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22 de junio de 2019, 4:00 AM
22 de junio de 2019, 4:00 AM

A tres años de su partida, hay que celebrar su genio poético a través del vuelo raudo de la metáfora. Sin metáforas, sin parábolas, sin elipsis, la lengua y su intención pierden encanto, ardor, exactitud y belleza. Por el contrario, la cerrazón de juicio solo en beneficio de ese calor helado de esas discusiones vacías, cerca con púas, induce a la censura, embrutece el estilo, vulgariza el mensaje y nos torna confusos e incomprensibles.

Con el cincel de su ironía esplendorosa, el Dr. Pedro Rivero Mercado demolió el mal humor que campea en nuestras calles. Y de paso a esa otra sociedad que no deja de portar cien caretas para defenestrar la burla ingeniosa e inocua, que con su alma llanera nos transmitió efluvios de amor y pasión terruñera desmedida.

Títulos como Las cien mejores poesías de Gustavo Adolfo Baca, Pataparreando, Las palomas contra las escopetas, Por hacer macanas y Más allá del fin de los siglos, constituyen un florilegio de su estro creador, donde nos brinda –como lo expresara Enrique Kempff Mercado- el caudal ancho y sereno de su narrativa, donde lucen orondas el cuento y la novela.

Su obra poética es proficua y original, con ciertas reverberaciones de Góngora y Rubén Darío. “Puedo escribir un soneto escrupulosamente gongorista, o escribir octavas reales, acercarme a Garcilaso, a la canción tradicional y también recurrir a versos libérrimos, sin perder mi propio estilo”, dijo una vez. Cuando le preguntaron si la poesía es el momento más alto de la creación literaria por su contenido mágico y misterioso, don Pedrito, respondió: “El mundo está cargado de cosas que entran en la subjetividad del poeta como en la de cualquier persona, o sea que la poesía está llena de mundo. La considero un árbol sin hojas que da sombra, porque está sustentada en la raíz de una sensibilidad suprema”.

En sus cavilaciones, entretejía pensamientos que sabían a Mozart. En cada palabra, en cada frase, en el simple énfasis de una réplica puede haber una segunda intención, que marca diferencias entre un buen escritor y otro que no lo es. Decía que lo más difícil de este oficio azaroso no es solo el buen manejo de sus instrumentos, sino la cantidad de corazón que se entregue en el único método inventado hasta ahora para escribir, que es poner una letra después de la otra.

La mayor contribución de este humanista modélico es el techo de protección que edificó en favor del acervo cultural de su amada tierruca, donde confluyen el habla popular en vías de extinción y de sus valores vernaculares. Sembró la simiente fecunda para que florezca rozagante el nuevo espíritu integrador del hombre cruceño.

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