación superior pública gratuita y de seguro universal de salud (las banderas de siempre de la izquierda a nivel mundial).

Más allá de la circunstancial victoria de los Demócratas que se alzaron con la Cámara Baja, lo trascendental es la irrupción de nuevos actores que de no mediar la intervención de Donald Trump quizá seguirían viendo de palco la política norteamericana. Es como si muchos millones de electores se hubieran dado cuenta de la pequeña cuota de poder que tienen al votar.

Dos hechos ocurridos la semana pasada complementan la profunda transformación que vive los Estados Unidos: en Los Ángeles se ha retirado la estatua de Cristóbal Colón, pues no están de acuerdo con honrar a alguien que comenzó el mayor genocidio que recuerde la historia de la humanidad. Y gente importante como el director afroamericano Spike Lee se han pronunciado a favor de la caravana de migrantes centroamericanos que se dirigen a la frontera. “Que Dios los bendiga. No están haciendo nada malo” ha dicho el cineasta.

Casi doscientos cincuenta años después de que Jefferson, Adams, Franklin y otros se inspiraran en el modelo de organización estatal de los indígenas iroqueses para hacer los Estados Unidos los invisibles sacan sus libretos ocultos y los muestran. Y esa revolución es el reverdecer de la democracia.

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