Opinión

Los doctorcitos honoris causa

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10 de mayo de 2018, 4:00 AM
10 de mayo de 2018, 4:00 AM

Ha sacudido al continente el cataclismo de Odebrecht. Repartió favores inmensos y ahora, los políticos favorecidos de nuestra América caen uno tras otro. Han caído presidentes. Alguno fue a la cárcel. Tambalean muchos. Tiemblan todos. Cuando recibían los millones, esperaban que nadie los viera, pero los recibieron. En la oscuridad, pero los aceptaron. Ahora no saben cómo escapar de la maldición que les quema. No fueron íntegros. Se vendieron.

Pareciera que solo en Bolivia no nos hemos enterado. No solo no hemos investigado los entretelones de Odebrecht, ni los de OAS, tampoco nos hemos dado cuenta de lo que significa el delito que todos repudian. No hemos aprendido que no se hacen favores a los gobernantes, ni a los jueces, porque es torcer su camino. No se hacen esos favores, ni se reciben. Los galardonados están para servir al país, a la verdad, a la justicia, no a la mentira, ni a los intereses del que paga. Solo en esta tierra esas dádivas no parecen malas ni se hacen en la oscuridad.

Hacen propaganda, anuncian con bombo y televisión, que una universidad otorga el doctorado honoris causa al vicepresidente en ejercicio del país, como ya le dieron una docena al presidente. Como el regalo viene a apuntalar una de sus debilidades personales, el nuevo doctor necesita publicidad, pero ¿acaso deja de ser mala la coima por venir de una universidad? ¿O, por no ser en metálico, ya no es compra de favores y de conciencia? Ni lo disimulan. Nadie se ruboriza. No saben que en todo el mundo libre y democrático ha empezado a valorarse la corrección y la dignidad.

Por ley no se puede poner el nombre de una persona viva a una calle, a una plaza ¿Por qué? Porque los honores no son dinero para comprar favores, ni privilegios ni amistades importantes. Los honores solamente son valiosos cuando son limpios, cuando son verdaderos, cuando no existe ni remotamente el peligro de que sean soborno, de que sean mentira, de que sean precio de lo que no debiera nunca tener precio, porque no debiera venderse.

¿Están tan ciegos que no se dan cuenta? ¿O prefieren no darse cuenta? ¿Se creen tan geniales que son merecedores de tanto adulo interesado? Que nos expliquen los doctores honoris causa con qué autoridad se atrevería ahora el Ministerio de Educación a sancionar o cerrar a esta magnánima universidad, en el caso de que ocurriera una razón para tal medida. Ese doctorado es un billete que compra benevolencias futuras, o que paga las pasadas. Como todos los honores y las distinciones a los poderosos, es paga tan poco limpia como los dólares de Odebrecht. Ni más ni menos.

Una autoridad limpia y digna, que se valora, no necesita condecoraciones y adornos que escondan limitaciones e incoherencias. Una autoridad que cumple con corrección y altura su tarea y que respeta al pueblo al que debiera servir, no da pie para que nadie dude de su servicio. No busca ni acepta retribuciones extraordinarias por cumplir con su deber. Una autoridad con un centímetro de dignidad no permite a nadie el atrevimiento de que le ponga precio.

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