Opinión

Las tormentas del subsuelo

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28 de mayo de 2018, 4:00 AM
28 de mayo de 2018, 4:00 AM

Esta es una historia triste y de muchos recuerdos. En este lugar oscuro de Santa Cruz, debajo del asalto y de los pies, los habitantes del subsuelo tienen los ojos extraviados y a veces desempolvan uno que otro momento feliz. Ese momento feliz tiene que ver con un amor perdido, con un abrazo caliente, con una sonrisa de mujer que ya no está, con un beso profundo que existió alguna vez, cuando la vida allá arriba era otra, cuando la droga no había tocado sus puertas ni la desilusión había golpeado con brutalidad las entrañas de la existencia.

Este también es un mundo de promesas. En los socavones de los canales de drenaje de la pujante Santa Cruz, quienes forman parte de esta tribu del subsuelo coinciden en una promesa mayor: muy pronto voy a dejar a la cabrona pasta base de cocaína, a esa droga de los pobres que después de una fumada se mete en los pulmones y explota en el cerebro destruyéndolo todo. Y nadie sabe cuándo puede ser pronto: quizá esta misma noche o dentro de un mes... Pepe es uno de ellos. Tiene una barba como la de San Pedro y está oculto como un ser abatido por todas las plagas del mundo. Su refugio es un hueco dentro de un canal de drenaje. Ahí tiene todas sus pertenencias: ropa vieja tendida como colchón, una botella de plástico con agua y colillas de cigarrillos que utilizó para meter el concho de una droga que ha prometido dejar con ayuda del Dios que desde arriba lo mira todo.

Dios maneja los tiempos, ha dicho un joven que no está envuelto en harapos. Trabaja a hurtadillas, cuando se lo permite el cuerpo, el cerebro, los ánimos. Cuando no está con esa droga en las venas. Piensa dejar el vicio y –reitera- será muy pronto, cuando Dios lo quiera porque es Él el que maneja los tiempos. Y Siempre es tiempo para dejar la mala vida, insinúa Domingo Ábrego, el educador de calle que está desempleado y al que Santa Cruz no reconoce como merece. Domingo sabe que no importa si el habitante de este submundo tiene 20 o 70 años acorralado aquí. 

La otra vez un hijo le dijo a su mamá: Ya es hora de que me salga de esa vida, quiero regenerarme. Y la madre corrió a tocar las puertas de un centro para que lo cobije. Esa es una luz de esperanza que se comenta entre los que viven aquí. Una luz que surge de entre la oscuridad, un punto remoto en los confines de la sociedad donde ocurren cosas tan graves como la misma muerte porque aquí –ha dicho otro de ellos- la gente muere y nadie se entera ni se investiga. 

- ¿De qué mueren? 
- Algunos, de ahogamiento cuando caen las tormentas. 
De tristeza, también. 

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