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13 de agosto de 2018, 4:00 AM
13 de agosto de 2018, 4:00 AM

Ir a la oficina de correos de Santa Cruz de la Sierra es una experiencia que no provoca ninguna inspiración. Apiñada en una calle a solo 70 metros de la plaza principal, sin cartel ni señal de la calidad requerida para identificarla, se encuentra la oficina principal del servicio de correos. Es tan humilde y olvidada que nunca recibió un título de oficina central de correos ni fungió de ‘palacio’.

Contigua a un banco próspero y a pocos pasos de áreas culturales que identifican a la ciudad, la que debía ser una oficina postal es un despropósito hacia la urbe más poblada del país y cuya región genera más dinero para las arcas del Estado que ninguna otra. Reducida al mínimo por años de restricciones financieras, y con traslados inconclusos que debían avanzar hacia una infraestructura moderna, la atención que brinda al público el escaso personal es impecable, pero el lugar carece de condiciones para el servicio que está destinado a brindar y grita de abandono. Desolado, apenas iluminado y polvoriento, lo que en otras ciudades es un punto de encuentro y de referencia, aquí solo provoca cumplir con rapidez el motivo para llegar al lugar e irse cuanto antes sin mirar atrás.

Es cierto que en todo el mundo los inmuebles del servicio postal son reliquias de un pasado que la avalancha cibernética se llevó, pero quedan aún áreas en las que es esencial. En nuestro medio, ¿a dónde iría usted para despachar un libro o una ‘encomienda’ a Cobija, Puerto Suárez o Villa Montes? Los servicios de correspondencia rápida como DHL o Federal Express están presentes en casi todo el mundo, pero no suelen transportar lo que en Bolivia todavía se envía por correo: ropa, zapatos y hasta enlatados. En todo caso, las tarifas que el usuario pagaría en aquellas oficinas serían superiores a las del servicio tradicional de correos.

Es inevitable contrastar la pobreza abrumadora de una oficina vital no solo en Santa Cruz sino en la mayoría de los centros urbanos bolivianos con el edificio del Palacio de Gobierno que, con una fiesta bulliciosa repleta de convidados, acaba de ser inaugurado, a un costo básico de 34,4 millones de dólares. ¿Cuántas oficinas de correos podrían ser habilitadas con todo ese dinero?

La parafernalia y la publicidad para la inauguración han contribuido a que los 26 pisos enclavados en la plaza Murillo dejen un fuerte sabor a dispendio, de dinero mal utilizado ante otras necesidades del país y agraven la tentación de extrapolar el ejemplo de Santa Cruz a muchas otras obras del gobierno.

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