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28 de octubre de 2018, 9:49 AM
28 de octubre de 2018, 9:49 AM

Hace un par de semana descubrí en Ithaca que una amiga brasile- ña apoyaba al ultraderechista Jair Bolsonaro.

Cuando conversábamos nunca me dijo nada, pero su apoyo era evidente en las redes. Es obvio que un candidato con un respaldo tan masivo –en la última encuesta de Datafolha consigue el 56% contra el 44% de Haddad– ha llegado a todo el espectro político, pero aun así sorprende encontrar gente a favor de un neofascista –¿hay otra forma de decirlo?– en la isla progresista en la que vivo.

Hablando después con Cleyenne –digamos que se llama así–, comprendí que en más de un sentido ella era la típica votante de Bolsonaro y logré desbrozar algunas claves de este triunfo que confunde a los analistas.

Cleyenne me contó que su tía, que es maestra de escuela, le contó de una campaña infame del PT de Lula y Haddad para forzar en los colegios un tipo de educación que rompe con la idea natural de la familia: un apoyo desvergonzado a los gais y a los transexuales en contra de los heterosexuales.

Imaginé que se refería a alguna campaña del PT por la educación sexual integral, que alienta a respetar a todos los seres humanos, más allá de sus preferencias sexuales, pero había algo más insidioso en las palabras de Cleyenne.

Según su tía, los colegios estaban recibiendo un “paquete gay” para que fuera distribuido obligatoriamente entre los estudiantes; en ese paquete se decía que todos los seres humanos eran gais, que las chicas en el colegio serían obligadas a besar a otras chicas y que las iglesias serían cerradas. Bolsonaro y su hijo compartieron en las redes las noticias del “paquete gay” y lo asociaron al PT. Poco después se desvirtuó esta noticia, una más de tantas informaciones falsas que han estado circulando en las redes –sobre todo en WhatsApp– en contra de la campaña de Haddad.

Lo curioso del caso es que la tía de Cleyenne afirma haber visto el susodicho “paquete gay”. Prueba de la fuerza de un deseo: queremos creer lo que queremos creer. Detrás de la campaña masiva del “paquete gay” está el peso de las iglesias evangélicas, desmesurado en estas elecciones, y el de empresarios que han apostado todo por Bolsonaro y han gastado ilegalmente mucho dinero para desinformar a los votantes.

La furia contra el PT

Otra clave: antes de que apareciera Bolsonaro había escuchado a Cleyenne quejarse del Partido de los Trabajadores; con Bolsonaro, esta queja encontró un punto fuerte de apoyo: como ella, muchos votarán este domingo no necesariamente a favor de alguien, sino en contra de lo que representa el PT. ¿Y qué representa el PT? La corrupción de la izquierda brasileña y latinoamericana, cuyas medidas para que sus países fueran más tolerables se perdieron al ser contrapuestas con la desvergonzada forma en que se enriquecieron sus líderes (la historia es larga y el templo principal se construyó precisamente en el Brasil, con Odebrecht y Petrobras) y su falta de temple moral para respetar las leyes democráticas (ver Nicaragua, Bolivia, Venezuela…)

Tampoco ayudan al PT los disturbios en la frontera del Brasil con Venezuela, la cantidad de inmigrantes que expulsa todos los días el régimen de Maduro. Es suficiente que Bolsonaro muestre en sus campañas los innumerables videos de Lula con Hugo Chávez para recordar a los brasileños un proyecto bolivariano que terminó en pesadilla. Esto no solo hunde a Haddad, sino a cualquier candidato progresista que aparezca en el horizonte: Petro, en Colombia, hizo todo por distanciarse de Maduro, pero no pudo superar el apoyo que alguna vez le dio a Chávez.

Uno puede mostrar los innumerables logros de Lula durante su gobierno, pero no son suficientes para oponerse a la conclusión de la mayoría: ser de izquierda es tóxico hoy.

Otra de las razones del apoyo de Cleyenne a Bolsonaro: se han disparado los índices de criminalidad y se necesita alguien con mano dura. Un 32% de votantes brasileños tiene una mirada benévola de las dictaduras; ella sabe que el discurso de Bolsonaro es radical, pero para ella y para muchos lo más importante es restablecer el orden perdido.

La democracia liberal no ha cumplido con sus expectativas y se requiere una vez más de un mesías salvador. Le pregunto si no le afectan los ataques de Bolsonaro a las mujeres y a los negros –Cleyenne es mulata– y se encoge de hombros: no es personal. Se moderará una vez en el poder. Ese es el gesto de algunos que lo apoyan: minimizar las palabras, pensar que algo más trascendente que sus propios derechos civiles está en juego.

Otros son más descarados: el apoyo a Bolsonaro es más fuerte en las ciudades más ricas y más blancas.

El fin del PT es, simbólicamente, el fin del gobierno de los trabajadores, de los pobres del nordeste, de las minorías (los empresarios que lo apoyaron se las ingeniarán para caer parados).

Como dice Martín Caparrós: “Vivíamos en una confusión feliz: que, en estos tiempos, despreciar a las mujeres, atacar a los homosexuales o reivindicar la tortura eran errores que se pagaban caro porque la mayoría los repudiaba”. Trump y la ultraderecha europea han demostrado que no es así.

Con Bolsonaro, ese discurso que alguna vez fue minoritario llega a la gran potencia latinoamericana de la mano de las iglesias evangélicas, los nostálgicos del autoritarismo y los defensores de un sistema patriarcal, misógino y colonial: las minorías deben volver a ser minorías. Eso provocará un fuerte terremoto en el continente.

 

 

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