Opinión

Nuestro empobrecido civismo

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13 de septiembre de 2018, 4:00 AM
13 de septiembre de 2018, 4:00 AM

El llamado ‘mes de Santa Cruz’ evoca la épica gesta libertaria de la región y, como todos los años, los actos conmemorativos arrancan con el izamiento de la bandera cruceña en la plaza de armas 24 de Septiembre. Con el mismo motivo, un decreto de la Gobernación dispone, durante todo el mes de septiembre, el embanderamiento de los edificios tanto públicos como privados “y en cada una de las casas de los estantes y habitantes del departamento”.

La bandera cruceña es uno de los símbolos que, junto al escudo de armas y el Himno cruceño, identifica a la región y amalgama el sentimiento y el fervor cívico de su gente. Fue creada el 24 de julio de 1864 por el prefecto Tristán Roca y desde entonces lleva únicamente, sin ningún otro distintivo u ornamento, los colores verde, blanco y verde. Su primera exhibición fue durante un movimiento regional convocado por Roca en defensa de la CPE y en rechazo a un golpe de Estado de Mariano Melgarejo el 28 de diciembre del mismo año.

La exuberante vegetación de selvas, montes y llanuras de la geografía departamental está representada en el verde de la enseña, mientras que el blanco simboliza la pureza, la hidalguía y la nobleza del pueblo cruceño. Estas referencias de un conocimiento elemental se hacen forzadas porque, al promediar el ‘mes de Santa Cruz’, un destemplado espíritu cívico se advierte en el escaso acatamiento de la disposición de embanderar la ciudad y sus edificios.

Mucho más preocupante es la ignorancia supina que induce, desde hace tiempo largo, a desvirtuar por completo parte de la simbología histórica regional. Es el caso de la bandera cruceña sobre cuya franja central se imprime arbitrariamente el escudo de armas. Luce ‘bien’ dicho emblema con el escudo incorporado, pero no responde a sus características originales intrínsecas. Es así que banderas cruceñas ‘truchas’, como las que se ofrecen en venta pública por doquier, flamean al viento incluso en uno de los principales edificios municipales enclavado en el corazón de la urbe ñuflense, en muestra palmaria de un desconocimiento deplorable o de una desprolijidad funcionaria inadmisible.

Se entiende por civismo el comportamiento de una persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la comunidad a la que pertenece. En el caso que nos ocupa desvela un penoso incumplimiento del compromiso cívico. En el ‘mes de Santa Cruz’, esa falta amerita cuando menos un firme propósito de enmienda.

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