Opinión

Mala praxis, ¿de quién?

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31 de enero de 2019, 4:00 AM
31 de enero de 2019, 4:00 AM

Una adolescente corrió al hospital porque su bebé ya nacía sin pedir permiso. En sala la ahogaban el susto y los dolores, hasta que nació su niño demasiado pequeño, débil, sin fuerzas para enfrentarse a la vida a la que se asomaba.

En fin, sabemos lo que pasó entonces. Nació el niño y en aquella catedral de la salud no sabían qué hacer con él, no encontraban dónde ponerlo. Temblaba y no había una incubadora para calentarlo. El frío le apagaba la vida, mientras todos estaban ocupados en cualquier cosa. Una enfermera tiene la idea luminosa de buscar una estufa. Lo que no pudo improvisar fue un poco de preocupación y otro poco de dedicación. No había visto arrumbados en el trastero ni cariño ni atención, así que puso al bebé al lado de la estufa y partió a continuar sus tareas. Perdió de vista al niño y lo olvidó. Ahí quedó, solo al lado de la vieja estufa hasta que el calor abrasó al recién nacido.

No es una novela ni sucedió en Macondo. Fue aquí, en Warnes, en un hospital de nuestra tierra, en el eje del desarrollo, en el corazón del país que proclamó que el servicio de la salud es un derecho humano inviolable.

El bebé de Warnes muestra que la realidad de la salud en Bolivia es mucho más compleja que la mala praxis médica. El problema es mucho más amplio que el quehacer de los doctores. En la muerte del bebé warneño no hay culpa de ningún médico. Lo mató el sistema. Lo mató el descuido y la irresponsabilidad con que se diseñan, se administran y se manejan los centros de salud de todos los tamaños y de todas las reparticiones. Lo mató lo poco que importa la salud en todos los niveles de gobierno y lo poco que importan las personas. Es la mala praxis presidencial, la mala praxis ministerial, la mala praxis municipal, hasta la mala praxis sindical. No había incubadora en Warnes. La hubo, pero nadie la cuidó. Cuando falló, nadie la mandó arreglar ni buscaron otra. Es el crimen de la atención inhumana, rutinaria, displicente, estúpida que ofrecen los responsables de la salud.

Nunca hay médicos suficientes. No hay enfermeras. No hay equipo de diagnóstico ni quirúrgico en buen estado, no hay respiradores ni incubadoras, no hay camas ni sábanas. Lo que había se dañó y ahí quedó tirado en un depósito. Hay errores y fallos de médicos, enfermeras, cocineros y secretarias, pero el delito es de quienes les encomiendan a ellos nuestra salud sin darles los medios indispensables, sin darle a su trabajo la importancia que tiene, sin establecer las responsabilidades y sin exigir a cada uno que sirva con dedicación y ternura a personas y vidas.

Todos los años, en discursos de horas, nos cuentan que gastarán millones en miles de hospitales que nunca pensaron. Pero ni una vez nos han dicho que quieran estructurar un sistema de salud del tamaño de nuestra población, capaz de ofrecer un servicio cordial y eficaz, de calidad técnica y humana, para atender de verdad a nuestros enfermos, curar sus males y calmar sus dolores. Hay millones de lágrimas que nadie ve y que a nadie importan. Hay dolores que nadie calma y quejas que nadie escucha. Son muchos y grandes los problemas que soporta nuestro pueblo en silencio, pero su silencio no despierta a los que deben atender sus dolores, sus lágrimas, su muerte.

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