Opinión

Mar, cruces y pelícanos

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1 de octubre de 2018, 4:00 AM
1 de octubre de 2018, 4:00 AM

El mar tiene el silencio que dejan las fotos viejas. Lo supe en 2012, en un cementerio de 1901, un panteón con cruces secas, muchas con el nombre borrado por el viento salado. Desde este lugar se llega a la Cobija boliviana, a ese primer puerto mayor que tuvo nuestro país antes de perder el mar en la Guerra del Pacífico. De ella queda una ciudad por la que todavía camina la historia que no aparece en esos libros que nos revelaron a temprana edad que somos un país mediterráneo. En esa nuestra vieja Cobija me enteré de que Bolivia ya tenía una urbe con representaciones y que estaba bendecida con servicios básicos y médicos que se esforzaron por hacerle frente a las epidemias de la época.

El 28 de diciembre de 1825, en el Palacio de Gobierno de Chuquisaca, Simón Bolívar firmó el decreto que habilitaba el puerto mayor de Cobija, ubicado en el partido de Atacama, con el nombre de puerto de La-Mar, en honor al gran mariscal don José de La-Mar, vencedor en Ayacucho. En el documento, el libertador ordenaba que “allí se arreglen las oficinas correspondientes a la exacción (cobro de impuestos) y seguridad de los derechos pertenecientes a la Hacienda Pública. Por el Puerto Mayor de Cobija salió el guano y el salitre para fertilizar las tierras gastadas del Viejo Mundo. Los historiadores también dicen que por ese par de productos un imperio atizó la incursión de Chile para extraer esa riqueza ya sin pedir permiso, ya sintiéndose dueño de la sal y de la mier... que valían oro.

Los fantasmas también se cuentan aquí como un cuento petrificado en las ruinas con memoria. Cobija se fue despoblando. La primera vez, por un gran maremoto. Después la población fue víctima de la peste amarilla y luego un nuevo maremoto hasta que llegó la maldita guerra... Ahora el Puerto Mayor de Cobija es un montón de paredes pequeñas y tristes, de refugio de pescadores que se sientan a esperar a que llegue la tarde, mientras sus anzuelos aguardan pacientes que algún pez muera por la boca.

Por la carretera van apareciendo nombres que se repiten en algún himno cantado de memoria: Tocopilla, Calama, Mejillones, Antofagasta... Los bolivianos con los que me topé disfrutan del mar los sábados o domingos. Se bañan y corretean como si el mar siguiera siendo nuestro, se quedan asombrados viendo a los lobos marinos y a los pelícanos, que miran como miran los perros cuando tienen hambre.

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